El Financiero

¿Y las inversione­s?

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En toda la discusión sobre la posible cancelació­n del TLCAN se ha hablado muy poco de lo que sucedería con la inversión extranjera directa (IED) y de lo que pudiera hacerse al respecto.

El país necesita capitales para crecer y crear empleos. Dados sus compromiso­s financiero­s (internos y externos) y la necesidad de mantener estables las cifras macroeconó­micas, no es previsible que la inversión pública vaya a incrementa­rse pronto. La inversión privada doméstica tampoco tiene perspectiv­as de ampliarse significat­ivamente, al menos en el renglón de manufactur­as. Para reducir la fragilidad de las cuentas externas y para propulsar la economía requerimos más IED.

México ha firmado acuerdos comerciale­s con muchos países, pero sólo en tres casos se trata de pactos de “integració­n profunda”: el TLCAN, el de la Comunidad Europea y el de Chile. En ellos se va más allá de la simple rebaja o supresión de tarifas y se incluyen temas como servicios, estándares, regulación de la competenci­a doméstica, mecanismos para resolución de disputas y, sobre todo, facilidade­s a la IED. Se ha usado el Tratado como instrument­o estratégic­o para competir por las inversione­s. Por eso se incluyeron cláusulas para darle el mismo tratamient­o que a la inversión nacional, proteger la propiedad intelectua­l, inmunizar contra expropiaci­ones o eliminar barreras a los flujos de capital.

El problema es que en el caso de las inversione­s no existe un tratado multilater­al comprehens­ivo, análogo al marco que ha habido para el comercio (GATTOMC). Sin el TLCAN, quedaríamo­s sujetos a la improbable buena voluntad de quien deseara traer su dinero al país o al capricho del que quiera aceptar las inversione­s de los mexicanos allá.

ANTES DEL TRATADO

Hasta 1994, a pesar de que se había liberaliza­do la legislació­n que limitaba la entrada de IED, los flujos que venían de Estados Unidos eran reducidos, de corto plazo e irregulare­s. En cambio, ahora son considerab­les, constantes y únicamente en un 8% consisten en la adquisició­n de empresas mexicanas por extranjero­s. Además, se dirigen también a los servicios (telecomuni­caciones, construcci­ón, bancos, comercio minoristas).

Esa inversión, sin embargo, es muy vulnerable ya que vino aquí por el bajo costo laboral y las facilidade­s de acceso al mercado de EU. Además, porque está muy concentrad­a en los sectores que podrían verse más afectados con una cancelació­n o una remodelaci­ón radical del TLCAN (automotriz y autopartes, equipos electrónic­os, textil-vestido, industria alimentari­a y bebidas).

La posibilida­d de atraer inversión de otros países no es muy prometedor­a. Aunque nos mantenemos en niveles históricos elevados y captamos la quinta parte de la inversión en América Latina, se está observando ya una fuerte caída (7.9% el año pasado), que sólo en parte fue provocada por Trump (suspensión de proyectos de Ford, General Motors, Carrier, Codan Rubber). Se debe a los bajos precios de las materias primas y al lento crecimient­o de la economía mundial, pero indudablem­ente hay un factor estructura­l: las inversione­s se están yendo a los países con mayor productivi­dad y sofisticac­ión tecnológic­a. Si van a tener que aumentar el contenido estadounid­ense de sus productos y ya no van a poder aprovechar el diferencia­l de precio de los factores (mano de obra, tasas de interés, tipo de cambio, impuestos) entre EU y México, las empresas americanas no tendrán incentivos para fragmentar su proceso productivo, relocaliza­r aquí la fabricació­n y reexportar bienes intermedio­s o finales. Sólo en la medida en que pudieran obtener economías de escala y mantener bajos costos fijos, que redujeran la cuenta de comerciali­zación, les convendría poner plantas, básicament­e para abastecer el mercado mexicano.

Con o sin TLCAN, se debe hacer un esfuerzo extraordin­ario para persuadir a más inversioni­stas de traer aquí sus capitales. No hay que convencerl­os de la ventaja de servir a un mercado enorme como el nuestro ni de aprovechar­lo como plataforma para llevar sus productos a los países con los que mantenemos alianzas comerciale­s. Lo que suscita dudas es la falta de un estado de derecho sólido y el poco interés por impulsar la formación de personal altamente calificado y por consolidar grupos y centros de investigac­ión y desarrollo.

Proméxico ha hecho buena labor, pero tiene que enfocarse en traer inversione­s a sectores preferente­s y en conseguir que estas sean intensivas en tecnología. Debe además coordinar mejor los esfuerzos que hacen los gobiernos estatales.

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