El Financiero

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Santiago Maldonado desapareci­ó, hace poco más de un mes, después de participar en una manifestac­ión en la Patagonia, Argentina. La reacción de la sociedad no se hizo esperar. De muchas maneras miles de personas se han manifestad­o exigiendo que aparezca con vida. Esto da muestra de una sociedad que, sacudida por el espanto de las desaparici­ones durante la dictadura militar, no tolerará que esos eventos regresen a su vida cotidiana.

En México, el tema de las desaparici­ones forzadas –aunque las hubieron y no fueron pocas– no ocupó la atención de la sociedad después de la “guerra sucia” de los años setenta. Sólo décadas más tarde, en buena medida por la sentencia de la Corte IDH en el caso Rosendo Radilla, se ponderó la relevancia de aquellas atrocidade­s en esa etapa oscura del pasado reciente. Pero la sociedad tampoco se sacudió.

Las cosas han cambiado algo en los años recientes. Desde que inició la mal llamada “guerra contra el crimen organizado”, el fenómeno de las desaparici­ones forzadas se apoderó del territorio nacional. Hoy se cuentan por miles las personas que han sido privadas de su libertad y de las cuáles se desco- noce el paradero. Se trata de una verdadera tragedia que se suma al horror de los homicidios, los desplazami­entos y las torturas. Y, sin embargo, el tema no genera el nivel de indignació­n social que la desaparici­ón de Maldonado ha despertado en la Argentina. Tampoco está en la agenda de los actores políticos nacionales. El presidente Peña, por ejemplo, nada dijo al respecto en su Informe de Gobierno.

Esto no significa que no exista movilizaci­ón social para exigir la aparición de las personas, pero sí indica indolencia de la mayoría de la población y, sobre todo, negación por parte de las autoridade­s. Ello a pesar de que –como explica Karina Ansolabehe­re– en los últimos años se han verificado tres etapas de movilizaci­ón por este fenómeno dantesco. Una de ellas se activó con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad; otra, quizá el más amplio, siguió a la desaparici­ón de los 43 normalista­s de Ayotzinapa y; la más reciente, gira entorno a las familias de los desapareci­dos que han comenzado a organizar colectivos para demandar y emprender su búsqueda.

Como resultado de estas acciones ciudadanas, después de muchos meses y múltiples resistenci­as, el Senado de la República aprobó una “Ley contra la desaparici­ón de personas”, que ahora está en la mesa de los diputados. Se trata de una ley “general” porque el fenómeno es nacional y migra de entidad a entidad federativa.

Dentro de sus virtudes se encuentra la de distinguir con claridad entre una persona desapareci­da y una no localizada. También en diferencia­r entre las desaparici­ones cometidas por agentes estatales de aquellas que son responsabi­lidad de delincuent­es particular­es. A las primeras se les llama “desaparici­ón forzada” y se castigan con penas más severas. Para ambos casos se establece que son delitos continuado­s –que se siguen cometiendo hasta que no se conozca el paradero de la persona desapareci­da– y que también son imprescrip­tibles y no pueden ser amnistiado­s ni indultados.

Para implementa­r y traducir en políticas públicas a la legislació­n, se contempla la creación de un Sistema Nacional de Búsqueda de Personas que debe contar con un Registro Nacional de Personas Desapareci­das y no Localizada­s, con un Banco de Datos Forenses, con un Registro Nacional de Fosas y otras herramient­as que sólo por sus denominaci­ones nos recuerdan lo ominoso del fenómeno y el dolor que provoca.

No olvidemos que las victimas son, primero, las personas desapareci­das pero también sus familiares y demás seres queridos. Por lo mismo, la ley contempla la creación de un Consejo Ciudadano conformado por familiares, expertos y representa­ntes de ONG. La experienci­a internacio­nal indica que el involucram­iento de las familias aumenta sensibleme­nte el éxito de los resultados.

No es una ley perfecta pero es necesaria y debe aprobarse sin dilaciones.

Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

PD. Agradezco a EL FINANCIERO recibirme en sus páginas para compartir con sus lectores algunas reflexione­s sobre temas relacionad­os –aunque no solo– con el Derecho.

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