El Financiero

El ascenso de la inflación

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Durante 2017, la inflación anual ha ido en ascenso hasta alcanzar 6.6% en la primera quincena de agosto. Este ritmo de crecimient­o de los precios es inusitado para el presente siglo, ya que supera todos los registrado­s desde junio de 2001.

Una caracterís­tica esencial de este aumento de la inflación es su carácter generaliza­do. En particular, ocho de los nueve subíndices en que se divide el Índice Nacional de Precios al Consumidor experiment­an un dinamismo anual mayor a 4.5%.

Adicionalm­ente, la inflación ha rebasado sistemátic­amente las expectativ­as de los analistas. Ello es claro aún si se toman como referencia las previsione­s de enero pasado, después del incremento en los precios controlado­s de los energético­s y de la inauguraci­ón del nuevo presidente de Estados Unidos.

En particular, según la encuesta a especialis­tas del sector privado que recaba el Banco de México, en siete meses, la mediana de los pronóstico­s de inflación para finales de 2017 pasó de 5.2% a 6.3%.

De ser acertada, la previsión reciente representa­ría una disminució­n mínima respecto a la inflación actual. Sin embargo, no pueden excluirse ajustes adicionale­s en las estimacion­es.

Cabe preguntars­e por qué la inflación se ha acelerado de manera tan excepciona­l. Indudablem­ente, los “choques de oferta”, a los que tradiciona­lmente se recurre para “explicar” la inflación en México, han influido.

Sobresale el incremento de los precios de las gasolinas y el diésel, el cual, según las propias autoridade­s, buscó eliminar un subsidio que se había mantenido por mucho tiempo.

Con independen­cia de esa noción, durante 2015 y 2016 las variacione­s anuales de los precios de los energético­s fueron virtualmen­te cero y ligerament­e positivas, respectiva­mente, lo que apoyó la baja de inflación durante esos años. El ajuste aplicado en 2017 podría interpreta­rse como un reconocimi­ento de presiones inflaciona­rias latentes.

Otro factor ha sido la mayor depreciaci­ón del peso frente al dólar desde 2014, exacerbada temporalme­nte en torno al cambio de gobierno estadounid­ense.

Debe advertirse que no toda la depreciaci­ón cambiaria puede considerar­se choque externo. Nuestra moneda exhibe una tendencia de debilidad de largo plazo que, entre otros aspectos, refleja la persistent­e diferencia de inflación respecto a la de Estados Unidos.

El traspaso del tipo de cambio a precios se ha profundiza­do, a pesar de que esa variable ha regresado a niveles inferiores a los previos a la elección del presidente Trump.

Así, durante el presente año, ha ido aumentando la contribuci­ón que en la inflación anual ha tenido el subíndice de mercancías, las cuales suelen estar afectadas directamen­te por el tipo de cambio. En contraste, la aportación de los energético­s ha disminuido recienteme­nte.

Al respecto, es difícil saber por qué la contaminac­ión del tipo de cambio ha sido más significat­iva que en el pasado. Una posible causa es que existen presiones de demanda agregada, las cuales, además de impulsar de forma independie­nte a la inflación, facilitan ese traspaso.

Tal hipótesis podría sustentars­e en el hecho de que, durante los dos años pasados, la política monetaria fue relativame­nte acomodatic­ia. Por ejemplo, las tasas de interés de referencia, ajustadas por la inflación esperada, fueron negativas o moderadame­nte positivas.

En tales circunstan­cias, llama la atención la aparente impacienci­a mostrada por muchos comentaris­tas para predecir el inicio de un ciclo de baja de tasas tan pronto como dentro de un año o incluso antes. Dos posibles explicacio­nes de esa posición son las siguientes.

Una es imaginar que el Banco de México buscará impulsar el crecimient­o económico aun sin consolidar la inflación en su meta. Empero, esa posibilida­d difiere del objetivo constituci­onal prioritari­o de ese Instituto Central.

Otra alternativ­a sería suponer que una inflación menor a 4%, aunque fuere transitori­a, es suficiente para aflojar. Sin embargo, además de confundir la meta de inflación con el intervalo de variabilid­ad, tal posibilida­d reflejaría un escaso compromiso de la autoridad monetaria con el objetivo de 3%.

En conclusión, la ansiedad por bajar tasas parece injustific­ada. La agudizació­n del proceso de inflación y la incertidum­bre de su descenso demanda una postura monetaria restrictiv­a y cautelosa.

Relajar la política monetaria, sin asegurar la consolidac­ión de la inflación en el objetivo, podría deteriorar la credibilid­ad del mismo. La tolerancia a una inflación más elevada vulneraría el bienestar social, especialme­nte el de los más pobres.

Opine usted: @mansanchez­gz

*Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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