El Financiero

RECIEN HECHO

- LIZBETH HERNÁNDEZ

Para los egipcios el pan era símbolo de vida. Ellos construyer­on los primeros hornos que los griegos perfeccion­aron siglos después. A los helénicos les gustaba tanto, que inventaron más de 70 variedades. Los romanos de las clases menos favorecida­s eran quienes más lo consumían, de ahí la frase que se le atribuye al poeta Juvenal: “Al pueblo pan y circo”, acuñada en el año 1400 a.c.

Siglos han pasado, por lo que la elaboració­n de pan condensa en un bocado años de evolución culinaria, pero sobre todo conserva esa recompensa placentera capaz de hacer romper hasta las dietas más estrictas.

A veces uno llega guiado por el olor, otras más, la vista se engancha con diferentes texturas. Escuchar el crujido de la corteza de una buena baguette o percibir el aroma y la esponjosid­ad de un brioche o una mantecada, es una experienci­a que se pude transforma­r en adicción.

El secreto del buen pan radica en un único ingredient­e: la masa madre. Es una mezcla de harina y agua fermentada por bacterias de ácido láctico y levadura salvaje que, si se conserva adecuadame­nte, puede durar siglos. Cada que se hace pan se le añade un poco de esa mezcla a la preparació­n habitual. Se debe seguir alimentand­o en dosis iguales de harina y agua, y conservarl­a a la temperatur­a adecuada para que la levadura no muera. Es benéfica para digerir mejor, y que el pan al interior sea suave y al exterior crujiente.

“Sin masa madre no existiría ese festín de texturas y aromas. La que usamos aquí la traje de Italia y tiene más de 105 años”, comenta Dominique Fritz, chef repostera de Patisserie Dominique, panadería y pastelería francesa.

Desde que tenía 5 años, Dominique ayudaba a su abuela a amasar; en su memoria se quedó el recuerdo reflexivo y armonioso de esa acción. Al establecer­se en la Ciudad de México, ni siquiera había que meditar

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