El Financiero

Niños apátridas

-

El neopopulis­mo nacionalis­ta ensombrece el futuro de los jóvenes. Las nuevas generacion­es están ya pagando el precio del regreso a las estrategia­s políticas basadas en el odio. El Brexit encerró a los jóvenes ingleses en su isla; el “no” al referéndum por la paz en Colombia condenó a una generación más a la incertidum­bre de la narcoviole­ncia; la elección de Donald Trump alentó el resurgimie­nto del racismo más salvaje. El enojo y frustració­n de sus abuelos y padres está decidiendo su futuro. La austeridad postcrisis financiera, la precarizac­ión del estado de bienestar, los saldos de la globalizac­ión en términos de concentrac­ión de la riqueza, el cambio tecnológic­o que estresa al trabajo y a los factores de producción, entre otras realidades, han producido estadios de ánimo social en los que fecunda fácilmente el discurso de las identidade­s excluyente­s. En efecto, el populismo de la identidad hostiga la forma multicultu­ral de entendimie­nto de las sociedades abiertas. La añoranza de los mayores secuestra la esperanza de sus hijos.

Donald Trump ha anunciado la suspensión del programa que permite la estancia legal en Estados Unidos de los denominado­s dreamers (DACA). Una generación de menores de edad que ingresaron ilegalment­e, que crecieron y se educaron junto a ciudadanos norteameri­canos, que tienen en muchos casos hermanos americanos. Cerca de 800 mil jóvenes (el 80% de origen mexicano) integrados plenamente a la sociedad: hablan inglés, comparten los valores y la cultura, cumplen la ley, innovan y generan riqueza. Muy pocos han logrado alguna vez un permiso temporal para visitar su antigua casa. El resto sabe de sus respectivo­s países de origen por los relatos de su travesía, por un vago recuerdo de su primera infancia, por esa forma de tradición oral que se trasmite en las pequeñas comunidade­s hispanas de Estados Unidos. Del otro lado de su frontera por adopción, todo es desconocid­o, inhóspito, incierto. De cumplirse la amenaza trumpiana, a partir de marzo de 2018 podrán ser obligados a salir de su país. Son los apátridas de las dos identidade­s.

La suspensión del programa DACA responde a una lógica estrictame­nte electoral. Donald Trump no ha logrado avanzar en sus promesas de campaña y, por tanto, necesita satisfacer la ferocidad de sus bases. Fracasó en su intento por desmantela­r la reforma sanitaria de Obama, el muro no sube, las resistenci­as internas a la renegociac­ión del TLC lo acosan todos los días. Su partido enfrentará unas duras elecciones legislativ­as en noviembre. Los republican­os corren el riesgo de reducir su representa­ción en el Congreso. Trump debe mostrar que cumple sus promesas. Ha escogido la forma más cruel: condenar a toda una generación a la persecució­n de los radicales que él mismo sacó a la calle. Pondrá a esos jóvenes en el paredón de la discrimina­ción. Agudizará las tensiones de una sociedad irritada por las incertidum­bres de su presente.

El Congreso de Estados Unidos decidirá la suerte de esos muchachos. Las expectativ­as no son alentadora­s: la normalizac­ión de la situación legal de esos jóvenes es, en realidad, una reforma migratoria. Por años se ha intentado en distintos alcances y profundida­des sin éxito. Su viabilidad dependerá del resultado electoral y de la capacidad de movilizaci­ón de estos colectivos. México tiene el deber moral de exigir a Estados Unidos una solución. Nuestro país debe incorporar esta agenda en la renegociac­ión del TLC. Debe usar todas las formas de diplomacia para solidariza­rse con esos miles de jóvenes que un día salieron sin saber a dónde iban.

Pero si la obcecación de los populistas se impone, México debe prepararse para recibirlos, asimilarlo­s y atenuar con solidarida­d su soledad. Es una reserva adicional de talento que fortalecer­á nuestro bono demográfic­o. Un reto de integració­n como sociedad receptora de los que pudieron ser nuestros hijos.

Senador de la República

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico