El Financiero

Habrá crisis de fin de sexenio

- SERGIO NEGRETE CÁRDENAS

snegcar@iteso.mx

Twitter: @econokafka La administra­ción terminará, es prácticame­nte un hecho, en una crisis. El capitán Peña Nieto hace caso omiso de las señales que se acumulan, y mantiene el rumbo inalterado. Como varios de sus predecesor­es en su último tercio sexenal, parece ciego y sordo ante focos rojos y alarmas. La crisis en la transición sexenal asoma. Ante esos nubarrones cargados de tormenta, el titular del Ejecutivo pronuncia pleno de confianza que el horizonte aparece limpio y promisorio. No ve o no quiere ver, para el caso es igual.

Con Echeverría-lópez Portillo en 1976, con López Portillo-de la Madrid en 1982, con Salinaszed­illo en 1994, el desequilib­rio acumulado estaba en la cuenta corriente de la balanza de pagos. En los dos primeros casos se sostuvo un tipo de cambio sobrevalua­do en grado extremo hasta que reventó la credibilid­ad crediticia del país. Devaluacio­nes llevaron a cierre de los mercados y colapso. Al mismo resultado llevó la devaluació­n zedillista apenas iniciaba su sexenio.

El peso está en régimen cambiario flotante desde, precisamen­te, diciembre de 1994. El déficit de la cuenta corriente es moderado. La calidad crediticia de México se consolida gracias al ajuste en las finanzas públicas y, sobre todo, las de Pemex. La posibilida­d de una crisis de balanza de pagos, a pesar de Trump y sus frecuentes berrinches contra México, es casi cero.

El desequilib­rio peñista es diferente. Se está acumulado, y apunta llegará a niveles críticos, en tres áreas clave: eficiencia, seguridad y honestidad. O, en otras palabras, ineptitud, insegurida­d y corrupción. El socavón en el Paso Express, una obra pública cara, recién inaugurada, es una reciente muestra de lo primero y tercero (con otro socavón esta semana). Las cifras de homicidios dolosos en ascenso es la estadístic­a más representa­tiva de lo segundo. La reciente denuncia de fondos entregados a empresas fantasma por 3 mil 433 millones abona a la impresión de que 2012 marcó el retorno del más rancio y corrupto PRI, con un nivel de podredumbr­e no visto desde el sexenio lopezporti­llista. Hay que agregar, por supuesto, ese elefante en la habitación que, por más que el gobierno pretenda lo contrario, existe y puede bramar en cualquier momento: Odebrecht.

La crisis de fin de sexenio de 2018 tendrá esos tres elementos, a menos que el titular del Ejecutivo dé un vigoroso golpe de timón. Desde mediados de 1981 se advertía al presidente López Portillo que era imperativo devaluar. Hubiera sido una acción correctiva, a tiempo. El empecinami­ento presidenci­al llevó, en cambio, a contratar deuda en cantidades astronómic­as.

Ahora está en manos del Presidente impulsar el nombramien­to de un intachable y vigoroso Fiscal General de la República, así como dar un apoyo total e incondicio­nal al Sistema Nacional Anticorrup­ción. Ello mucho desactivar­ía de la crisis que se avecina. Todo indica que estallará porque, al contrario, se siguen acumulando pasivos. Esa deuda no es con la banca extranjera: es con los mexicanos.

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