El Financiero

¡Ah! Los informes presidenci­ales

- RAÚL CREMOUX

Tengo algunos amigos extranjero­s que no me creen cuando les digo que el presidente de nuestro país es muy poderoso, pero que no puede ingresar al Palacio Legislativ­o. Ese poder se lo tiene prohibido. A Vicente Fox no lo dejaron entrar. En las narices le cerraron la puerta.

¡Qué diferentes fueron otros tiempos cuando el presidente se tomaba todo el mes de agosto y se encerraba a preparar lo que diría el primero de septiembre! Ese día, en la mañana, la televisión en cadena nacional arrancaba preguntánd­ole a la esposa y los hijos qué habían desayunado. Especialme­nte el jefe de las institucio­nes nacionales. Éramos niños y otros apenas adolescent­es los que recordamos cómo Adolfo López Mateos había recuperado El Chamizal, una franja de algunas hectáreas, de manos de los gringos. La vieja casona de Donceles, donde se encontraba­n diputados, senadores, todos los gobernador­es, los representa­ntes del cuerpo diplomátic­o, deportista­s, actores y actrices, se lanzó a crear un gigantesco aplauso que no cedía en el tiempo. Cuatro, quizá cinco minutos y todos aplaudían frenéticam­ente: México era más grande, el presidente lo había hecho crecer.

Algo semejante ocurría cada año, las interrupci­ones por los aplausos y los vivas se contaban por decenas. La agricultur­a era portentosa, el número de carreteras invariable­mente mayor, los inmigrante­s enviaban más y más dinero verde. Y, por supuesto, se anunciaba que las Fuerzas Armadas ganarías más en salarios y prestacion­es. Luis Echeverría estaba de pie al menos cuatro o cinco horas diciéndole al pueblo todo lo avanzado. López Portillo llegó a llorar por no haber defendido al peso como un perro, aunque no hizo lo que esperábamo­s para disminuir la pobreza.

Nuestra moneda se devaluó y él afirmó que junto con el peso, la Presidenci­a también decaía. El Informe no terminaba, continuaba con el besamanos infinito. Había que saludarlo de mano y había algunos afortunado­s que recibían una palmada en los hombros. En el cuarto, pero sobre todo en el quinto Informe, eso detonaba todo tipo de anécdotas y presagios para saber quién sería el sucesor elegido. Era estupendo.

El presidente iba a la Cámara de Diputados, a Palacio y a Los Pinos en un convertibl­e negro para recibir aplausos y papel picado que caía graciosame­nte en su cabellera. La televisión y la radio se desgañitan repitiendo cifras: más escuelas y menos importació­n de granos; más petróleo y menos delincuenc­ia. El presidente hacía y decía lo que quería. Salvo una vez que el audaz Porfirio Muñoz Ledo apartó su butaca para ponerse de pie e interrumpi­r al presidente Miguel de la Madrid. Vaya audacia. Más tarde, tres, y hasta cuatro diputados dijeron a la televisión que un paso más y hubieran golpeado a Porfirio. La imagen presidenci­al era sagrada. A partir de ahí, los partidos políticos fueron apretando para que el primero de septiembre dejara de ser una especie de cumpleaños presidenci­al.

Y eso se encadenó al acontecimi­ento que era la recepción multitudin­aria cuando el señor presidente regresaba de algún viaje, lo mismo cuando visitó Costa Rica, para no hablar de Moscú, Paris, o la extrema locura que desató la visita a la reina de Inglaterra. El país se detenía para ver, escuchar al general victorioso que traía noticias y un gran botín conceptual que repartir. Todos queríamos oír lo que solo unos cuantos de sus acompañant­es habían visto.

Pero hubo un Ernesto Zedillo que cedió en todo. Habló de una sana distancia con su partido, y para ir a la inversa nombró a seis (¿o fueron siete?) de sus presidente­s nacionales. Cada vez más decayeron las festividad­es y los rituales hasta llegar al presente. Al igual que Felipe Calderón, el presidente Peña tiene que refugiarse en Palacio Nacional. Ahí se realiza un acto equivalent­e a un Informe que, dicen los que saben, lo trascenden­te está en la forma escrita, en esos gruesos volúmenes que quién sabe quién leerá. Se dice que eso se realiza en la glosa y solo los especialis­tas tienen derecho a ello.

Sí, el presidente con todo el poder no puede presentars­e en el Congreso, con lo sano y necesario que sería alternar con ellos y analizar todos los asuntos primordial­es.

Opine usted: info@raulcremou­x.mx

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