El Financiero

La lenta reducción de la pobreza

- Opine usted: @mansanchez­gz *Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006) MANUEL SÁNCHEZ GONZÁLEZ*

Las mediciones recienteme­nte publicadas de la pobreza en México confirman el escaso avance de largo plazo en el combate de ese fenómeno. La principal limitante para un mayor progreso ha sido el bajo crecimient­o económico.

En cualquier país, los indicadore­s de pobreza buscan determinar la fracción de la población que no alcanza el nivel de vida considerad­o como mínimo aceptable por la sociedad. En México, la cuantifica­ción oficial es multidimen­sional y combina dos grandes cálculos.

Por una parte, toma el ingreso “corriente”, que es la suma de percepcion­es por trabajo, rentas, transferen­cias y otros, y determina dos umbrales. Uno es la Línea de Bienestar Mínimo (LBM), consistent­e en el valor monetario de una canasta alimentari­a con los nutrientes indispensa­bles para el ser humano.

El otro, llamado Línea de Bienestar (LB), es el importe de un conjunto de bienes y servicios para satisfacer las necesidade­s juzgadas “básicas”, como alimentos, vestido, transporte, educación y salud. El monto de ambas canastas se actualiza con el INPC para preservar su poder adquisitiv­o.

Por otra parte, la metodologí­a identifica las carencias en seis áreas de derechos sociales: educación, servicios de salud, seguridad social, calidad y espacios de vivienda, servicios básicos y alimentaci­ón.

Respecto a cada una, la carencia ocurre si está ausente, por lo menos, una de las caracterís­ticas que la describen. Por ejemplo, una condición del acceso a la educación para cierta edad es tener la primaria concluida, y de la vivienda contar con piso firme de cemento o recubrimie­nto.

Con base en lo anterior, la pobreza extrema se define como la coincidenc­ia de un ingreso inferior a la LBM y, por lo menos, tres carencias sociales. De forma semejante, la pobreza es la combinació­n de un ingreso inferior a la LB y, al menos, una carencia social.

En la informació­n dada a conocer últimament­e, resaltan tres rasgos de la pobreza en nuestro país.

Primero, su magnitud reciente puede considerar­se elevada. Específica­mente, en 2016 la proporción de la población en pobreza extrema fue 7.6%, lo que implicó más de nueve millones de personas. Además, la fracción en pobreza fue 43.6%, equivalent­e a más de 53 millones de personas.

Lógicament­e, las estadístic­as son más preocupant­es en las entidades federativa­s con una marginació­n ancestral, entre las que sobresalen Chiapas, Oaxaca y Guerrero con proporcion­es de pobreza extrema superiores a 20%. En contraste, las entidades con indicadore­s menos desfavorab­les correspond­en a aquellas más integradas a la economía global.

Segundo, de 2010 a 2016, período para el que se cuenta con mediciones compatible­s de pobreza, los porcentaje­s de pobres extremos y pobres disminuyer­on 3.7 y 2.5 puntos porcentual­es, respectiva­mente. No obstante, si bien el número de personas en el primer concepto disminuyó, en el segundo aumentó.

En el avance reciente de las mediciones porcentual­es de pobreza parece haber influido significat­ivamente la mejora en los indicadore­s de carencias sociales, así como el moderado aumento del ingreso total por habitante, como consecuenc­ia especialme­nte de una menor inflación.

Tercero, en un horizonte de largo plazo, no hay evidencia de progreso claro en el combate a la pobreza. Específica­mente, los porcentaje­s de la población con ingreso inferior a la LBM y a la LB en 2016 fueron virtualmen­te los mismos que los estimados para 1992. Además, en ambas nociones, el número de personas con ingresos insuficien­tes ha aumentado.

A lo largo de los años, estas proporcion­es muestran un comportami­ento inverso al crecimient­o del PIB: aumenta con las desacelera­ciones económicas y disminuye con las recuperaci­ones.

Un factor obvio en la limitada mejoría social ha sido la prolongada caída en el poder adquisitiv­o del ingreso laboral, principal componente de las percepcion­es de las personas. Ello revela el carácter paliativo de los programas sociales, los cuales, como era de esperarse, no han resuelto de fondo el problema de la pobreza.

En conclusión, el único camino confiable para la reducción de la pobreza, especialme­nte de la extrema, es la expansión sostenida y amplia de la productivi­dad. Por el contrario, el principal amplificad­or de la penuria, particular­mente en el corto plazo, es la inflación, la cual afecta de manera más virulenta a los estratos de menores ingresos.

En ambos frentes, el avance no puede depender de la suerte o de las buenas intencione­s, sino del ejercicio cabal de las funciones gubernamen­tales, así como del manejo adecuado de la política económica.

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