La lenta reducción de la pobreza
Las mediciones recientemente publicadas de la pobreza en México confirman el escaso avance de largo plazo en el combate de ese fenómeno. La principal limitante para un mayor progreso ha sido el bajo crecimiento económico.
En cualquier país, los indicadores de pobreza buscan determinar la fracción de la población que no alcanza el nivel de vida considerado como mínimo aceptable por la sociedad. En México, la cuantificación oficial es multidimensional y combina dos grandes cálculos.
Por una parte, toma el ingreso “corriente”, que es la suma de percepciones por trabajo, rentas, transferencias y otros, y determina dos umbrales. Uno es la Línea de Bienestar Mínimo (LBM), consistente en el valor monetario de una canasta alimentaria con los nutrientes indispensables para el ser humano.
El otro, llamado Línea de Bienestar (LB), es el importe de un conjunto de bienes y servicios para satisfacer las necesidades juzgadas “básicas”, como alimentos, vestido, transporte, educación y salud. El monto de ambas canastas se actualiza con el INPC para preservar su poder adquisitivo.
Por otra parte, la metodología identifica las carencias en seis áreas de derechos sociales: educación, servicios de salud, seguridad social, calidad y espacios de vivienda, servicios básicos y alimentación.
Respecto a cada una, la carencia ocurre si está ausente, por lo menos, una de las características que la describen. Por ejemplo, una condición del acceso a la educación para cierta edad es tener la primaria concluida, y de la vivienda contar con piso firme de cemento o recubrimiento.
Con base en lo anterior, la pobreza extrema se define como la coincidencia de un ingreso inferior a la LBM y, por lo menos, tres carencias sociales. De forma semejante, la pobreza es la combinación de un ingreso inferior a la LB y, al menos, una carencia social.
En la información dada a conocer últimamente, resaltan tres rasgos de la pobreza en nuestro país.
Primero, su magnitud reciente puede considerarse elevada. Específicamente, en 2016 la proporción de la población en pobreza extrema fue 7.6%, lo que implicó más de nueve millones de personas. Además, la fracción en pobreza fue 43.6%, equivalente a más de 53 millones de personas.
Lógicamente, las estadísticas son más preocupantes en las entidades federativas con una marginación ancestral, entre las que sobresalen Chiapas, Oaxaca y Guerrero con proporciones de pobreza extrema superiores a 20%. En contraste, las entidades con indicadores menos desfavorables corresponden a aquellas más integradas a la economía global.
Segundo, de 2010 a 2016, período para el que se cuenta con mediciones compatibles de pobreza, los porcentajes de pobres extremos y pobres disminuyeron 3.7 y 2.5 puntos porcentuales, respectivamente. No obstante, si bien el número de personas en el primer concepto disminuyó, en el segundo aumentó.
En el avance reciente de las mediciones porcentuales de pobreza parece haber influido significativamente la mejora en los indicadores de carencias sociales, así como el moderado aumento del ingreso total por habitante, como consecuencia especialmente de una menor inflación.
Tercero, en un horizonte de largo plazo, no hay evidencia de progreso claro en el combate a la pobreza. Específicamente, los porcentajes de la población con ingreso inferior a la LBM y a la LB en 2016 fueron virtualmente los mismos que los estimados para 1992. Además, en ambas nociones, el número de personas con ingresos insuficientes ha aumentado.
A lo largo de los años, estas proporciones muestran un comportamiento inverso al crecimiento del PIB: aumenta con las desaceleraciones económicas y disminuye con las recuperaciones.
Un factor obvio en la limitada mejoría social ha sido la prolongada caída en el poder adquisitivo del ingreso laboral, principal componente de las percepciones de las personas. Ello revela el carácter paliativo de los programas sociales, los cuales, como era de esperarse, no han resuelto de fondo el problema de la pobreza.
En conclusión, el único camino confiable para la reducción de la pobreza, especialmente de la extrema, es la expansión sostenida y amplia de la productividad. Por el contrario, el principal amplificador de la penuria, particularmente en el corto plazo, es la inflación, la cual afecta de manera más virulenta a los estratos de menores ingresos.
En ambos frentes, el avance no puede depender de la suerte o de las buenas intenciones, sino del ejercicio cabal de las funciones gubernamentales, así como del manejo adecuado de la política económica.