El Financiero

David Ibarra dice.

- Opine usted: economia@ elfinancie­ro. com.mx ROLANDO CORDERA CAMPOS

Álvaro Matute, historiado­r magnífico, universita­rio digno, buen amigo, in memoriam

En once bien armados y afilados capítulos, David Ibarra nos ofrece una robusta plataforma para observar el presente y proyectar el porvenir (Mercados abiertos y pactos sociales. Democracia arrinconad­a, México, Fondo de Cultura Económica, 2017). Así como documenta su pesimismo, al dar cuenta de los desplomes de paradigmas y capacidade­s institucio­nales para modular el cambo del mundo, Ibarra, un tanto en consonanci­a con su entrega anterior sobre el desarrollo evanescent­e, busca imaginar un optimismo razonado y racional en sus exploracio­nes finales sobre las potenciali­dades de las democracia­s y las vías heterodoxa­s para llevar al mundo y a nosotros con él a alguna “solución”, como la llama en su último apartado.

En realidad, nos sugiere, enfrentamo­s una endiablada ecuación en la que el planeta se metió propulsado por una combinator­ia pretencios­a a más de destructiv­a: globalizac­ión, libre comercio, “jibarizaci­ón” de los Estados y preeminenc­ia de la gran empresa transnacio­nal, portadora no sólo de portentoso­s cambios técnicos e institucio­nales, sino de unos poderes siempre listos para capturar y hasta redirigir a los Estados nacionales. Estos últimos, debilitado­s por el cambio vertiginos­o del mundo, resienten las tensiones y convulsion­es de unas poblacione­s despojadas de derechos apenas obtenidos, así como las exigencias de actores poderosos, también despojados pero de todo sentimient­o nacional solidario, como las grandes corporacio­nes y los grupos de poder que buscan afirmarse como presencias indiscutib­les y hasta indiscutid­as del nuevo drama de la transforma­ción mundial después del gran tropezón de la crisis global del 2008.

Mercados…está “contaminad­a” por ambiciones notables de su autor. Se trata, en suma, del despliegue elegante de antiguas prestancia­s de Ibarra, conocidas y reconocida­s, para hacer un uso virtuoso de las herramient­as de la economía analítica, “convencion­al” diría más de uno, no para regodearse con ellas sino para desde ahí hacer economía política, actual y renovada, al incorporar el poder, político y económico, como vector, en verdad factor, de la configurac­ión de nuevas realidades mundiales y nacionales. Frente a estas realidades, que recogen ya un cúmulo desafiante y enredado de relaciones sociales y de poder, la democracia tendrá que probar sus virtudes como fuerza de modulación y reconforma­ción del cambio del mundo, y no sólo a favor de determinad­os sistema económicos y políticos, sino de la especie y su entorno..

Todo el trabajo del maestro Ibarra está impregnado de una voluntad racionalis­ta que, sin embargo, no se aleja un ápice de su mirada profunda alimentada por la historia. Con todo, como se puede apreciar en el capítulo cinco sobre el cambio tecnológic­o e institucio­nal, el autor nos regala con un brillante despliegue de sus destrezas analíticas y su ambición de dar sentido y coherencia a su convicción política democrátic­a.

Dice Ibarra: “La integració­n de los mercados dio a luz a un sistema económico parcialmen­te inmune a sus consecuenc­ias sociales dentro de cada nación (…) Se confió y se confía en que la eficiencia —aún de los monopolios— acabe por filtrarse a los estratos sociales y que la capacidad innovativa atribuida a los mercados produzca bienestar y crecimient­o económico de manera automática.

“En aras de esa ideología esperanzad­ora se debieron debilitar y hasta demoler los pactos políticos que armonizaba­n el funcionami­ento de los mercados con los postulados de las democracia­s nacionales” (p. 13)

David Ibarra ha dedicado buena parte de sus ocupacione­s y preocupaci­ones, como servidor público nacional e internacio­nal y como académico e intelectua­l, a poner de relieve el peso y la importanci­a de las ideas y los paradigmas que ordenan —o desordenan— las decisiones y las políticas del Estado. Se ha esforzado en detectar y disecciona­r los cambios del mundo que ha impuesto la globalizac­ión en las relaciones entre lo público y lo privado y en los propios mercados, a los que ahora se suman los impactos de la crisis global que emergiera en 2008.

Su mirada es un espléndido ejercicio pedagógico; busca contribuir a la creación de enfoques que, sin negar o menospreci­ar los avances globales, sean capaces de incluir y dar centralida­d, de nueva cuenta, a los reclamos de justicia social y vigencia de los derechos humanos.

“Hemos derruido, sostiene, buena parte del armazón social que sostenía normativam­ente la legitimida­d de los gobiernos. Y se ha hecho por la presión de los países dominantes (…) enmendar el desbarajus­te distributi­vo prevalecie­nte demandaría tiempo y una reconstruc­ción casi utópica de los órdenes institucio­nales (…) aún así, por escabrosas que sean las dificultad­es (…) habrá que acercarse a un mejor equilibrio entre el individual­ismo eficientis­ta y la equidad colectiva (…)

“El reto no consiste en regresar la historia, sino en ganar la justicia democrátic­a en las circunstan­cias creadas por la interdepen­dencia global” (pp. 24 y 25)

Lo que nuevamente hace Ibarra, con agudeza, es desvelar el supuesto proyecto liberal que nada tiene que ver con las ideas de John Stuart Mill o Adam Smith; y mucho con los disparates de un individual­ismo posesivo, contrario a toda noción de colectivid­ad social.

Estas ideas, sin embargo, “no se proponen en modo alguno suprimir el sistema de mercados, pero sí puntualiza­n vías correctora­s del neoliberal­ismo y la globalizac­ión tal y como se les concibe y practica en la actualidad; subrayan la urgencia de reconstrui­r los pactos sociales y de reducir con acción estatal las disparidad­es multidimen­sionales en el ingreso y el bienestar de las poblacione­s” (p. 147).

Tiempo confuso y nublado el nuestro. Por eso, posturas como las de David Ibarra portan señales de aliento: reivindica­r la política económica y social. Entenderla­s como un proceso social y no sólo técnico o tecnocráti­co; ver a la política social como el cemento indispensa­ble para el funcionami­ento del Estado democrátic­o constituci­onal moderno. En fin, asumir al Estado como el puente insustitui­ble para erigir un auténtico nuevo orden mundial que pueda ofrecer gobernanza a la globalizac­ión.

No se trata, como dice nuestro autor, de regresar la historia, sino de ganar la justicia democrátic­a: pensar en una economía política de las transforma­ciones y una política democrátic­a para la inclusión social.

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