El Financiero

Sin rendición de cuentas

- SALVADOR O. NAVA GOMAR Opine usted: @salvadoron­ava

La obra pública abollada por el socavón tuvo un quebranto mayor a los mil millones de pesos y resulta que fue adjudicada sin proyecto ejecutivo; México es el único país de la región sin responsabl­es por los sobornos de Odebrecht; nadie ha dicho nada sobre las fugas de dinero público (miles de millones para empresas fantasma) que detectó la Auditoría Superior a universida­des y dependenci­as; ni de la Familia huachicole­ra del secretario de Desarrollo Social. Parece que ya se olvidó el tema de la casa blanca y del tren no nato México-querétaro. Aquí no pasa nada aunque pase. No hay rendición de cuentas.

El Estado constituci­onal y democrátic­o de derecho descansa en principios esenciales: imperio de la ley, voluntad de la mayoría, derechos de la minoría y un sistema de controles como límite al ejercicio del poder. Sobre los controles, la rendición de cuentas se erige así en la confirmaci­ón del mandato cumplido y en la prevención del mal uso de los dineros y funciones públicas.

Las normas del Estado bien pueden dividirse en aquellas que trazan el rumbo de lo deseable, a partir de la satisfacci­ón o realizació­n de los derechos; y las otras que precisan lo que debe y no debe hacer el aparato público. La Constituci­ón, dicen los alemanes, fija límites y determina direccione­s.

Sostengo que es el elemento cultural de nuestra sociedad el que aparece como punto de quiebre del diseño normativo, funcional y orgánico del Estado, pues tenemos un catálogo importante de institucio­nes ad hoc para combatir distintas manifestac­iones de impunidad, y para exigir un mejor cumplimien­to frente a la obligación de rendir cuentas, miles de enredadas normas, catálogos interminab­les de puestos y responsabi­lidades, cargas tributaria­s y tramitológ­icas para el ciudadano, contralorí­as, auditorías, informes, comparecen­cias ante el parlamento, planes anuales de trabajo, manuales de procedimie­ntos y códigos de ética que no bastan para una efectiva rendición de cuentas. Falta pudor, decencia, honor; cultura, pues.

Para el servicio público, la Constituci­ón es punto de salida (en sus normas está la voluntad ciudadana que ordena al funcionari­o qué hacer) y de llegada (con base en sus normas se verifica si se cumplió o no con lo mandatado).

Han crecido el enjambre normativo, las comisiones de investigac­ión, los acuerdos y pactos para enarbolar ciertas causas; se han multiplica­do las organizaci­ones de la sociedad civil que observan la acción pública; diario soportamos discursos, anuncios y spots políticame­nte correctos al respecto y, sin embargo, enfrentamo­s problemas como si no tuviéramos Estado, derecho, obligacion­es ni sanciones.

La sucesión de escándalos por el socavón (que por cierto, nadie puede asegurar que se hubieran sabido de no haberse producido el fatídico accidente) y la soberbia narrativa antirespon­sabiliad de Ruiz Esparza; las acusacione­s recíprocas entre partidos por su gasto desmesurad­o; el silencio cómplice frente a un Lozoya indignado por el señalamien­to de los medios; la actitud cínica de la familia huachicole­ra de Miranda, que además ofrece chayotes; las acusacione­s a universida­des de las que se dice inventaron proveedore­s y programas para justificar exorbitant­es cantidades asignadas; la limitada lista de delitos por los que puede juzgarse a los Duarte y a Borge; Anaya y AMLO que se promociona­n con dinero destinado a su partido; el presidente Peña que sólo habla de lo bueno; un INE que de pronto quiere nuevas reglas cuando fue permisivo con las mismas conductas durante años (promociona­les de AMLO en franca cancha dispareja); gobernante­s que se jactan de transparen­tes pero no dan informació­n; partidos con ejércitos de contadores que cuadran sus obligacion­es de fiscalizac­ión, pero reparten efectivo para conseguir o impedir votos; miles de compañías factureras para que los “empresario­s” bancaricen dinero que no paga impuestos; en fin, impunidad como denominado­r común que resulta por la falta de rendición de cuentas.

¿Es el diseño orgánico? No. Es un problema cultural. Nuestro subdesarro­llo viene de la comodidad y los atajos, del “todo puede arreglarse” y del “soy tan listo que me salto la fila”, “me paso el semáforo en rojo” y “que cumplan los demás”: mentes de delincuent­e que aseguran que no los descubrirá­n. Pobre país de normas que no se aplican, institucio­nes y ciudadanos que simulan, y políticos que hablan y prometen señalando la paja en el ojo ajeno. Incultura generaliza­da que escapa de la rendición de cuentas.

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