Sin rendición de cuentas
La obra pública abollada por el socavón tuvo un quebranto mayor a los mil millones de pesos y resulta que fue adjudicada sin proyecto ejecutivo; México es el único país de la región sin responsables por los sobornos de Odebrecht; nadie ha dicho nada sobre las fugas de dinero público (miles de millones para empresas fantasma) que detectó la Auditoría Superior a universidades y dependencias; ni de la Familia huachicolera del secretario de Desarrollo Social. Parece que ya se olvidó el tema de la casa blanca y del tren no nato México-querétaro. Aquí no pasa nada aunque pase. No hay rendición de cuentas.
El Estado constitucional y democrático de derecho descansa en principios esenciales: imperio de la ley, voluntad de la mayoría, derechos de la minoría y un sistema de controles como límite al ejercicio del poder. Sobre los controles, la rendición de cuentas se erige así en la confirmación del mandato cumplido y en la prevención del mal uso de los dineros y funciones públicas.
Las normas del Estado bien pueden dividirse en aquellas que trazan el rumbo de lo deseable, a partir de la satisfacción o realización de los derechos; y las otras que precisan lo que debe y no debe hacer el aparato público. La Constitución, dicen los alemanes, fija límites y determina direcciones.
Sostengo que es el elemento cultural de nuestra sociedad el que aparece como punto de quiebre del diseño normativo, funcional y orgánico del Estado, pues tenemos un catálogo importante de instituciones ad hoc para combatir distintas manifestaciones de impunidad, y para exigir un mejor cumplimiento frente a la obligación de rendir cuentas, miles de enredadas normas, catálogos interminables de puestos y responsabilidades, cargas tributarias y tramitológicas para el ciudadano, contralorías, auditorías, informes, comparecencias ante el parlamento, planes anuales de trabajo, manuales de procedimientos y códigos de ética que no bastan para una efectiva rendición de cuentas. Falta pudor, decencia, honor; cultura, pues.
Para el servicio público, la Constitución es punto de salida (en sus normas está la voluntad ciudadana que ordena al funcionario qué hacer) y de llegada (con base en sus normas se verifica si se cumplió o no con lo mandatado).
Han crecido el enjambre normativo, las comisiones de investigación, los acuerdos y pactos para enarbolar ciertas causas; se han multiplicado las organizaciones de la sociedad civil que observan la acción pública; diario soportamos discursos, anuncios y spots políticamente correctos al respecto y, sin embargo, enfrentamos problemas como si no tuviéramos Estado, derecho, obligaciones ni sanciones.
La sucesión de escándalos por el socavón (que por cierto, nadie puede asegurar que se hubieran sabido de no haberse producido el fatídico accidente) y la soberbia narrativa antiresponsabiliad de Ruiz Esparza; las acusaciones recíprocas entre partidos por su gasto desmesurado; el silencio cómplice frente a un Lozoya indignado por el señalamiento de los medios; la actitud cínica de la familia huachicolera de Miranda, que además ofrece chayotes; las acusaciones a universidades de las que se dice inventaron proveedores y programas para justificar exorbitantes cantidades asignadas; la limitada lista de delitos por los que puede juzgarse a los Duarte y a Borge; Anaya y AMLO que se promocionan con dinero destinado a su partido; el presidente Peña que sólo habla de lo bueno; un INE que de pronto quiere nuevas reglas cuando fue permisivo con las mismas conductas durante años (promocionales de AMLO en franca cancha dispareja); gobernantes que se jactan de transparentes pero no dan información; partidos con ejércitos de contadores que cuadran sus obligaciones de fiscalización, pero reparten efectivo para conseguir o impedir votos; miles de compañías factureras para que los “empresarios” bancaricen dinero que no paga impuestos; en fin, impunidad como denominador común que resulta por la falta de rendición de cuentas.
¿Es el diseño orgánico? No. Es un problema cultural. Nuestro subdesarrollo viene de la comodidad y los atajos, del “todo puede arreglarse” y del “soy tan listo que me salto la fila”, “me paso el semáforo en rojo” y “que cumplan los demás”: mentes de delincuente que aseguran que no los descubrirán. Pobre país de normas que no se aplican, instituciones y ciudadanos que simulan, y políticos que hablan y prometen señalando la paja en el ojo ajeno. Incultura generalizada que escapa de la rendición de cuentas.