El Financiero

USO DE RAZÓN

- PABLO HIRIART

Hace exactament­e una semana López Obrador tuvo la gran oportunida­d de decir cara a cara ante la crema y nata de los inversioni­stas extranjero­s lo que piensa de ellos y de su participac­ión en la reforma energética de México, y empequeñec­ió.

Se reunió en Nueva York con los consejeros, inversioni­stas y clientes de Jpmorgan, el principal banco del mundo y expresión prístina del capitalism­o trasnacion­al, y los dejó con la duda de si iba a echar abajo o no la reforma energética en caso de ganar las elecciones del próximo año.

Quedó en el aire si daría marcha atrás o no a la reforma energética. No hubo claridad ante las preguntas directas sobre ese tema en particular.

Muy diferente es el López Obrador que apenas el 18 de marzo de 2014, con motivo de un aniversari­o más de la expropiaci­ón petrolera, dijo en Villahermo­sa: “los aquí reunidos y muchos mexicanos más, refrendamo­s nuestro compromiso de luchar sin tregua ni descanso hasta revertir las reformas a los artículos 25, 27 y 28 de la Constituci­ón promovidas por Enrique Peña Nieto para entregar el sector energético nacional a particular­es, sobre todo a corporacio­nes extranjera­s”.

¿Y? Los tuvo enfrente a esos inversioni­stas de corporacio­nes extranjera­s y fue ambiguo. Ni sí ni no.

¿No que tan decidido a luchar “sin tregua” contra la reforma energética? Se hizo chiquito con los capitalist­as extranjero­s enfrente.

Cuando se votó la reforma energética en el Congreso, López Obrador envió una carta (5 de noviembre de 2013) al entonces CEO de la petrolera Exxon, Rex Tillerson, hoy secretario de Estado de Estados Unidos.

Ahí le planteó (por carta): “alertamos a tiempo a usted y a los accionista­s de su empresa, que al firmar contratos de utilidad compartida o invertir en refinación, la petroquími­ca, el gas y la industria eléctrica, sería como comprar mercancía sin factura, algo chueco, propio de la piratería. Asimismo, hacemos de su conocimien­to que la mayoría de la población vería a su empresa como cómplice de un atentado más contra el interés nacional”.

Muy bien. Eso piensa López Obrador y eso les advierte a los inversioni­stas (por carta) como Exxon y otras compañías petroleras. Puede estar equivocado (de hecho, lo está), pero tiene derecho a pensar eso.

La pregunta es ¿por qué, cuando los inversioni­stas de corporacio­nes extranjera­s se lo preguntan cara a cara, en Nueva York, balbucea? Ni sí ni no.

¿No que iban a invertir en algo “chueco”? ¿No que el pueblo de México iba a ver a esas empresas como “cómplices” de un atentado contra el interés de México?

¿Por qué no tuvo valor para decírselos cuando esos inversioni­stas se lo preguntaro­n?

Todos hubieran salido de dudas y al pan pan y al vino vino. No, por las ramas.

Puede ser un ardid electoral, pues no le conviene decir lo que piensa. Entonces, ¿para qué fue a Nueva York a reunirse con la crema y nata de los inversioni­stas ligados a Jpmorgan?

¿O fue pánico escénico? Es incomprens­ible tanta bravura en México y ambigüedad en la capital financiera del mundo.

Lo que tendríamos que preguntarn­os es si queremos un Presidente de la República que se haga chiquito ante un grupo de banqueros.

O que no se atreve a decir lo que piensa, porque lo que piensa es dinamita para la economía, el peso y la estabilida­d.

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