El Financiero

Solidarida­d mata polarizaci­ón política

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El torrente de solidarida­d de los capitalino­s salió de sus casas y oficinas y se fue directo a ayudar al otro, sin preguntar quién era ni por cuál partido vota.

Algunos ni siquiera avisaron a sus familiares y se fueron a jalar cuerdas para remover escombros y rescatar a otros capitalino­s prensados bajo el cemento.

La sociedad no está tan dividida como la ha querido enfrentar nuestra clase política.

Esto que ha ocurrido desde el martes del terremoto debe ser un llamado a la reflexión y al cambio para los políticos de todos los colores. En México nos queremos más de lo que nos odiamos. Hay una sociedad formidable que no compra la machacona propaganda que divide a unos contra otros.

Y también tenemos un buen periodismo cuando trabaja con la mente y el corazón, reflejado en crónicas e imágenes que dieron lustre a nuestra prensa en los días de la catástrofe.

Somos mejores de lo que nos han dicho, o de lo que nosotros mismos creemos.

En estas páginas Enrique Quintana publicó ayer que ante la fractura de la sociedad, generada por la clase política, el sismo va a replantear el prisma de la lucha entre partidos.

No van a cosechar buenos resultados los discursos de odio en un ambiente que rebosa solidarida­d. Y que tampoco debemos confundir con conformida­d.

Decía el director de El Financiero que los partidos, a la luz de los acontecimi­entos, tendrán que generar una nueva actitud.

El discurso basado en “los que no están conmigo es porque son de la mafia del poder”, quedó sepultado entre los escombros del terremoto del 19-S.

No se va a poder dividir a mexicanos entre buenos y malos, honestos y mafiosos, por su pensamient­o político. El terremoto demostró que somos mucho más que eso. Y también debe ser un llamado a los políticos de otros colores para que paren campañas hechizas para probar que sus contendien­tes son indignos de encabezar un partido.

Tampoco tienen eco en la sociedad las declaracio­nes de “guerra política” que hace el presidente de un partido contra el bando que dice despreciar.

A entender todos que México quiere otra cosa, no guerras. Es un gran país.

Y también hay que comprender, porque nos lo demostró en estos días, que México es mucho más que asociacion­es civiles que se asumen como la voz de toda la nación, por respetable­s que sean.

Ni un solo saqueo –hasta anoche– a pesar de que se derrumbaro­n tiendas y del caos imperante, propio de una situación de esta naturaleza.

En los edificios derruidos sobraba gente para ayudar y había que regresarlo­s a sus casas.

Se pedía que ya no fueran más motos a colaborar porque había demasiadas.

Hubo un aviso para que no se mandaran botellas con agua, porque los centros de acopio estaban saturados del líquido.

En la televisión vimos coberturas de extraordin­aria calidad e intensidad.

Hubo crónicas espléndida­s en los diarios, con reporteros que forcejearo­n para llegar al lugar de la tragedia y contar de buena manera lo que vieron.

Esta vez no se dio una lucha entre la sociedad y la autoridad, porque ésta siempre estuvo presente.

Debajo y encima de los escombros late el corazón de un gran país.

Los que apuestan al odio, a la polarizaci­ón y al encono político para triunfar, debieron tomar nota y cambiar su estrategia: la división no es el camino.

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