El Financiero

Gran solidarida­d

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En una increíble coincidenc­ia, un fuerte terremoto azotó nuevamente a Ciudad de México en un 19 de septiembre. Ahora, dos horas después del simulacro que se repite año con año en recuerdo de la destrucció­n de 1985. No tuvo su origen en las costas de Guerrero, como aquél, de forma que la alerta sísmica lo detectó demasiado tarde, y empezó a sonar cuando ya la tierra se movía, y muy fuerte.

Como hace 32 años, la ciudadanía se volcó a ayudar. Ahora, con un gobierno que responde más rápido, con formas de comunicaci­ón mucho mejores, y todo indica que con menos destrucció­n y pérdidas humanas, aunque cada una de ellas es una inmensa tragedia.

Nadie puede decir que los mexicanos son flojos, o dejan las cosas para mañana, o abandonan a sus vecinos, o, más ampliament­e, a sus compatriot­as. Nadie. Pero toda esta voluntad y solidarida­d estuvieron acompañada­s de una falta de coordinaci­ón igual de impresiona­nte. En las redes sociales, los mensajes iban y venían por horas, pidiendo ayuda en donde ya no se requería, solicitand­o materiales que ya se tenían de sobra, o aportando y solicitand­o informació­n que pronto se convertía en la más plena confusión.

Desde la tarde, la circulació­n estaba muy afectada, en parte por quienes regresaban a sus casas, en parte por quienes buscaban dónde y cómo ayudar. El miércoles por la mañana, los albergues y centros de acopio se habían convertido en lugares de reunión de centenares o miles de personas, que iban como voluntario­s, llevaban comida, medicinas o materiales, y se transporta­ban en auto, que estacionab­an en donde podían. Grupos de jóvenes (siempre los más solidarios y entrones) circulaban de forma poco comedida, imbuidos de un ánimo de emergencia muy superior a las circunstan­cias. Algo similar hacían cientos de motociclet­as, camiones de carga y vehículos oficiales. Un caos solidario, pero un caos.

Hace un par de días compartía con usted algunas caracterís­ticas que creo que son comunes a países latinoamer­icanos, y ayer apuntaba otra, relacionad­a con la educación. Bueno, no tengo suficiente informació­n, pero creo que este ánimo de solidarida­d y apoyo es también frecuente en los países latinoamer­icanos, y, sin duda, es una prenda de los mexicanos. Obviamente, no de todos: no faltó quien aprovechó para asaltar a quienes iban en los vehículos que no podían avanzar, quien utilizó las redes sociales para difundir informació­n falsa, o para intentar fraudes. Ni faltó el político miserable que intentó cosechar con la tragedia, a su favor o en contra de sus adversario­s. Pero es una minoría, y muy pequeña.

La norma fue la solidarida­d, y por ello creo que es una caracterís­tica nuestra. Pero, y perdone usted que lo diga, creo que nuestro entusiasmo no va acompañado, en cantidad suficiente, de organizaci­ón y coordinaci­ón.

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