Trump en la ONU
Mi solidaridad con todas las víctimas de los sismos y mi reconocimiento de corazón a todos los brigadistas y rescatistas. #Méxicoes tádepie.
El pasado lunes 18 de septiembre inició el periodo de sesiones anual de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Se trata del septuagésimo segundo de la organización y del primero del secretario general António Guterres y de los presidentes de Estados Unidos y Francia.
Los temas que han tratado líderes y sus delegaciones son múltiples y complejos. Hay algunos apremiantes por su actualidad como la amenaza norcoreana y el genocidio del pueblo rohingya en Myanmar. Hay otros asuntos que son relevantes porque es necesario el consenso de la comunidad internacional para avanzar en su atención, como la migración, la lucha contra el cambio climático, el terrorismo y la ciberseguridad.
En campaña, Trump se refirió a la ONU como un club para hablar y “pasarla bien”; se pensaba que este desdén provocaría un viraje hacia el aislacionismo y una preferencia por acciones unilaterales. Por eso, el mensaje del lunes 18 se recibió de manera ambivalente, cuando el presidente emitió algunos mensajes positivos sobre la Organización.
Se atribuye esta cierta moderación a Nikki Haley, la representante permanente de Estados Unidos ante la ONU, exgobernadora de Carolina del Sur, quien, hasta este año, no tenía ninguna experiencia internacional. Haley, republicana conservadora de origen indio, ha mostrado gran habilidad política lo que le ha permitido ganarse a los más escépticos. Su mayor logro ha sido que el Consejo de Seguridad aprobara dos resoluciones para imponer mayores sanciones a Corea del Norte. Parece también la funcionaria del gobierno de Estados Unidos más comprometida con la reforma del Consejo de Derechos Humanos. El desempeño de Haley ha sido tan positivo que se habla de que es la secretaria de Estado en la sombra. Incluso se rumora que sustituirá a Rex Tillerson al frente del Departamento de Estado.
En su intervención del martes 19, Trump ciertamente, ya no fue tan crítico de las Naciones Unidas, pero insistió en despreciar las soluciones negociadas, en el propio “santuario” de la paz y la solución pacífica de los conflictos. Su discurso fue por veces pragmático, otras realista y en las más un “halcón” aislacionista. Si en la primera mitad del discurso habló de los principios internacionales de la soberanía de los Estados y de la importancia de la no intervención, en la segunda exhortó a terminar con los regímenes autoritarios en Irán, Cuba y Venezuela. El aspecto más sonado fue la amenaza bélica dirigida a Kim Jong-un: “Si Estados Unidos se ve obligado a defenderse a sí mismo o a sus aliados: ‘No tendremos más opción que destruir totalmente a Corea del Norte’”.
Otro tema que le obsesiona y del que habló esta semana, es el de la necesidad de reformar las Naciones Unidas y hacerla menos burocrática y más eficiente. Indudablemente es algo en lo que muchos podemos coincidir, sin embargo, su preocupación se debe a que quiere que su país pague una cuota menor al 20% del presupuesto total, que en estos momentos tiene asignada, de acuerdo con su PIB y otras variables. Insiste, como en el caso de la OTAN, que otros países se están “aprovechando” de Estados Unidos y deben contribuir con más recursos.
De esta manera, la primera visita de Trump a la ONU tuvo claroscuros marcados. Se reunió con su principal aliado en el Medio Oriente (Netanyahu) y con el mandatario europeo con quien sostiene mayores diferencias retóricas (Macron), pero un diálogo abierto. Coincidió con Guterres en la reforma de las Naciones Unidas para hacerla más eficiente, más transparente y menos dependiente del financiamiento de Estados Unidos, pero confirmó la salida de su país del acuerdo de París. Queda la impresión en esta Asamblea General Trump desperdició la oportunidad de presentar una visión comprensiva del mundo (más allá de la de su libro del arte de la negociación) y que ha infundido más temor que tranquilidad a sus aliados sobre la conducta de Estados Unidos en el futuro inmediato.