Darle permanencia al nuevo espíritu
Los mexicanos tenemos hoy un gran desafío:
darle permanencia al espíritu que emergió esta semana, tras el sismo del martes.
En las filas que se formaron para remover escombros pasándolos de mano en mano,
nadie le preguntaba a su vecino por sus preferencias políticas.
Hubo una tarea a la cual nos enfocamos y sabíamos que se necesitaba la colaboración de todos para que se pudiera lograr.
En la intensa búsqueda de sobrevivientes tampoco se ha reparado en si la persona a ser rescatada era hombre o mujer; si era formal o informal; de izquierda o derecha. Hubo un valor más grande: tratar de salvar vidas.
Miles y miles se movilizaron sin más interés que colaborar a un propósito superior: ayudar en la desgracia. Poner un granito de arena en el alivio del dolor fue la máxima satisfacción.
Al paso de los días, ya no habrá a quien rescatar y al de las semanas, tampoco será necesario el acopio de bienes para apoyar a quienes perdieron sus viviendas.
Pero, la vivencia de la movilización solidaria habrá quedado como una huella indeleble en la mente de miles de jóvenes, que la compartirán con muchos más y por ello se convertirá quizás en la experiencia cívica más profunda que haya vivido México en todo este siglo.
Lo deseable es que la clase política como un todo aprendiera y supiera que, más allá de diferencias, debe operar como esa fila de personas que se pasaban los escombros de mano en mano.
Es probable que le esté pidiendo peras al olmo. Pero, tampoco es imposible que algunos reaccionen.
Es inevitable la búsqueda de paralelismo con lo sucedido en 1985. En cuanto al desastre, no hay punto de comparación, fue muchísimo mayor entonces. Pero, la existencia de las redes sociales, de un mundo interconectado, hará que, muy probablemente, el impacto de la experiencia
de los días recientes sea aún más grande.
Será de entrada un cambio personal que habrá de socializarse. Pero inevitablemente se va a convertir también en un cambio político.
Es casi imposible saber qué profundidad podrá tener ese cambio, pero no sería sorpresivo que implicara una completa modificación de las percepciones de am- plias capas de la población.
Quizás por el temor a esa nueva realidad de ciudadanos activos y movilizados, los partidos políticos y legisladores brillaron por su ausencia.
Tal vez saben que pretender usar a esa fuerza incontenible de jóvenes volcados en el apoyo y el rescate, sería jugar con fuego y quedar ‘chamuscados’.
Sin embargo, si hay políticos u organizaciones que sinceramente busquen ser expresión de esos grupos emergentes, podríamos tener sorpresas en la vida política mexicana.
El debate público acerca de hacer lo necesario para canalizar los recursos asignados a las campañas hacia la reconstrucción, puede ser apenas el comienzo de un cambio profundo en el sistema de partidos en México.
En el mundo hay testimonios recientes de cambios políticos que se han producido de manera inesperada. Recuerde tan sólo el caso de Macron en Francia.
Tras lo que estamos viviendo luego del sismo en la Ciudad de México, quizás lo que parecía prácticamente imposible hace un par de meses, hoy es algo que ya no se ve tan distante.