El Financiero

Ahora, la reconstruc­ción

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Hace unas semanas el país vivió el sismo más grande en 100 años, grandes pérdidas humanas se concentrar­on en los estados más pobres del país. Días después, el país volvió a cimbrarse, pegándole otra vez a los estados que ya estaban afectados por el temblor previo y a la Ciudad de México. Los que aquí vivimos hemos sido testigos de muestras infinitas de solidarida­d, de empatía y de apoyo. Los habitantes de esta ciudad han mostrado que son mucho más que el caos, el desorden y el tráfico. Esta enorme ciudad desbordada de gente y de problemas, también se desbordó en ayuda. Dentro de la tragedia, se siente un calor en el corazón al ver los centros de acopio llenos y a la gente, a la gran mayoría, apoyando desde su trinchera.

La emergencia sigue, pero también es momento de ver hacia delante. Hay miles de edificios dañados, miles de viviendas destruidas. Miles de personas desplazada­s de sus hogares necesitan un lugar para vivir. La reconstruc­ción debe de ser inminente. Y ahí es donde habrá que estar atentos. Más que nunca.

Todavía no están los dictámenes periciales de los edificios colapsados, pero por lo que se observa a solo una semana, muchos de éstos fueron construido­s bajo la sombra de la corrupción, corrupción que abarca al gobierno y al sector privado en varios niveles. Pronto el gobierno detallará los esquemas de apoyo que están diseñándos­e, pero lo que es un hecho es que habrá mucho dinero involucrad­o. En ese río revuelto se puede pervertir el uso que se le dé a los recursos destinados a la reconstruc­ción.

Rosario Robles, la titular de la SEDATU, señaló ayer que el mejor camino para hacerle frente a los daños, por lo menos en Oaxaca y Chiapas, será el de “autoconstr­ucción asistida”. Se darán monederos electrónic­os con un monto de alrededor de 80 mil pesos (está por definirse) y se trabajará con proveedore­s de material de construcci­ón. Si bien suena a un esquema colaborati­vo e incluso motivacion­al porque se hace a la población afectada partícipe de la propia reconstruc­ción de su patrimonio, todo el esquema puede volverse no solo ineficient­e y corrupto, sino también peligroso.

El tener acceso a cemento y a material no nos hace constructo­res. No basta construir, hay que hacerlo con estándares de calidad que tomen en cuenta la tierra, la zona, la región donde se pretende construir. No basta con que se otorgue un manual de capacitaci­ón o un curso exprés de cómo deben de ser los cimientos de una vivienda. Veamos las casas destruidas en Oaxaca, Morelos, Chiapas. La mayoría son viviendas autoconstr­uidas. La Comisión Nacional de Vivienda, estima que 58.3 por ciento de las viviendas del país son autoconstr­uidas. ¿Cuáles son los estándares de calidad, de seguridad de estas viviendas? Ninguno.

La SEDATU empezará haciendo un censo de las unidades dañadas o que necesitará­n ser reconstrui­das y a partir de ahí tiene diferentes esquemas de acción. Se pueden dividir las necesidade­s de construcci­ón en “paquetes” y a partir de ahí invitar a diversas constructo­ras a que participen en un concurso. Todavía no llegamos a la asignación y ya hay problemas. El censo no es público, debería serlo, pero no lo ha sido en las experienci­as recientes. Debemos de exigir que lo sea. La convocator­ia no es abierta, es por invitación. Eso también es una invitación a la corrupción.

Los constructo­res relatan que no hay una sola obra, ni una sola, en la que no se les pida “mordida” en diferentes etapas de la construcci­ón, desde la obtención del permiso inicial hasta para lograr el pago por el trabajo realizado, sin contar todas las autorizaci­ones intermedia­s. El llamado diezmo, me comentan, se ha incrementa­do en los últimos años. Ya no se les pide el 10 por ciento del valor de la construcci­ón, sino entre el 25 y el 30. El soborno puede ser a través de kickbacks, en los que se exige el pago en efectivo entregado en maletas, en coches de lujo, en facturació­n falsa o en propiedade­s de la misma constructo­ra. La imaginació­n no tiene límite.

Las constructo­ras asumen el costo de la corrupción. Pero eso no significa que lo absorban. En gran parte de los casos —que terrible ejemplo nos proporcion­a el sismo— lo transfiere­n a los usuarios, a los que viven o trabajan en esos inmuebles, mediante el uso de materiales más baratos y de menor calidad.

Si el esquema es el de entregar monederos, lo que se genera automática­mente es un mercado secundario de los mismos. Hay quien compra el monedero a una fracción de su valor, lo paga en efectivo, y se hace de una ganancia al usarlo. De esta forma, los recursos pocas veces, poquísimas, llegan al fin para el que fueron destinados. Ya vimos que la corrupción cuesta, cuesta vidas también. Estamos a punto de empezar un proceso de reconstruc­ción importante. Hagámoslo bien, que la corrupción no cueste más vidas. Hoy más que nunca la rendición de cuentas debe de ser fundamenta­l. Dicen que las crisis pueden ser oportunida­des. La única forma de que esta lo sea es que lo exijamos.

Opine usted: @Valeriamoy

*La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿cómo vamos?

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