El Financiero

Venezuela, diálogo de cenizas

- ALFREDO ANGULO RIVAS. ** Profesor del Colegio de Humanidade­s de la Universdad del Claustro de Sor Juana CDMX y Profesor Titular de la Universdad de Los Andes en Venezuela

Pese a su hondo dramatismo, el agravamien­to de la crisis en Venezuela pareciera, a primera vista, indicar que el país ha entrado en un punto muerto.

La novedad radica en la cada vez más firme reacción internacio­nal. El desconocim­iento de la Asamblea Constituye­nte, la expulsión de Venezuela del Mercosur, la Cumbre de cancillere­s en Lima, el informe del Comisionad­o de derechos humanos de la ONU, así lo indican.

El ciclo de nuevas medidas, que incluyen la suspensión de visas y congelamie­nto de bienes a funcionari­os, familiares y empresario­s cercanos al gobierno de Nicolás Maduro, revelan la convicción de los gobiernos de que las sanciones son un medio efectivo para la promoción del cambio del status quo.

Con tres quinquenio­s de controles oficiales, la guerra económica es un argumento que luce poco creíble. El país ha perdido un tercio de su Producto Interno Bruto (PIB), siguiendo un curso de acción ruinoso que contrasta con el desempeño de sus aliados ideológico­s en la región.

Los centros académicos se esfuerzan por descifrar el enigma. Con todo, Nicolás Maduro sigue ahí, aferrado. De ser cierta la hipótesis de que Venezuela se ha adaptado a las sanciones económicas, entonces cabe colegir que está fallando la dimensión de lo político.

Más allá de la política como tal, instrument­al, inmediata y utilitaria, acaso en Venezuela ha faltado un acuerdo respecto a la naturaleza del proyecto oficial, la forma del gobierno, su modo de tomar decisiones, y el juego de los actores en el tablero internacio­nal.

En este contexto podrían ser colocados los llamados a diálogo. Su fracaso provocó una dinámica que, a efectos prácticos, se traduce en una marea humana de desplazado­s que impacta en la región.

El fracaso reiterado de las conversaci­ones es imputable al gobierno. Ni más ni menos. En cada invitación al diálogo, ha salido beneficiad­o: anula las presiones de afuera y de adentro e incumple sus promesas.

En la primera mediación no hubo un cronograma electoral. Para la segunda, tampoco fue posible el referendo revocatori­o. La tercera pretendió, en vano, que no se convocara a Asamblea Constituye­nte. Ya no es posible que el gobierno de Maduro pueda engañar al mundo.

Pero la conciencia de nada sirve cuando hay valores materiales. China y Rusia poseen interés comercial en el país, apuestan a la sobreviven­cia de un régimen antiestado­s Unidos, y una debilidad mayor del gobierno de Venezuela les permitiría sacar mejores posiciones y ventajas.

Si la salida es global, global debe ser la negociació­n. Maduro está dispuesto a ceder todo a cambio de continuar en la presidenci­a. La Habana es el poder más influyente y, acaso, sea el poder real tras el trono. Pero nada cambiará mientras sigan llegando turistas, remesas e inversione­s a la isla.

De no ocurrir el giro deseable, Venezuela proseguirá bajo examen. La crisis humanitari­a, su cimbreante expresión en miles de venezolano­s que al caminar arrastran los pies, será su faceta descarnada.

La otra, probable, será el cambio del negocio petrolero al tráfico más rentable del oro blanco de los alcaloides. Mientras tanto, el venezolano de a pie seguirá comiendo su cena de cenizas.

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