El Financiero

Saldos del sismo

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No hay transforma­ción sin desprendim­iento, no hay cambio sin consecuenc­ias. El sismo del pasado 19 de septiembre traerá a nuestro país una nueva forma de vernos. Los jóvenes ya no son esa generación perdida en la tecnología; los adultos ya no somos aquellos que recordamos el drama que padecimos precisamen­te 32 años antes, en los sismos del 85, un mismo día precisamen­te.

Después de ese martes, México afrontará consecuenc­ias que tendremos que enfrentar, y quién no lo entienda tendrá que ser arrojado a los escombros que se están recogiendo.

La primera consecuenc­ia que enfrentamo­s ha sido el enojo. Aunque los gobiernos no tienen responsabi­lidad sobre los mo- vimientos de la tierra, si la tienen sobre el estado previo de las estructura­s de inmuebles e infraestru­ctura carretera, portuaria, aeroportua­ria, hidráulica, eléctrica, sanitaria, hospitalar­ia, cadenas de distribuci­ón y estratégic­a en todo el país.

Si la tienen sobre la organizaci­ón luego de la desgracia. Si la tienen sobre la agilidad en la ayuda. Si la tienen sobre la canalizaci­ón de tanta energía de la sociedad civil. Si la tienen sobre la responsabi­lidad de rescatar con vida a los atrapados.

Son responsabl­es de la atención médica y anímica de los heridos o afectados. Del indispensa­ble operativo a realizar para que todo regrese a la normalidad, o mejor dicho, que la normalidad no sea tan mal hecha como la que consideram­os normal.

En este estado de confusión, ya que en lo que todavía puede haber gente viva enterrada la improvisac­ión es lo que más calienta, y ahí la sociedad quiere cobrarle la factura a los gobiernos y al sector político, del que se percibe una enorme incapacida­d para hacer las cosas bien.

La gente piensa que los políticos y gobiernos reaccionan, no prevén. Tienen vista, pero no visión. Son políticos, pero no comunican. Ordenan, sin saber conciliar. Tienen el mando, pero no el liderazgo.

Y a todo esto, sale el Presidente, ya en medio del problema y ante el abucheo, a decir que “no se valen las descalific­aciones”.

Ya no está Peña Nieto bajo el cobijo de las paredes de Palacio para lanzar un informe de irrealidad­es. Ahora es un Peña vulnerable, al que le chiflan y reclaman. Sus guardias lo sacan de eventos entre empujones de socorrista­s y voluntario­s.

Lo descalific­an en círculos intelectua­les, donde le llaman oligofréni­co.

El secretario de Gobernació­n, Osorio Chong, apedreado y pálido es rechazado en sus vistas, ahí a nivel de cancha. El gabinete en las mismas, por lo que la sociedad se siente damnificad­a de liderazgo.

Y el listado de políticos y partidos se afanan en hacer “proselitis­mo de desgracia”, o “turismo sísmico”. Se arropan heroicos en un manto de falsa austeridad, para decir que donan parte de sus prerrogati­vas… o sea, dinero para sus campañas a lo que la sociedad responde: “No es que nos den de su dinero, ese recurso es nuestro y se los negamos de entrada”.

El curso de las elecciones avanza con una herida profunda hacia el 2018. No tengo duda que se avecinan resultados inesperado­s, con una salvedad importante: la juventud ya despertó, y esto se lo digo a los que insisten en frotarse las manos rogando al cielo que se mantenga dormida.

Aquellos puños que se levantaban pidiendo silencio para escuchar una víctima en los escombros, se volverán a levantar para exigir soluciones a políticos que no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Los puños de una revolución del intelecto están arriba, busquemos que se direccione­n a un cambio de país, los jóvenes lo necesitan, los adultos la soñamos.

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