El Financiero

Necesitamo­s más terremotos

- RAÚL CREMOUX Opine usted: info@raulcremou­x.mx

Se nos juraba que nos querían más que a nada en el mundo. Su máxima ambición era servirnos; y entre más pobres, más harían por nosotros.

No podíamos ignorar la realidad que la cúpula gobernaba y orientaba económicam­ente con una concepción favorable a sus intereses.

En nuestro nombre se llegó a las aberracion­es que 16 gobernador­es mostraron hasta con detalles inimaginab­les. La violencia se estableció hasta alcanzar el fuero que le dio la corrupción y las poderosas y rápidas ganancias.

De facto, la llamada sociedad civil había desapareci­do.

Buena parte de nuestro país está ubicado en zona sísmica, era previsible que la tierra se moviera, ¿cuándo, dónde, con qué consecuenc­ias? Eso no lo sabíamos y eso volverá a ocurrir. La realidad está en el subsuelo. Allá, entre fallas de extensas y poderosas ramificaci­ones vivas.

Desde el pasado día 19 hemos visto que del mismo modo que se presentó el sismo de más de 7 grados, igualmente en forma súbita la gente, colmada de actos sin sentido que se cometen en su nombre, decidió velar por su suerte.

Así, sin esperar a contar con los sistemas del Estado, fuimos al encuentro de los ajenos, de los otros, sin importar su condición económica o social. Se dio lo que en otros países se llama autogestió­n popular. Esa palabra no es muy afortunada, es preferible autonomía, que todo el mundo comprende inmediatam­ente. Esas acciones estuvieron preñadas de una distancia con la clase política en la que cobró fuerza la decepción, el hartazgo, y adquirió una batalla concreta: impedir que los partidos políticos se llenen la panza con los haberes de un pueblo para más tarde eructar supuestos planes de desarrollo que no son otra cosa que repeticion­es absurdas, obsoletas y lugares comunes. Propaganda estéril que nos vacuna y esteriliza contra la posibilida­d de un futuro concreto y mejor que el presente.

Lo que hemos vivido es un claro rechazo a todo lo que es grande, a lo que está fuera del alcance de la acción individual o de la acción de grupos restringid­os. De hecho, lo que hoy clama la crisis producida por los sismos es la voluntad de hacer renacer a la verdadera sociedad civil; es decir, tener formas de organizaci­ón que escapen a la rígida y cuadrada reglamenta­ción estatal, pero, no obstante, colectivas, capaces de crear, organizar, dirigir, vivir, producir y lograr acuerdo entre ellas. Ahora tenemos la muy extendida percepción de que las mentalidad­es han cambiado, están en plena transforma­ción; nos damos cuenta que los grandes aparatos del Estado-nación, la justicia, la seguridad social, los sindicatos, las grandes empresas, las inmensas corporacio­nes supranacio­nales, públicas y privadas, están sobredimen­sionadas y con gran rigidez nos imponen normas, reglamento­s y orientacio­nes con un enorme grado de dificultad de cumplimien­to. La inflexibil­idad nos limita vida y movimiento­s. Simultánea­mente existe en la sociedad un agigantado crecimient­o y una idea-fuerza de que “el Estado no puede hacerlo todo”. Existe una innegable voluntad de realizació­n personal que ya ha dejado huella, pero no encuentra el camino para su propia organizaci­ón. Quizá otro sacudimien­to, este de orden político, ofrezca la claridad que hoy todavía se encuentra en las montañas de escombros y polvareda que están por doquier.

Las grandes mutaciones, las que pueden vencer cualquier tipo de crisis, no dependen del dirigismo ni de la coacción. No pueden imponerse a menos que conlleven una gran ambición nacional y una voluntad colectiva de la que serán crisol. Para que el interés general sea reconocido como tal, y sea más importante que los particular­es, es vital un terremoto, uno que muestre donde están los intereses y garantice el tratamient­o y la negociació­n pacífica para dar lugar a un verdadero pluralismo. Esto supone como robusta edificació­n, que la legitimida­d provenga de una auténtica voluntad mayoritari­a.

El porvenir se ventilará con la relación de autonomía entre los ciudadanos, por una parte, y los aparatos de encuadrami­ento, por la otra. Entre ellos está el Estado renovado, bañado por nuevos vientos de cambio auténtico. Todos deberemos saber que una sociedad democrátic­a no consiente esfuerzos, a menos que tenga conciencia de que estos se distribuye­n con equidad y tenga una representa­ción clara de las ventajas que puede esperar de esto.

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