Necesitamos más terremotos
Se nos juraba que nos querían más que a nada en el mundo. Su máxima ambición era servirnos; y entre más pobres, más harían por nosotros.
No podíamos ignorar la realidad que la cúpula gobernaba y orientaba económicamente con una concepción favorable a sus intereses.
En nuestro nombre se llegó a las aberraciones que 16 gobernadores mostraron hasta con detalles inimaginables. La violencia se estableció hasta alcanzar el fuero que le dio la corrupción y las poderosas y rápidas ganancias.
De facto, la llamada sociedad civil había desaparecido.
Buena parte de nuestro país está ubicado en zona sísmica, era previsible que la tierra se moviera, ¿cuándo, dónde, con qué consecuencias? Eso no lo sabíamos y eso volverá a ocurrir. La realidad está en el subsuelo. Allá, entre fallas de extensas y poderosas ramificaciones vivas.
Desde el pasado día 19 hemos visto que del mismo modo que se presentó el sismo de más de 7 grados, igualmente en forma súbita la gente, colmada de actos sin sentido que se cometen en su nombre, decidió velar por su suerte.
Así, sin esperar a contar con los sistemas del Estado, fuimos al encuentro de los ajenos, de los otros, sin importar su condición económica o social. Se dio lo que en otros países se llama autogestión popular. Esa palabra no es muy afortunada, es preferible autonomía, que todo el mundo comprende inmediatamente. Esas acciones estuvieron preñadas de una distancia con la clase política en la que cobró fuerza la decepción, el hartazgo, y adquirió una batalla concreta: impedir que los partidos políticos se llenen la panza con los haberes de un pueblo para más tarde eructar supuestos planes de desarrollo que no son otra cosa que repeticiones absurdas, obsoletas y lugares comunes. Propaganda estéril que nos vacuna y esteriliza contra la posibilidad de un futuro concreto y mejor que el presente.
Lo que hemos vivido es un claro rechazo a todo lo que es grande, a lo que está fuera del alcance de la acción individual o de la acción de grupos restringidos. De hecho, lo que hoy clama la crisis producida por los sismos es la voluntad de hacer renacer a la verdadera sociedad civil; es decir, tener formas de organización que escapen a la rígida y cuadrada reglamentación estatal, pero, no obstante, colectivas, capaces de crear, organizar, dirigir, vivir, producir y lograr acuerdo entre ellas. Ahora tenemos la muy extendida percepción de que las mentalidades han cambiado, están en plena transformación; nos damos cuenta que los grandes aparatos del Estado-nación, la justicia, la seguridad social, los sindicatos, las grandes empresas, las inmensas corporaciones supranacionales, públicas y privadas, están sobredimensionadas y con gran rigidez nos imponen normas, reglamentos y orientaciones con un enorme grado de dificultad de cumplimiento. La inflexibilidad nos limita vida y movimientos. Simultáneamente existe en la sociedad un agigantado crecimiento y una idea-fuerza de que “el Estado no puede hacerlo todo”. Existe una innegable voluntad de realización personal que ya ha dejado huella, pero no encuentra el camino para su propia organización. Quizá otro sacudimiento, este de orden político, ofrezca la claridad que hoy todavía se encuentra en las montañas de escombros y polvareda que están por doquier.
Las grandes mutaciones, las que pueden vencer cualquier tipo de crisis, no dependen del dirigismo ni de la coacción. No pueden imponerse a menos que conlleven una gran ambición nacional y una voluntad colectiva de la que serán crisol. Para que el interés general sea reconocido como tal, y sea más importante que los particulares, es vital un terremoto, uno que muestre donde están los intereses y garantice el tratamiento y la negociación pacífica para dar lugar a un verdadero pluralismo. Esto supone como robusta edificación, que la legitimidad provenga de una auténtica voluntad mayoritaria.
El porvenir se ventilará con la relación de autonomía entre los ciudadanos, por una parte, y los aparatos de encuadramiento, por la otra. Entre ellos está el Estado renovado, bañado por nuevos vientos de cambio auténtico. Todos deberemos saber que una sociedad democrática no consiente esfuerzos, a menos que tenga conciencia de que estos se distribuyen con equidad y tenga una representación clara de las ventajas que puede esperar de esto.