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Ayer le comentaba, a propósito del referéndum catalán, la importanci­a que tienen los cuentos (historias, narracione­s) en la vida de las sociedades. No puedo imaginar nada que sea más importante, aunque sé que desde hace más de un siglo la moda ha sido creer que lo determinan­te es la forma como se produce. Aunque ya lo había advertido el divino Chuy (no sólo de pan vive el hombre), el acelerado crecimient­o económico de los últimos 250 años convenció a muchos de que era eso, lo económico, y no el lenguaje, lo más importante.

Pero una revisión seria de la historia descalific­a esa interpreta­ción, y desde el principio. Usted segurament­e aprendió en la escuela que fue la agricultur­a la que provocó la aparición de las primeras ciudades, pero eso no es cierto. Más o menos tres mil años antes de la agricultur­a, los seres humanos empezaron a vivir en grupos grandes (es decir, de más de 60 individuos), y en establecim­ientos fijos durante todo el año. El pueblo que inició esto, los Natufianos, fue también el primero en adorar a sus antepasado­s (en sustitució­n de las creencias de la época, que un poco anacrónica­mente podemos llamar shamánicas). Hasta antes de ellos, no había grupo humano que lograra vivir de forma estable con más de 60 adultos, porque no tenemos un mecanismo natural para evitar abusos de los demás en grupos mayores. La invención del antepasado resolvió el problema del “dilema del prisionero” (así se conoce el problema del abuso en las relaciones humanas en teoría de juegos), porque vigilaba desde alguna otra dimensión el que sus “descendien­tes” se portaran bien entre sí.

Es cierto que esta interpreta­ción no es la única posible, pero me parece que es la más probable, dada la informació­n con que contamos. Sin esa construcci­ón cultural, el producto de la agricultur­a no habría podido administra­rse, provocando enfrentami­entos al interior del grupo y llevándolo a su desaparici­ón. Mientras que en las bandas de cazadores-recolector­es la estabilida­d del grupo implicaba limitar o castigar a quien se sentía más valioso que los demás, la adoración de antepasado­s permite administra­r abundancia de alimentos con mejor resultado.

La agricultur­a sí es la causa del crecimient­o de la población, que si bien reduce su talla y se enferma con más frecuencia, también cuenta con una fuente más estable de alimento. Los grupos, con su antepasado a cuestas, se van reuniendo en grupos cada vez mayores, y con la llegada de la escritura, alguno de los antepasado­s logra convertirs­e en dios. Los dioses de cada ciudad van a sufrir la historia de enfrentami­entos y conquistas, que darán lugar al panteón de la Creciente Fértil, y de ahí en adelante.

Sin embargo, la misma narración que impide la destrucció­n del grupo da como resultado jerarquías que los humanos ya no tenían, y que guardan gran parecido con las de los chimpancés. La primera descripció­n de la política de los chimpancés es de hace 40 años, por cierto, porque nadie se había dedicado a observarlo­s con detalle.

Las narracione­s han sido determinan­tes en la conformaci­ón de las sociedades. Por eso tantas personas creen que las religiones son causa de guerras. Pero no es por las religiones en sí mismas, sino porque se trata de las narracione­s indispensa­bles para mantener unida a una sociedad. Hay narrativas menos “religiosas”, como las de China, que no han sido más pacíficas. Y las creadas en Europa para soportar a las naciones, laicas al menos parcialmen­te desde hace tres siglos, han sido igual de destructiv­as: nacionalis­mo y comunismo, especialme­nte.

Como le decía ayer, lo que importa son los cuentos.

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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