La casa perdida
La casa es el territorio familiar que solemos dar por hecho donde ocurre la crianza y donde aprendemos a amar. Es el lugar donde podemos soñar, sentir esperanza, relajarnos, ser nosotros mismos, reírnos y llorar. Para la mayoría debería ser un lugar de seguridad.
La casa trasciende la estructura física e incluye significados culturales y psicológicos, que se extienden al barrio, la ciudad, la región y el país. La casa provee un sentido de pertenencia en el mundo. Es el centro de las relaciones humanas más significativas, entre la pareja y con los hijos si los hay. Es un símbolo de identidad personal, donde la persona puede ejercer cierto grado de poder y autonomía del que quizá carece en otros lugares. Los eventos importantes de la vida, alegres y tristes, experiencias de aprendizaje y celebraciones ocurren en la casa, formando la base de todos nuestros recuerdos. La casa da sentido de permanencia y continuidad a través del tiempo. Representa la intersección entre lo privado y lo público. Por tanto, no es una exageración equiparar el duelo por la muerte de alguien amado con la pérdida de la casa.
La imagen de miles de personas y de incontables familias cargando sus pertenencias hacia ninguna parte. Niños despidiéndose de sus escuelas porque tendrán que mudarse a otra parte. Perder la casa de la noche a la mañana estalla en un sentimiento devastador de impotencia e indefensión.
La casa en la que crecimos con nuestros padres tal vez fue refugio y el lugar al que volvemos en sueños muchas veces a lo largo de la vida adulta. Una casa es un indicador de la estabilidad de los padres y reflejo del esfuerzo que hicieron para darnos un techo.
Después del terremoto del 19 de septiembre, tener un techo se ha convertido en un problema de salud pública, en un país ya de por sí golpeado por el desvío de recursos gubernamentales, la violencia, la inseguridad y la pobreza.
Perder la casa es una de las mayores crisis psicosociales que puede enfrentar una persona y puede causar ataques de ansiedad, depresión mayor, insomnio y enfermedades asociadas al estrés como hipertensión. La consejería psicológica para quienes se han quedado sin casa es casi tan relevante como la construcción de un nuevo lugar para vivir. La desesperanza es uno de los sentimientos del que que muchos tendrá que sobreponerse en las siguientes semanas, lo cual será imposible sin un Estado transparente y eficiente en el uso de recursos para construir vivienda.
Nos ha quedado claro a todos, unos más y otros menos afectados de modo directo, que muchas circunstancias no están en nuestro control. Hoy vivimos aquí, mañana no sabemos. Estos días son y serán, durante un tiempo considerable, un período crítico en el plano psíquico y en el financiero para miles de personas.
El lugar donde vivimos afecta quiénes somos, las posibilidades de relación y de movilidad que tenemos. Los recuerdos están atados a los lugares y se despiertan cuando volvemos a ellos. Tal vez volver al sitio donde vivimos alguna vez, nos recuerde quiénes éramos entonces. Los que vieron desaparecer el edificio completo en el que vivían o trabajaban ya no tendrán esa posibilidad.
Todos los que perdieron su casa o el espacio que consideraban su casa encontrarán nuevas coordenadas y una nueva forma de vivir. Mientras ese momento de estabilidad llega, nos toca a los demás no dejarlos solos, no olvidarlos, saber que ellos somos todos y que la única materia de fe más o menos sólida es la solidaridad humana y la capacidad de respuesta ciudadana, ajena a la ambición, ajena a los partidos políticos y exigiendo al Estado que cumpla con sus responsabilidades.
También es verdad que la historia nos muestra que después de los desastres naturales, inicia un periodo de reconstrucción. Un nuevo comienzo que tomará entre 1 y 3 años, pero que pondrá en evidencia la capacidad de recuperación frente a las pérdidas de la mayoría de las personas.