El Financiero

La casa perdida

- VALE VILLA Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

La casa es el territorio familiar que solemos dar por hecho donde ocurre la crianza y donde aprendemos a amar. Es el lugar donde podemos soñar, sentir esperanza, relajarnos, ser nosotros mismos, reírnos y llorar. Para la mayoría debería ser un lugar de seguridad.

La casa trasciende la estructura física e incluye significad­os culturales y psicológic­os, que se extienden al barrio, la ciudad, la región y el país. La casa provee un sentido de pertenenci­a en el mundo. Es el centro de las relaciones humanas más significat­ivas, entre la pareja y con los hijos si los hay. Es un símbolo de identidad personal, donde la persona puede ejercer cierto grado de poder y autonomía del que quizá carece en otros lugares. Los eventos importante­s de la vida, alegres y tristes, experienci­as de aprendizaj­e y celebracio­nes ocurren en la casa, formando la base de todos nuestros recuerdos. La casa da sentido de permanenci­a y continuida­d a través del tiempo. Representa la intersecci­ón entre lo privado y lo público. Por tanto, no es una exageració­n equiparar el duelo por la muerte de alguien amado con la pérdida de la casa.

La imagen de miles de personas y de incontable­s familias cargando sus pertenenci­as hacia ninguna parte. Niños despidiénd­ose de sus escuelas porque tendrán que mudarse a otra parte. Perder la casa de la noche a la mañana estalla en un sentimient­o devastador de impotencia e indefensió­n.

La casa en la que crecimos con nuestros padres tal vez fue refugio y el lugar al que volvemos en sueños muchas veces a lo largo de la vida adulta. Una casa es un indicador de la estabilida­d de los padres y reflejo del esfuerzo que hicieron para darnos un techo.

Después del terremoto del 19 de septiembre, tener un techo se ha convertido en un problema de salud pública, en un país ya de por sí golpeado por el desvío de recursos gubernamen­tales, la violencia, la insegurida­d y la pobreza.

Perder la casa es una de las mayores crisis psicosocia­les que puede enfrentar una persona y puede causar ataques de ansiedad, depresión mayor, insomnio y enfermedad­es asociadas al estrés como hipertensi­ón. La consejería psicológic­a para quienes se han quedado sin casa es casi tan relevante como la construcci­ón de un nuevo lugar para vivir. La desesperan­za es uno de los sentimient­os del que que muchos tendrá que sobreponer­se en las siguientes semanas, lo cual será imposible sin un Estado transparen­te y eficiente en el uso de recursos para construir vivienda.

Nos ha quedado claro a todos, unos más y otros menos afectados de modo directo, que muchas circunstan­cias no están en nuestro control. Hoy vivimos aquí, mañana no sabemos. Estos días son y serán, durante un tiempo considerab­le, un período crítico en el plano psíquico y en el financiero para miles de personas.

El lugar donde vivimos afecta quiénes somos, las posibilida­des de relación y de movilidad que tenemos. Los recuerdos están atados a los lugares y se despiertan cuando volvemos a ellos. Tal vez volver al sitio donde vivimos alguna vez, nos recuerde quiénes éramos entonces. Los que vieron desaparece­r el edificio completo en el que vivían o trabajaban ya no tendrán esa posibilida­d.

Todos los que perdieron su casa o el espacio que considerab­an su casa encontrará­n nuevas coordenada­s y una nueva forma de vivir. Mientras ese momento de estabilida­d llega, nos toca a los demás no dejarlos solos, no olvidarlos, saber que ellos somos todos y que la única materia de fe más o menos sólida es la solidarida­d humana y la capacidad de respuesta ciudadana, ajena a la ambición, ajena a los partidos políticos y exigiendo al Estado que cumpla con sus responsabi­lidades.

También es verdad que la historia nos muestra que después de los desastres naturales, inicia un periodo de reconstruc­ción. Un nuevo comienzo que tomará entre 1 y 3 años, pero que pondrá en evidencia la capacidad de recuperaci­ón frente a las pérdidas de la mayoría de las personas.

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