AUTONOMÍA RELATIVA
A veces uno ve a Trump y revalora a Peña. Es inevitable. Por lo menos el humor involuntario de nuestro Presidente nos trae carcajadas y momentos de humor verdaderamente regocijante. Sus equivocaciones y sinsentidos son parte ya del ánimo nacional. Como la vez que hubo un temblor que “nomás sintió él”, o el ya famoso: “me falta uno, no menos, como cinco”, que es la última joya que se convirtió en todo un reto de la creatividad memesca, y para la improvisación de la frase en la situación menos esperada. En fin, que si no fuera por la corrupción imperante en su gobierno, habría que ser sinceros y agradecerle grandes momentos de risotadas a nuestro Presidente.
El caso de Trump es peor de lo que esperábamos. Es verdaderamente un gorila sin sensibilidad, un atizador de odios, un sembrador de veneno, un especialista en repartir ponzoña por todos lados. Por supuesto, siempre encuentra público. Los odiadores son un segmento enorme en todos lados y han sido redescubiertos y relanzados al mundo a través de las redes sociales. Trump basó su campaña en eso, y sabe que contará con sus seguidores si les continúa pasando la antorcha del resentimiento a cada grupo en su propio tema.
Las desgracias a Trump no le provocan la solidaridad inmediata, sino la duda si solidarizarse o no, si culpar a alguna minoría o mejor esperar días a ver qué sucede. Es de una total falta de empatía con la desgracia. Cuando hace algún comentario sobre algo sucedido en el extranjero, provoca rechazo. Y también en lo que sucede en su territorio. Sus majaderías con la alcaldesa de Puerto Rico, mientras ella combatía el desastre y él jugaba golf, son una absoluta insolencia. Las imágenes del cretino aventando rollos de toallas de papel a los damnificados no hablan más que de su ínfima calidad humana. Nada de discutir a fondo la posesión de armas, nada sobre el valor de la vida. Pero esa será la tónica los próximos años en el vecino país: tardarán en volver las lágrimas de los presidentes, la oportunidad de la solidaridad con los deudos de los muertos, las palabras de aliento.
La matanza en Las Vegas, de no ser por las enormes dimensiones que tiene, pareciera una consecuencia lógica de tener un Presidente así: todo es locura, desprecio por la vida de los demás y rienda suelta al fanatismo. Que un loco decida dispararle a una multitud y matar a decenas de personas, sin motivos aparentes, debe ser desolador para una sociedad que, tristemente, se enfrenta con este tipo de eventos varias veces al año.
A nosotros nos azota la desgracia que impone la madre naturaleza. A Estados Unidos les llega normalmente de la mano de armas manejadas por un loco. Trump sabe que exacerba su imagen con esos desplantes ante las desgracias. Pero sabe que lo hace ante quienes ya lo detestaban, es un costo menor que paga sin problema. Pero hay que recordar que él cada vez que puede le avienta gasolina a la hoguera, y es ahí donde recoge ganancia y no ve pérdida alguna.
Porque las tragedias para él son más leña al fuego.
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