Límites de la apertura
En el rechazo a la globalización que se observa en muchas partes del mundo –que explica situaciones como el Brexit–, lo que está en cuestión no es el provecho que se puede extraer de la apertura comercial, sino el punto en el que pasa de ser una ventaja, a convertirse en un problema. Casi no quedan partidarios de las economías completamente cerradas (como lo fue Albania o lo es Corea del Norte), pero abundan los convencidos de que la apertura es siempre buena y cuanto más haya, mejor.
A partir de David Ricardo se sabe que el comercio permite a los países beneficiarse de sus ventajas comparativas: vender a los otros lo que hago bien con los recursos a mi disposición; comprar lo que necesito y otros fabrican a menor costo. También desde entonces se sabe que si bien el intercambio permite a los participantes el crecimiento de su producto, no favorece por igual a las poblaciones. Una forma fácil de eludir este inconveniente es suponer que si el pastel crece, a todos les tocará un pedazo más grande. Pero eso es un engaño. En realidad, así como hay ganadores, hay quienes salen perdiendo y quienes quedan igual.
Por eso la apertura siempre debe ser gradual y cuidadosa. Aun así, va a haber perjudicados a los que no se puede dejar atrás. Hay que compensarlos y ayudarlos. Es el caso de los trabajadores de la manufactura desplazados por las importaciones de países con bajos costos laborales. Obreros calificados de edad mediana, que gozaban de buenos salarios y tenían un empleo seguro, fueron echados a la calle sin más perspectiva que obtener un trabajo precario en el sector de servicios, compitiendo con muchachos recién salidos de la escuela.
Lo lógico sería suavizar su transición a otras ocupaciones, tratando de que mantengan su nivel de ingresos: reentrenarlos, encontrarles colocación, auxiliarlos para mudarse a otra ciudad. Lamentablemente los esfuerzos en ese sentido han sido francamente insuficientes. Además, mientras las empresas exportadoras han usufructuado la apertura expandiendo sus operaciones y multiplicando sus utilidades, sus empleados no parecen especialmente favorecidos. En México, los sueldos en la industria automotriz son la quinta parte de los que se pagan en Estados Unidos. Y allá, el ingreso medio de los trabajadores (en términos reales) no ha subido en tres décadas. Apenas alcanzan migajitas del pastel.
OTRAS PREOCUPACIONES
Las consecuencias sociales de la apertura no son las únicas que hay que considerar. Tener un cliente dominante de sus exportaciones o un proveedor indispensable vuelve a un país vulnerable a presiones económicas y geopolíticas. Es nuestro caso, en relación con Estados Unidos, nos inquieta la concentración de nuestras ventas agropecuarias y de autopartes, así como nuestra dependencia de ciertos alimentos, del gas y la gasolina.
Siempre que se firma un acuerdo comercial, se intenta proteger a las industrias nacionales para darles tiempo de modernizarse. Pero muchas veces es prácticamente imposible competir porque los mercados están controlados por oligopolios. De la misma manera, a pesar de lo prometido en los tratados, privan las prácticas proteccionistas y el comercio desleal, por lo que la apertura nunca debe ser unilateral, sino mutua y basada en las buenas experiencias.
Incluso lo que se pacta puede no tener los efectos deseados. Por ejemplo, los mecanismos para la solución de disputas entre un inversionista y un Estado tienden a complicar los conflictos en lugar de solventarlos. Igualmente, la expansión de la protección a la propiedad intelectual, que originalmente tenía la intención de ayudar a atraer inversiones hacia las economías en desarrollo con sistemas legales frágiles, se convierte en una barrera insalvable. No mejora la capacidad de innovación del país que exporta y si, en cambio, alimenta el monopolio de rendimientos de quienes detentan patentes, a costa de todos los demás. Esto es fehaciente en el sector farmacéutico avanzado, donde México es un importador neto.
Así como la liberalización del comercio se combina con la entrada de capitales y difícilmente se realizan una sin la otra, se deben abrir las fronteras a la migración regulada si se quiere que las economías se complementen adecuadamente.
En este momento, considerando la reciprocidad que ha habido y las actitudes hostiles recientes, vale preguntarnos hasta dónde nos conviene disminuir o aumentar el grado de apertura que hemos tenido con Estados Unidos.
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