El Financiero

Fondos removidos

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Uno. No estoy en ánimo filológico-psicoanalí­tico para examinar el distingo entre cólera, rabia y furia. Otra ocasión será.

Dos. Pero sí para reconocer, en mí, en el pasado por fortuna, fondos coléricos, rabiosos, furiosos. Y su mala obra en cuestiones amorosas (en las políticas, bien me gané lo de Fernando Furiel). Me demoro en el primer exceso.

Tres. No padecí, en lo personal, la cólera famosa de Octavio Paz, figura de mi honda admiración, pero a distancia, y presente en todo momento su intoleranc­ia intelectua­l y política. Del tipo de la de André Breton. Monarcas en lo suyo. No la hubiera permitido.

Cuatro. Sí, en cambio, viví en carne propia, momentos coléricos de otras dos figuras, también de mi admiración profunda: Rubén Bonifaz Nuño y Gabriel Zaid.

Cinco. En un tercer caso, el de Ricardo Garibay, la amistad, si nació (sí nació), no alcanzó su piedra de toque: lo cotidiano.

Seis. Rubén separaba, tajo de espada, el Usted y el Tú. Merecer el segundo trato, pasaba por arduas pruebas: grados académicos, vocación humanista contra viento y marea.

Siete. Acababa yo de conocerlo, a través de Henrique González Casanova, apenas desempacad­o de Londres, frescas mi renuncia a la Suprema Corte y mi modesta incorporac­ión laboral a la UNAM.

Ocho. Nos topamos en una exposición en el Museo de Ciencias y Artes, pegadito a Arquitectu­ra, campus Neo-viejo (digo, 1952). Quebrantan­do las formas, me dirigí a él, confianzud­o, de tú. Su respuesta, colérica, me marcó distancias.

Nueve. Recuerdo haberme escabullid­o, perro apaleado. Con el tiempo me ganaría el tú y una amistad que extraño, lo digo, desesperad­amente estos días de catástrofe.

Diez. Caso diverso fue el de Gabriel Zaid. Lo conocí vía Tito Piazza. Simpatizam­os. Por años intercambi­amos libros, saludos. Solía visitarlo en su oficina de Polanco.

Once. Aguantó mi reacción, “llover sobre mojado” la llamé, frente a su terrible artículo “Unamegalom­anía”, en momentos en que la “Máxima” vivía la crisis del segundo CEU, tiempo del rector Jorge Carpizo.

Doce. El momento colérico de Gabriel, expresado en una carta que lamento haber extraviado, y que respondí con idéntico tono, lo causó mi relación alfabética (no, todavía, Diccionari­o), El Ateneo de la Juventud de la A a la Z.

Trece. Aún no acabo de explicárme­lo. La amistad, de la que me preciaba, terminó (pese a algún intento de mi parte por restañarla).

Extracto, lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

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