TLCAN: levantarse de la mesa
¿Están los negociadores mexicanos del TLCAN frustrados o son ingenuos? Sin duda lo primero. El nivel del equipo mexicano no está en cuestionamiento. Pero, con todo, asombra que Ildefonso Guajardo dijera que el déficit comercial que Estados Unidos tiene con México no debe ser el tema central de las negociaciones.
Porque lo es y lo será. Eso se sabía y se sabe. ¿No se había enterado Guajardo? ¿Lo sabía, pero esperaba un cambio de actitud? En la Casa Blanca despacha un analfabeto económico. Entiende la balanza comercial como un balance financiero (superávit = bueno, déficit = malo). Esto es, una visión (mercantilismo) en boga en el siglo XVIII. El objetivo de Donald Trump es reducir ese “desequilibrio”, y no capta la destrucción de cadenas productivas que ello implicaría. No entiende que ese déficit es financiado con otros flujos del sector externo. Es de nivel licenciatura. El Presidente estadounidense lo ignora.
México no debe aceptar la obcecación trumpiana. Los negociadores estadounidenses están cumpliendo con su jefe, pero el equipo mexicano no tiene obligación de seguir ese juego de proteccionismo simplista.
No se trata de ver cuánto se puede dañar el comercio trilateral para ver si así queda satisfecho Trump, sino adoptar una posición clara. Ello puede implicar, muy pronto, levantarse de la mesa, sea de una manera real o simbólica. Simbólica si se sigue sentado, pero sin aceptar proteccionismos. Real solicitando más tiempo, mucho más, antes de sentarse en una nueva y frustrante ronda negociadora. Como analizó ayer en estas páginas Enrique Quintana, se trata de tener listo un Plan B.
Lo que nunca debe plantearse es que México denuncie el Tratado (como desean algunos proteccionistas mexicanos, que también los hay).
Se debe ser rígido, sí, pero en no aceptar un peor Tratado. Trump puede, en un arranque poco reflexivo (nada nuevo) convocar a las cámaras de televisión y estampar su rúbrica denunciando el TLCAN. De hecho, es probable que lo haga de todas maneras, porque no hay forma de satisfacer lo que quiere, sólo de llegar a un punto intermedio que sería insatisfactorio para todas las partes.
Hay dos armas, ambas potentísimas. Una son los grupos estadounidenses de empresarios (de agricultores a automotrices) y de políticos (gobernadores, legisladores) que defienden el TLCAN. Pueden ejercer una presión brutal sobre Trump. La otra son las cortes: argumentar (con un fuerte fundamento legal) que el Presidente requiere de la aprobación del Congreso para salirse del acuerdo, como de hecho se requirió para entrar.
Una batalla que bien dirigida llegará hasta la Suprema Corte y tomará tiempo, en tanto permitiendo mostrar al público estadunidense el daño que dicha acción implicaría. México no tiene por qué perder, porque Estados Unidos también tiene mucho que perder. Por eso, porque es ganar-ganar, se comercia. El único que no se ha enterado duerme en la Casa Blanca.