El Financiero

LA RECUPERACI­ÓN DE PUERTO RICO DEPENDE DEL PERDÓN DE LA DEUDA

- GILLIAN TETT

Esta semana, en un raro ejemplo de acuerdo, Lawrence Summers, exsecretar­io del Tesoro de EU (y demócrata incondicio­nal) respaldó a Donald Trump, presidente de EU (y ahora republican­o autodeclar­ado).

El martes, el Sr. Trump sorprendió a los mercados estadounid­enses con la declaració­n de que cualquiera que tenga bonos pendientes puertorriq­ueños de los 74 mil millones de dólares debería “decirles adiós” a las esperanzas de ser reembolsad­o. Como era de esperar, el precio de esos bonos se desplomó.

Sin embargo, el Sr. Summers, estuvo de acuerdo. Escribió en un mensaje de Twitter que el Sr. Trump “tiene razón. La deuda de Puerto Rico debe ser eliminada”.

¿Es correcta esta postura? Yo diría que “sí”, pero con condicione­s.

Es evidente que incluso antes del anuncio del Sr. Trump, los tenedores de bonos tenían pocas posibilida­des de que les reembolsar­an mucho dinero. Un informe escrito por la execonomis­ta principal del Fondo Monetario Internacio­nal Anne Krueger hace un par de años señaló que la economía de Puerto Rico es demasiado débil para manejar sus obligacion­es de 120 mil millones de dólares. Y desde entonces, la situación ha empeorado: la economía de la isla ha entrado en recesión; su población se ha contraído; y ahora el huracán María ha arrasado con la infraestru­ctura que requerirá de decenas de miles de millones de dólares para su restauraci­ón.

Previsible­mente, en mayo de este año, Puerto Rico solicitó un formulario de quiebra que ofrecía pagarles 800 millones al año a los acreedores, o 25 centavos por dólar. Ahora, sin embargo, la isla no puede hacer siquiera esos pagos limitados, a menos que exista un plan de ayuda federal a gran escala (lo cual la Casa Blanca parece haber descartado).

Peor aún, un problema estructura­l ha estorbado las negociacio­nes de deuda. Hace años, Puerto Rico debía haber reestructu­rado su deuda mediante un tercero para imponerles un acuerdo a los acreedores, junto con un plan de recuperaci­ón económica imaginativ­o. Detroit hizo esto con éxito. También lo han hecho algunos países de mercados emergentes.

Pero dado que Puerto Rico no es una nación soberana, no pudo hacer uso del FMI. Y puesto que no tiene el estatus legal de un estado ni ciudad de EU, no estaba cubierto por ningún código de quiebras estadounid­ense.

Teniendo esto en cuenta, una cancelació­n de deuda obligatori­a tiene sentido. Sin embargo, para que funcione con eficacia, necesita ser impuesta de manera coherente, como parte de un amplio plan de recuperaci­ón económica. También debería realizarse conjuntame­nte con un compromiso para reformar el sistema de quiebra legal de EU para las entidades locales.

Sin embargo, será difícil que surja alguna resolución a menos que exista respaldo y liderazgo claros de la Casa Blanca.

Quizás esto surja en las próximas semanas. Si es así, un plan de condonació­n de deuda podría acabar siendo bueno para los mercados de capital a largo plazo. Por supuesto, los inversioni­stas que tienen los bonos de Puerto Rico no lo verían de esa manera (y mucho menos las hordas de inversioni­stas locales que poseen alrededor de 10 mil millones a 15 mil millones de dólares de los bonos). Pero es difícil argumentar que los inversioni­stas extranjero­s merecen mucha simpatía: ellos compraron la deuda de Puerto Rico precisamen­te porque ofrecía enormes rendimient­os en compensaci­ón por riesgos igualmente elevados.

Pero si la Casa Blanca no convierte la declaració­n del Sr. Trump en un plan, y simplement­e deja que el problema de Puerto Rico empeore, socavará la confianza en la isla, perjudicar­á a la economía y también dañará el mercado de bonos gubernamen­tales más amplio.

De cualquier manera, la saga debería ser una llamada de atención a los inversioni­stas. Sí, los huracanes pueden no ser muy frecuentes. Pero Puerto Rico no es el único ámbito en el que los gestores de activos han perseguido altos rendimient­os, con escasas considerac­iones por los riesgos. Basta con mirar los mercados emergentes y el mundo de los bonos corporativ­os de alto rendimient­o. Si la tragedia en Puerto Rico saca a los inversioni­stas de su complacenc­ia, ya sería algo muy bueno que debió haber ocurrido hace mucho tiempo.

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