ISHIGURO, NOBEL DE LITERATURA
LA ACADEMIA SUECA PREMIA A KAZUO ISHIGURO, ESCRITOR BRITÁNICO DE ORIGEN JAPONÉS QUE NO PUDO SER ROCKERO, PERO SÍ AUTOR DE NOVELAS.
Es natural el respeto que suscita el cine de James Gray. The Immigrant, una crónica sobre la llegada de una inmigrante a Nueva York y su posterior abuso a manos de un proxeneta, es lo más cerca que un director contemporáneo ha estado del Sergio Leone de Once Upon a Time in
America. Del mismo modo, The Lost City of Z es un logrado regreso al mundo de
Aguirre, Fitzcarraldo y hasta Dersu Uzala. En busca de gloria, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), un coronel del ejército británico, zarpa rumbo a Sudamérica a principios del siglo XX. El viaje lo trastornará, obsesionándolo de por vida con la posibilidad de hallar una mítica civilización en la selva. Aunque más mesurada que la de Klaus Kinski (porque todo es más mesurado que Kinski), la locura de Fawcett no encajaría mal en aquellas películas de Werner Herzog. Tampoco desmerece la exquisita fotografía con la que Darius Khondji mira a la Amazonia como un sitio perverso y opresivo. A pesar de estos vasos comunicantes, el cine de Gray parece inspirado por esas grandes épicas sin ser un refrito. Un mérito considerable, desde mi punto de vista.
A pesar de su mérito, el cine de Gray no es extraordinario. Tanto The Immigrant como The Lost City of Z padecen la misma dispersión: cada vez que encuentra oro, Gray lo abandona para buscar por otra veta. Su loable ambición, ese afán de condensar muchas ideas en dos horas, le impide explorar una inquietud o un conflicto a fondo.
En The Lost City of Z esta manía queda de manifiesto cuando Fawcett vuelve a Bolivia acompañado de James Murray (Angus
Macfadyen), un ricachón pusilánime que subestima la violencia de la jungla. Hace más de 20 años, Macfadyen se lució en un papel similar, como Robert the Bruce, el monarca pusilánime que en Braveheart traiciona a William Wallace. A juzgar por su actuación aquí, Macfadyen solo ha mejorado: de mirada esquiva y gesto diabólico, Murray le inyecta una tensión fascinante a The Lost City of Z, transformándola en un duelo de clases y un comentario sobre la manera en que la casta privilegiada se cuelga como suyos los logros de quienes vienen de cuna más humilde. Aunque la animosidad entre Fawcett y Murray es magnética, Gray prefiere dejarla de lado para llevarnos a la Primera Guerra Mundial, un escenario que de tan visto aburre. Es una pena porque no es un director hábil para las secuencias de acción sino de contemplación.
The Lost City of Z está plagada de temas explorados a medias. Coquetea con ser Dances with Wolves y con una estética delirante, pero se queda en eso: un coqueteo. Hacia el final, Gray contempla apenas la posibilidad de abordar el Amazonas como un Edén extinto en aras de un desenlace místico, cuya compasión por el protagonista es indigna de sus raíces herzogianas. Nada de eso quita que se trata de una película envolvente, cuyos 140 minutos se van de volada. Gray atrapa sin recurrir a la violencia ni a una cámara con movimientos deslumbrantes. Su cine es sobrio, casi carente de acentos melodramáticos, pero no por eso plano ni soso. Respetable, pues.