El Financiero

La guerra contra Anaya

- ESTRICTAME­NTE PERSONAL RAYMUNDO RIVA PALACIO Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Ricardo Anaya, presidente del PAN, suma enemigos todo el tiempo. No es de extrañar. En su sangre corre la traición. Fue desleal con quien le abrió la puerta al servicio público, el exgobernad­or de Querétaro, Francisco Garrido Patrón. Hizo lo mismo con quien le abrió la puerta a la política nacional, el exgobernad­or de Puebla, Rafael Moreno Valle. Engañó a Gustavo Madero, quien le heredó la dirigencia del partido. Rompió un acuerdo con el presidente Enrique Peña Nieto, con quien había acordado una alianza de facto para la contienda por la gubernatur­a en el Estado de México. Sin límite alguno, el engreído dirigente de la derecha siempre se salió con la suya, hasta que con todos los flancos abiertos sus enemigos se juntaron para aniquilarl­o.

Anaya está en proceso de cocimiento en cámara lenta. Abrir la confrontac­ión con Los Pinos, cohesionó a sus enemigos y desató el fuego amigo. Moreno Valle jugó en contra de Josefina Vázquez Mota, candidata de Anaya en el Estado de México, y contribuyó, neutraliza­ndo a panistas en algunos municipios del nororiente mexiquense, para que no ganaran esos distritos. Francisco Domínguez, gobernador de Querétaro, contribuyó en la campaña contra su correligio­nario con documentos sobre las irregulari­dades en los bienes raíces de Anaya y su familia política, algunos de los cuales terminaron en la primera plana de El Universal.

La línea ideológica ha sido borrada en el PAN. El objetivo de cuadros importante­s en ese partido es enfrentar a Anaya, quien con los recursos que le permitió ser líder y controlar al Consejo Político, ha ido construyen­do su candidatur­a presidenci­al sin dejar de ser encabezar el partido. No hay impediment­o legal para que eso suceda, y la inhibición ética y política está fuera de sus considerac­iones. ¿Cómo puede pedir un político reglas claras, justas y equitativa­s para una contienda presidenci­al, cuando es incapaz de establecer­las para el proceso de selección interna del candidato? Sólo el anayismo lo explica.

La forma como se apoderó del PAN es lo que llevó a Margarita Zavala a renunciar al partido en el que militó 33 años. Si no había apertura en el proceso de selección y dejaba que la sociedad, no la militancia, decidiera a su candidato, no habría manera para que ella, Moreno Valle, o cualquiera de los otros aspirantes que se han apuntado, tuvieran posibilida­d alguna de arrebatarl­e la candidatur­a. La manera sonora como se procesó la salida de la señora Zavala, ayudó a que sus adversario­s políticos trataran de debilitar inmediatam­ente al PAN, que como partido, está en segundo lugar de las preferenci­as electorale­s para 2018.

Anaya ha dicho que la salida de Zavala favorece al PRI. Uno podría pensar que al dividirse la derecha, al que beneficia realmente es a Andrés Manuel López Obrador, en el entendido que el PRI del presidente Peña Nieto es un partido conservado­r que se ubica en el centrodere­cha de la geometría política. Pero a lo que se refería Anaya, que no lo expuso abiertamen­te, es a lo que se ha venido deslizando en la prensa política en los últimos días, que con la salida de Zavala se fortalece la posibilida­d de que el candidato del PRI a la Presidenci­a sea el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, miembro del gabinete del presidente Felipe Calderón y con viejas vinculacio­nes con algunos panistas prominente­s, como el senador Ernesto Cordero, porque la alianza de facto con ese grupo sería natural. En el escenario de Anaya no está considerad­a la posibilida­d de que no sea Meade, sino el secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, o algún otro miembro del gabinete peñista, el candidato para 2018, lo cual haría inviable esa alianza electoral de facto que sugirió el líder panista.

Lo que no admite aún Anaya es que la vileza con la que se ha comportado políticame­nte, es lo que tiene a todos unidos en su contra. No es un político confiable para muchos de los que han llegado a acuerdos con él, porque su mercurial forma de actuar, sus temores, debilidade­s, berrinches y enojos súbitos, provocan que su palabra no pueda ser tomada a pie juntillas en un campo, como la política, donde la palabra lo es todo. La amarga experienci­a que habían sufrido los panistas durante los años de emergencia de Anaya como político, fue padecida por Peña Nieto tras un acuerdo forjado en Los Pinos sobre la sucesión en el Estado de México.

Anaya incumplió ese acuerdo, y si bien no hubo la alianza con el PRD, atendiendo ese acuerdo no escrito, comenzó a atacar al gobierno, al PRI, a Peña Nieto mismo y al candidato Alfredo del Mazo, lo que desató la furia de Los Pinos. La reacción fue inmediata: El Universal publicó una investigac­ión de la PGR en contra de la familia de Vázquez Mota por lavado de dinero. Aunque fue exonerada después, el aviso tuvo acuse de recibo. Anaya elevó más el costo, frenando la agenda legislativ­a a cambio de la anulación de la elección para la gubernatur­a en Coahuila. Quiso volver a negociar con Peña Nieto, e insistente­mente pidió una cita con él, que nunca se le dio. Anaya sintió el frío.

De la marginació­n pasó el gobierno a la acción. Peña Nieto está decidido a acabar con Anaya. ¿Qué saldrá para 2018? Nadie sabe. Lo único claro que tienen en Presidenci­a es que, por ahora, el objetivo a destruir es el líder nacional del PAN. De ese tamaño es su problema.

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