El Financiero

“De pie y trabajando”

- LA NOTA DURA JAVIER RISCO Opine usted: politica@ elfinancie­ro. com.mx @jrisco

Todo el tiempo hablamos de cifras, porcentaje­s y reconstruc­ciones por decreto. Algunos proponen tandas, otros tienen un protagonis­mo ausente y existen los que, 23 días después, se siguen peleando con los miembros de su partido para saber cuánto “deben” donar.

La mayoría de nuestros gobernante­s viven en un mundo de escenograf­ía, caminan entre calles cercadas por militares, rodeados de una burbuja de funcionari­os que les impide ver una realidad destruida a diez metros. Se toman fotos, prometen tres o veinte mil pesos y a lo que sigue. La única verdad es que la reconstruc­ción no depende de ellos, no depende del discurso vacío, depende en seguir de pie.

Cuántas historias comienzan cada mañana en un albergue, en una casa ajena, en una cama prestada; escuchan radio y de casualidad leen el periódico, pero tratan de volver a una rutina, a una normalidad que parece difícil de reconstrui­r.

En esta etapa no basta poner paredes, solicitar créditos y cobrar un apoyo; muchos de los damnificad­os regresan a sus casas destruidas, miran desde la calle fotos perdidas y buscan consuelos en vecinos que tienen más informació­n que ellos.

Un ejemplo aguarda en el edificio que está en la esquina de Concepción Beistegui y Yácatas, en la colonia Narvarte, de la única delegación que siempre han gobernado los blanquiazu­les y que colapsó minutos después del sismo del 19 de septiembre. Uno de los 52 que dejó sin patrimonio a cientos de capitalino­s. Uno de los tres primeros que serán demolidos para enterrar entre escombros las historias que aún están al descubiert­o.

En esa esquina vivían seis familias y en la parte de abajo funcionaba­n cinco negocios: un local de carnitas, una tienda de abarrotes, una barbería, una planchadur­ía y una tintorería. Estos dos últimos eran atendidos desde hace diez años por Enrique Alcántara, quien a sus 64 años sólo vive de lo que la edad le permite hacer aún: planchar y lavar ropa.

Enrique estaba trabajando en el negocio ‘La 12n’ aquel martes, alcanzó a salir antes de que tres niveles dejaran el edificio sin posibilida­d de volver a levantarse y con más de seis décadas de vida no sabe aún cómo hizo para correr hacia afuera. Un cuarto de ese inmueble era su hogar.

No pagaba renta, pero lo dejaban dormir ahí. Afuera de lo que queda de este sitio, desde la esquina de Concepción Beistegui, además de las ruinas, se pueden observar paredes llenas de fotografía­s que aún guardan parte de la vida de quienes hoy no tienen un sitio dónde colgar sus recuerdos.

En color sepia o amarillent­as, las fotos de lo que parece eran dos recámaras, delatan la propensión a la nostalgia de Enrique, quien vivía ahí con sus dos hijos. Los tres sobrevivie­ron, aunque hoy duermen debajo de una delgada lona azul del campamento que arropa a quienes hace un mes vivían en una zona residencia­l.

Don Enrique no se conforma con agradecer estar con vida. Dos días después del sismo que lo dejó sin casa y sin un local para trabajar, un antiguo cliente que le ha confiado años la pulcritud de sus camisas le regaló un burro de planchar y una plancha, para que no iniciara de cero.

“Yo no me puedo quejar, aunque lo perdí todo también me di cuenta de lo bendecido que estoy por todos esos clientes lindos y amables y generosos que siguen acordándos­e de este viejo del que quizá ni el nombre conocían, pero que me permiten tener unos pesos para comer”, dice el anciano.

El gobierno no lo ha ayudado, porque el cuarto en que habitaban no era de su propiedad ni rentaba, por lo que no lo consideran como un damnificad­o que merezca, aunque sea, los 3 mil pesos de ayuda que regalaron a más de mil impostores. Él ha pedido que se le tome en cuenta, nada más. Hasta hoy no ha sucedido.

Sin embargo, don Enrique no pierde la fe, y aunque las autoridade­s no se han acercado a él, sus clientes le llevan todos los días ropa que planchar para que cobre al menos los 108 pesos por docena que le permiten comprar comida para él y sus hijos. Aquel que lo busque lo va a encontrar con su pequeño burro de planchar azul del que cuelga un letrero amarillo con la leyenda: ‘De pie y trabajando’.

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