El perverso suicida
En 2005 escribíamos acerca del secuestro y control de dos partidos políticos a manos de sus dirigentes nacionales: Roberto Madrazo, del PRI, y Andrés Manuel López Obrador, del PRD. En aquellos años la reflexión giraba en torno a dos políticos tabasqueños que se habían apoderado de esas fuerzas políticas: “o conmigo o contra mí”, fue la consigna en ambas fuerzas, para todos aquellos quienes osaron cuestionar el rumbo, la estrategia, el liderazgo unívoco de los de Tabasco. Recordemos el TUCOM (Todos Unidos Contra Madrazo) o de la defenestración ordenada por Madrazo en contra de Elba Esther Gordillo, entonces secretaria general del PRI. En la izquierda hubo también renuncias, persecuciones y congelamientos de los disidentes críticos, o no simpatizantes del caudillo.
Doce años más tarde, el PAN, para sorpresa de todos, autodenominado demócrata –todos lo hacen–, ciudadano, de decisión colegiada, con órganos de discusión y debate, enfrenta hoy la toma de su dirigencia y la práctica dictatorial de su presidente nacional. Una vez más, “o conmigo o contra mí”, parece ser la tónica de Ricardo Anaya.
Su estrategia –totalmente personalista, dicen sus detractores– pone gravemente en riesgo la unidad del partido y abre la puerta a una diás- pora panista que arrebate parte del electorado y de los afiliados.
La construcción del llamado Frente, idea construida por Anaya, por Alejandra Barrales, del PRD, y por Dante Delgado, de Movimiento Ciudadano, no fue consultada al interior del PAN; no pasó por su Consejo Político ni por el voto abierto de sus consejeros. Fue, dicen los panistas –por lo menos, algunos de ellos– una imposición de Anaya.
Cuando se dio la sucesión en la presidencia del Senado, Anaya marginó a senadores panistas porque no pertenecían a su grupo y porque no eran sus incondicionales. Ante la negativa del PRI de las candidatas que impulsaba Anaya, Cordero buscó el consenso –que consiguió, 73 votos de 84– en contra de la dirigencia del PAN, que salió a invalidarlo y acusarlo de traidor. Incluso acusaron a Cordero de pretender aprobar el pase automático del actual procurador como futuro fiscal independiente, que el mismo Cordero y los hoy llamados rebeldes, negaron y demostraron en los hechos. No votaron por el procurador ni aprobaron ningún pase automático.
Anaya falta a la verdad cuando dice que Margarita y su renuncia beneficia al PRI y a sus intenciones electorales, implicando, sin decirlo, que sirve a la estrategia y acciones del PRI, acusación por demás impensable. Evita explicar Anaya, de forma perversa y oscura, las razones de fondo en la renuncia de Margarita Zavala, se niega a hablar de haber cooptado los órganos del partido, de evitar y de facto cancelar un proceso de selección interna, de rechazar en múltiples ocasiones encuentros y diálogos con Margarita. En suma, le cerró la puerta para decirlo con toda claridad, con su articulada y empalagosa oratoria, la hizo a un lado. Margarita se fue Don Ricardo, porque no le dejaron alternativa, no porque pretende servir al PRI de ninguna manera.
Ahora el señor Anaya lanza una cruzada contra “los rebeldes”, contra Lozano, Gil, Vega, Cordero y Lavalle; se erige en Torquemada y ordena a un órgano interno que inicie los procesos de expulsión: una vez más, “o conmigo o contra mí”.
Dueño absoluto del partido, de sus procesos, de su frontal batalla contra el PRI, acusa ahora a todos ellos –Margarita incluida– de alinearse para respaldar a José Antonio Meade, potencial candidato del PRI en 2018. Arguye Anaya que todos fueron compañeros de gabinete con Calderón. No dice Anaya, como es su estilo de verdades parciales e incompletas, que él también fue servidor público en ese gobierno y alcanzó el cargo de subsecretario.
Es cierto que Ricardo Anaya ha sido acusado sin sustento de enriquecimiento personal; es cierto que la fortuna de su familia política procede de una o dos generaciones atrás, de empresarios honestos y trabajadores. Es una acusación vil, que proviene del poder, y que pretende ensuciar su carrera y su nombre. Con todo, se ha señalado la existencia de dos terrenos, adquiridos por Ricardo Anaya en una subasta pública, que no estaría de más aclarar con absoluta transparencia a la ciudadanía.
Lo hemos registrado antes en este espacio: Ricardo llegó a la dirigencia nacional del PAN bajo la promesa de honestidad, transparencia, pulcritud, absoluta convicción democrática. En los hechos, ha quedado a deber, porque la histórica Comisión Interna que iba a investigar los inolvidables “moches”, no arrojó jamás, resultado, sanción o expulsión alguna.
La salida de Margarita, la persecución y eventual expulsión a sus detractores, la construcción de un Frente con fines electorales que cancela el proceso interno y lo posiciona a él como aspirante directo, evidencian un liderazgo para sí mismo, para su candidatura, para su carrera, para su futuro político. No para el partido, no para el país, no para construir un proyecto de cambio.
La historia demuestra, fue con Madrazo en 2006 y con el propio AMLO y su derrota de ese año, que los proyectos personalistas fracasan, porque ahorcan los consensos, cancelan la participación democrática, reducen la construcción de proyectos amplios e incluyentes. Un proyecto personalista hoy, es más un suicidio político que una amplia plataforma que suma voluntades, experiencias y conocimiento.
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