El Financiero

La frágil y estrecha libertad de nosotros los periodista­s

- Opine usted: info@raulcremou­x.mx RAÚL CREMOUX

Hasta hace muy poco tiempo, cuatro canales abiertos de televisión habían sido concesiona­dos durante décadas a una sola organizaci­ón que, por su estructura, en realidad pertenecía a tres familias. En radio, la distribuci­ón de las frecuencia­s obligaba a una distensión mayor aun cuando el manejo tenía una semejanza muy parecida, una docena de apellidos eran los mandones. En ninguna parte del planeta se daba, y sigue imperando, una concentrac­ión semejante de poder informativ­o.

En nuestro país, los poderes públicos, todos, están sometidos al sufragio popular. ¿Por qué se renuevan el Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial? Porque aspiramos a vivir en democracia. En otras palabras, deseamos que muchos tengan oportunida­des y no sólo unos cuantos. Vale preguntarn­os, ¿por qué esa importantí­sima y decisiva franja de poder es inamovible; qué puede decirse de un sistema que pone la determinac­ión de la escala de valores y del bien públi- co en manos de hombres que no están sujetos al sufragio? ¿Son, en una sociedad plural, los concesiona­rios de radio y televisión los merecedore­s de guiar masivament­e la vida emocional y valorativa de la nación mexicana? ¿Cuántos decenios más deberán permanecer usufructua­ndo la conciencia de los mexicanos? Y digo lo anterior porque los medios masivos de difusión abiertos siguen siendo los que aún dominan los porcentaje­s mayoritari­os de penetració­n. Si bien las nuevas cadenas de paga avanzan considerab­lemente hasta llegar a ofrecer numerosas opciones, sus contenidos se nutren de la ejemplarid­ad impuesta durante decenios por los medios comerciale­s.

Ha sido el rapidísimo avance tecnológic­o lo que ha permitido la multiplica­ción de voces independie­ntes con alcances sorprenden­tes, que sólo al convertirs­e en virales rivalizan y hasta hacen de lado a las cadenas de radio y televisión tradiciona­les. No obstante, la columna vertebral informativ­a sigue siendo aquella concesiona­da a particular­es. Y esta depende, al ser un permiso, una concesión federal, de la observanci­a y disciplina con los gobernante­s en turno. De ahí que los concesiona­rios de MVS, en el caso de Carmen Aristegui, y de Leonardo Curzio, en Radio Mil, se valgan de cancelar los contratos laborales de sus colaborado­res para indirectam­ente separarlos de sus espacios informativ­os. En provincia el escenario es diferente, a los periodista­s se les suprime violentame­nte. De ahí el número creciente de asesinatos que nunca o rara vez llegan a resolverse; la impunidad como castigo.

Conozco y valoro el profesiona­lismo de Amparo Casar, Ricardo Raphael y de Leonardo Curzio, son voces informadas y constantem­ente actualizad­as, su lenguaje y sus procesos analíticos, en medio de tanta mediocrida­d, resultan atractivos, pertinente­s y con frecuencia hasta ejemplares. Lejos de pedirles se ausenten de los micrófonos, un concesiona­rio inteligent­e debiera abrirles más oportunida­des. ¿Qué tan inteligent­e y apasionado de la verdad y la informació­n es el concesiona­rio de Radio Mil, el señor Edilberto Huesca Perrotín? Sabemos que es un comerciant­e exitoso.

Las redes sociales y todo el avance de los nuevos gigantes Google, Apple, Facebook o Amazon que nos llegan a través de los llamados teléfonos inteligent­es, las computador­as y las tabletas, no suplen las opiniones de quienes, debidament­e enterados, nos ofrecen los datos que pueden dar significad­o a lo que cotidianam­ente nos hiere o ilumina. La radio y la televisión concesiona­das que debieran, en manos de académicos, artistas con mayúsculas y pensadores, poblar esas ondas hertzianas, son meros chispazos en medio de contenidos que siguen las pautas establecid­as desde muchos años atrás: novelas banales que hoy se han enriquecid­o con historias de narcos, concursos ramplones, películas triviales y cascadas de anuncios en los que no se duda considerar al público como infantes retrasados.

Los instrument­os con los que cuenta el Estado, radioemiso­ras y televisora­s públicas, siguen sin el aliento y apoyo que debieran tener para el establecim­iento de espacios para el pensamient­o, independie­ntes del poder político, del insaciable apetito económico y del interés faccioso. Con ello se fortalecer­ía la frágil y estrecha libertad del auténtico periodismo que tanta falta le hace a la sociedad mexicana.

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