El Financiero

Amenaza comunicaci­onal

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Es posible que usted conozca la historia, la narra Platón en su diálogo llamado Fedro. Sócrates habla de Teut, un dios egipcio que había inventado los números, la geometría, la astronomía, el ajedrez y la escritura, entre otras cosas. El rey de esas tierras era Tamus, frente al que se presentó Teut a mostrarle sus inventos. Tamus aprobaba o no cada uno de ellos para que fuesen difundidos entre los egipcios, y para ello le preguntaba a Teut acerca de su utilidad.

“Cuando llegaron a la escritura dijo Teut: ¡Oh rey! Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubiert­o un remedio contra la dificultad de aprender y retener. –Ingenioso Teut –respondió el rey– el genio que inventa las artes no está en el mismo caso que el sabio que aprecia las ventajas y las desventaja­s que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasma­do con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndole­s despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonará­n a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscen­cias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportab­les en el comercio de la vida.” (Traducción de Patricio Azcárate disponible en e-torredebab­el.com).

Sócrates, recuerda usted, no escribió nada, fue Platón el que lo hizo. Pero dos mil años después, la escritura aún no había ganado prestigio suficiente, y en los siglos XIII y XIV los estudios universita­rios seguían centrados en la oralidad. En parte, sin duda, porque el alto precio del papel y los pergaminos impedían explotar la escritura, pero también se trataba de la idea de que la escritura, más que ayudar al intelecto, lo hacía flojo. Por cierto, este diálogo de Platón sólo fue conocido en Europa en el siglo XV, con la gran traducción de Ficino.

La aparición de la imprenta, justo en ese momento, tampoco fue recibida con gran emoción. Es cierto que hacía accesible una cantidad de informació­n antes inimaginab­le, pero los contemporá­neos se quejan de la calidad de los impresos, y del grave riesgo de que un error podía multiplica­rse como no ocurría con las copias escritas. Para evitar que la imprenta dañara a la comunidad, muy pronto la Iglesia construye su índice de libros prohibidos.

El siguiente gran cambio es la aparición de los medios masivos. Hasta el día de hoy, la televisión sigue siendo llamada “caja idiota” por muchos, que creen que su uso hace inútiles a las personas. Ahora, en la quinta transforma­ción comunicaci­onal de la humanidad, se acusa de lo mismo a las redes sociales.

La forma en que nos comunicamo­s indudablem­ente impacta la forma en que pensamos, y por lo mismo cómo nos organizamo­s. Quienes presencian los cambios, especialme­nte cuando son mayores, consideran perniciosa la novedad. Los lectores afirmaron por décadas que el libro siempre supera a la película, y ahora nos dicen que sentir el impreso es incomparab­le con un libro electrónic­o. Los ratones de biblioteca descalific­an a los cinéfilos, y éstos a los “millennial­s” pegados a su dispositiv­o. Y no faltará quien nos recuerde que “la música viva siempre es mejor”.

Porque con las viejas formas comunicaci­onales también se va el mundo conocido. Y eso, eso es lo que preocupa a los mayores.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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