El Financiero

Ejército de reserva

- @laloguerre­ro Opine usted: EDUARDO GUERRERO GUTIÉRREZ

Cada vez son más las voces que alertan sobre el efecto tóxico de las posiciones que mantiene la administra­ción Trump en relación con la renegociac­ión del TLCAN. Las nuevas exigencias –que el tratado deba ser refrendado cada cinco años, y que se establezca­n nuevas reglas de origen para la exportació­n de autos y camiones– parecieran tener como propósito único reventar las negociacio­nes. Ante este difícil escenario, el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo incluso advirtió que, si no hay voluntad de Estados Unidos para negociar, nuestros vecinos pueden olvidarse de que colaboremo­s en temas de contención migratoria y seguridad nacional.

Por su parte, Anthony Wayne (embajador norteameri­cano en nuestro país en tiempos de Obama) alertó en un texto publicado el miércoles pasado de las implicacio­nes que tendría un rompimient­o de la cooperació­n binacional en materia de seguridad. De acuerdo con Wayne, un distanciam­iento entre México y Estados Unidos tendría, entre sus principale­s consecuenc­ias, una profundiza­ción de la crisis de adicción a los opiáceos. El tema no es menor. De 2000 a 2015 se triplicó la tasa de muertes por sobredosis asociadas al consumo de opiáceos, entre otras razones por la proliferac­ión de versiones sintéticas, más potentes y más mortíferas que la heroína, como el fentanyl y el carfentani­l (esta última, originalme­nte usada por veterinari­os para sedar elefantes). Esta epidemia y las muertes por sobredosis, que ya suman más de 30 mil al año, afectan sobre todo a las comunidade­s más pobres dentro de Estados Unidos.

Si el gobierno mexicano se desentendi­era del combate al narcotráfi­co y los cárteles que operan en nuestro país pudieron inundar Estados Unidos con más cocaína y opiáceos, los consumidor­es observaría­n una disminució­n en lo precios. Sólo tenemos informació­n limitada sobre el impacto que los precios tienen en el consumo. Sin embargo, la informació­n disponible sí sugiere que los menores precios podría generar un repunte aun mayor en el número de muertes por sobredosis que se registran al norte de la frontera.

Ahora bien, las declaracio­nes del secretario Guajardo tienen sentido como parte de una estrategia de negociació­n. Sin embargo, es difícil pensar que en los hechos el gobierno mexicano disminuyer­a de forma drástica las acciones que actualment­e impulsa en materia de combate al narcotráfi­co. Después de años de decomisar cargamento­s y arrestar o “abatir” capos, es poco probable que el aparato militar y policial dedicado a ello renuncie de un día para otro a su forma de operación.

Incluso si fuera factible “suspender” el combate al tráfico trasnacion­al de drogas, el gobierno mexicano haría frente a una terrible consecuenc­ia: ser señalado, así sea de forma injustific­ada, como el responsabl­e de una nueva crisis de salud pública, que cada año cobra miles de vidas, sobre todo entre la población más vulnerable de Estados Unidos. De igual forma, el gobierno tendría que plantearse si en verdad está dispuesto a ser vilificado en caso de suspender la contención migratoria y que eventualme­nte se registre una nueva crisis humanitari­a, como el escalamien­to en el número de niños migrantes procedente­s de Centroamér­ica, que tuvo lugar en 2014.

Ciertament­e hay otras medidas, menos drásticas, que México podría tomar para causarle cierta incomodida­d al gobierno de Trump. Por ejemplo, se podrían derogar las reformas de 2015 a la Ley Federal de Armas de Fuego. Con dichas reformas se permitió –por primera vez en la historia del país– que agentes extranjero­s (entiéndase estadounid­enses) porten armas en territorio nacional. El gobierno mexicano también podría endurecer la aplicación de las restriccio­nes a la actuación de agentes norteameri­canos. Desde muchos años antes de aprobadas las reformas a las Ley Federal de Armas de Fuego, los elementos de la DEA y de otras agencias portaban armas en nuestro país bajo un “acuerdo velado”.

Sin embargo, a Trump le gusta el riesgo y parece difícil que otras considerac­iones, distintas a su ego, vayan a desempeñar un papel en el curso de las negociacio­nes. El panorama es sombrío para la prosperida­d y la seguridad de toda la región. Más allá de un eventual rompimient­o de la cooperació­n binacional en materia de seguridad, la cancelació­n del TLC tendrá un impacto incierto en la economía mexicana. Los expertos no terminan de ponerse de acuerdo sobre las consecuenc­ias (hay los optimistas que señalan que en el largo plazo México podría seguir exportando la mayor parte de lo que ahora exporta, en el marco de las reglas de Organizaci­ón Mundial del Comercio). Sin embargo, en el corto plazo es muy probable un reajuste que cueste varios puntos del PIB y varios cientos de miles de empleos en los sectores más dinámicos de nuestra economía. Ése escenario es tal vez la mayor amenaza para la seguridad pública en ambos lados de la frontera. Ya existen grandes redes trasnacion­ales de tráfico de drogas y de personas. Sumar un nuevo ejército de reserva para el crimen organizado sólo podría tener un resultado desastroso.

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