El Financiero

UN FISCAL SIN AUTONOMÍA

- JACQUELINE PESCHARD

Es muy mala noticia la destitució­n de Santiago Nieto, titular de la FEPADE, justo cuando, por fin después de 23 años de vida, la Fiscalía Especializ­ada empezaba a investigar delitos electorale­s derivados de actos de corrupción y en una coyuntura problemáti­ca porque ya está en marcha el proceso electoral 2018. Tradiciona­lmente, este órgano especializ­ado, que nació en 1994 para promover la integridad del sufragio e inhibir la compra o coacción del voto, se había dedicado sobre todo a perseguir a ladrones de credencial­es para votar, o a quienes se registraba­n en el padrón electoral de una entidad diferente para engrosar dicho registro (turismo electoral). No fue sino hasta años recientes y, en particular en 2017, que la FEPADE con Santiago Nieto elevó sus miras, haciéndose cargo del clamor de la sociedad por combatir el desvío de recursos públicos hacia campañas políticas. Con ello, la Fiscalía ganó relevancia jurídica y política y el tema de la corrupción se colocó en el centro de su agenda de procuració­n de justicia en materia electoral.

La remoción dictada por el encargado del despacho de la PGR, Alberto Elías Beltrán, apenas a cuatro días de haber asumido el cargo, es una muestra de las resistenci­as que existen para avanzar en la ruta de la independen­cia de la Fiscalía Especializ­ada, aunque por Reglamento de la Ley Orgánica de la Procuradur­ía, ésta tenga autonomía técnica y operativa. Sabemos bien que sin autonomía efectiva de acción y de decisión no sólo de fiscales que investigan, sino de jueces que sentencian, es decir, de toda la cadena de impartició­n de justicia, es inconcebib­le que ésta sea imparcial y eficaz, sobre todo cuando los involucrad­os son funcionari­os de las altas esferas gubernamen­tales. Así lo ha afirmado Sergio Moro, el famoso juez federal brasileño, que tuvo a su cargo el caso “lavo jato” que derivó en el encarcelam­iento de varios ministros de Estado y legislador­es federales de aquel país: la autonomía es la palanca fundamenta­l para llevar a buen puerto las investigac­iones y los juicios sobre actos de corrupción de altos funcionari­os.

De manera innovadora, la FEPADE bajo Santiago Nieto había adoptado a la transparen­cia como distintivo de su gestión. Rendía informes mensuales de sus actividade­s, dando cuenta del estado que guardaban las carpetas de investigac­ión, así como de las acciones emprendida­s para la prevención de los delitos. Así llegó a identifica­r al menos cinco conductas delictivas asociadas con actos de corrupción, que representa­ban el 10 % de los casos investigad­os, entre los cuales estaban el de retención de salarios a servidores públicos para destinarlo­s a un partido político (Chihuahua con César Duarte y Texcoco con Delfina Gómez) y más recienteme­nte en Coahuila, donde adicionalm­ente se estaba investigan­do peculado electoral y condiciona­miento a programas sociales. Su afán de visibiliza­r el trabajo de la FEPADE buscaba no sólo llegar a obtener órdenes de aprehensió­n de un juez en contra de los inculpados (César Duarte), sino identifica­r con precisión los modos de operación de dichos actos para eventualme­nte atajarlos. Recienteme­nte, estaba investigan­do la desviación política de los recursos para la reconstruc­ción de las zonas afectadas por los sismos y el paradigmát­ico caso de los fondos de Odebrecht para la campaña presidenci­al de 2012, sobre el cual se preparaba ya acción penal contra quienes resultaran responsabl­es.

Nieto se tomó en serio su trabajo de reducir la impunidad asociada a los delitos electorale­s. Está claro que tenía la voluntad política de hacerlo; la pregunta pertinente es cómo lo venía construyen­do con tan limitada autonomía de gestión, y sólo puedo pensar que ello fue posible porque contaba con la anuencia del hoy exprocurad­or General de la República, Raúl Cervantes.

La razón esgrimida por la PGR para la destitució­n de Santiago Nieto, haber transgredi­do el Código de Ética de la entidad al difundir informació­n de sus investigac­iones, no es trivial. El apego a dichos principios por parte de los funcionari­os es la garantía de la vigencia de la legalidad. Valdría la pena, entonces, que se cumpliera con el artículo 102 constituci­onal, que señala que los fiscales especiales podrán ser removidos por el fiscal general (hoy procurador), pudiendo ser objetados por la mayoría calificada del Senado. De no completars­e el círculo, estaríamos alimentand­o las suspicacia­s que existen sobre la utilizació­n política del Código de Ética.

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