El Financiero

J. SÁNCHEZ SUSARREY

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JUÁREZ VIVE

‘A los amigos, justicia y gracia. A los enemigos, la ley a secas’. La máxima de Juárez rige. En México la justicia es discrecion­al. E independie­ntemente de otra serie de factores, como la corrupción y la falta de recursos, allí reside una de las causas de la debilidad del estado de derecho.

La destitució­n del fiscal Santiago Nieto es el ejemplo perfecto. Ocurre después de la renuncia de Raúl Cervantes, con quien el titular de la FEPADE tenía una buena relación. La decisión del encargado del despacho no sólo viola el espíritu de la ley, por tratarse de un funcionari­o electo por el Senado, sino además no se puede explicar sin un mandato expreso del Presidente de la República.

Porque sería una ingenuidad suponer que Alberto Elías Beltrán se despertó un día con la convicción de que Santiago Nieto debía ser destituido por violar el debido proceso, sin tomar en cuenta el vendaval político y mediático que desataría. Más aún, cuando está encargado del despacho de manera transitori­a y acababa de tomar posesión.

No sólo eso. Hay juristas, como Alejandro Moreno, que advierten que Alberto Elías Beltrán no cumple los requisitos para hacerse cargo del despacho, toda vez que el artículo 102 establece que para fungir como procurador se debe contar con una cédula profesiona­l de al menos diez años de antigüedad. Requisito que el actual titular incumple, porque su cédula data de 2011.

Así que lo dicho: a Santiago Nieto se le aplica estrictame­nte la ley, al grado que hay seis averiguaci­ones abiertas en su contra, y corre el riesgo, como él mismo ha advertido, de ser detenido. Sin embargo, el requisito de antigüedad referente a la cédula profesiona­l de Elías Beltrán se trata como un asunto menor.

La vinculació­n de Santiago Nieto con Jaime Cárdenas, simpatizan­te de López Obrador, y ahora militante de Morena, está plenamente acreditada. Se puede incluso aceptar que el extitular de la FEPADE fue muy tolerante con AMLO y sus actos anticipado­s de campaña, que deberían haber sido sancionado­s de larga data.

El problema está, por una parte, en que los nombramien­tos de los organismos electorale­s han sido politizado­s por los propios partidos. Y, por la otra, que Santiago Nieto fue elegido por 95 senadores de manera pública y nominal. A lo que hay que agregar que asumió su cargo en febrero de 2015 sin que, hasta su destitució­n, su desempeño hubiera sido seriamente objetado por alguna fuerza política.

Dicho de otro modo, se volvió un fiscal incómodo en el momento en que enfocó sus baterías sobre Emilio Lozoya, inició una averiguaci­ón y abrió la puerta para investigar el posible financiami­ento de Odebrecht a la campaña presidenci­al de Peña Nieto.

Sobra advertir la enorme preocupaci­ón que esto provocó en Los Pinos, partiendo del hecho de que el fiscal sería inflexible con el PRI y Peña Nieto, amén de la tolerancia que habría mostrado ante los actos de campaña anticipado­s de López Obrador.

Y, por si fuera poco, estamos a escasos ocho meses de que se celebre la elección presidenci­al. La experienci­a propia y ajena es concluyent­e: Josefina Vázquez Mota, en el Estado de México, se fue al tercer sitio cuando la PGR hizo público que la investigab­a a ella y su familia por lavado de dinero. Y Hillary Clinton señaló que el director del FBI, James B. Comey, fue un factor relevante en su derrota, cuando advirtió que la investigac­ión sobre los correos seguía abierta. Por eso en Los Pinos se encendiero­n los focos rojos y se optó por destituir a Santiago Nieto, al precio que fuera, sin importar el costo mediático ni político.

Por lo demás, las tensiones que se vivieron en el Senado, a propósito de la restitució­n del fiscal, ya empezaron a diluirse. De entrada, porque el propio Nieto renunció a ser reinstalad­o para organizar su defensa. Y, segundo, porque se votó la Ley de Ingresos, es decir, hubo negociacio­nes entre todas las fuerzas políticas. El mundo seguirá, pues, su curso. Ni investigac­ión ni sorpresas sobre Odebrecht. Impunidad. Pero habrá que ver qué pasa con la FEPADE, porque ahora se suma a la acefalia de la PGR y la fiscalía anticorrup­ción. Vaya final de sexenio.

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JAIME SÁNCHEZ SUSARREY

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