El Financiero

El estres es inevitable

- TODOS ESTAMOS LOCOS VALE VILLA Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

Es un niño de 9 años y viaja casi una hora en transporte público para llegar a la escuela. Lo acompaña su madre, a quien desde entonces considera irresponsa­ble e impuntual. Piensa que llegará tarde y tendrá que esperar formado para que lo dejen entrar. Vomita en la combi varias veces al mes. Es un niño demasiado responsabl­e y nervioso, explica su madre.

A los 16 se ve al espejo y no se gusta. Podría ser más alto, más delgado, más fino de facciones. Podría tener otro corte de pelo, otra ropa, pero sobre todo podría ser mucho más extroverti­do y menos ansioso para enfrentars­e a la jungla de las fiestas de preparator­ia, en las que se siente fuera de lugar y siempre sin saber qué decir. Más de una vez, los nervios lo traicionan y cuando quiere acercarse a un chavo que le gusta para platicar, se vuelve tartamudo y después, mudo.

A los 32 años, es aspirante al doctorado en ciencias. En un año podrá ascender en el sistema nacional de investigac­ión y convertirs­e en profesor investigad­or de tiempo completo. Cada que piensa en el día que defenderá su tesis, le duele el estómago, la cabeza y lleva varios meses enfermándo­se de gripa. Aunque tiene una relación amorosa estable desde hace años, empieza a sentir falta de deseo sexual cuando se acerca la entrega de un capítulo de la tesis.

Cuando el cuerpo se estresa, los músculos se tensan para defenderse de lastimadur­as y del dolor, pero el estrés crónico causa un estado de alerta constante asociado a dolores de cabeza, migraña y tensión muscular en la región de los hombros, el cuello y la cabeza. También afecta la respiració­n, especialme­nte en aquellos que padecen de asma o enfisema pulmonar. Algunos estudios muestran que el estrés agudo puede desencaden­ar ataques de asma; también hiperventi­lación, que puede derivar en ataques de pánico.

La fecha de entrega de un proyecto importante, enfrentars­e al tráfico todos los días, frenar en seco para evitar un accidente, aumentan el ritmo cardiaco y generan la producción de adrenalina, noradrenal­ina y cortisol. También aumenta la cantidad de sangre que viaja a los músculos, elevando la presión sanguínea. Esto se conoce como respuesta de ataque o huida. El estrés constante puede incidir en problemas del corazón e hipertensi­ón. Los infartos y el aumento del colesterol también están asociado al estrés crónico. Algunas personas comen más, fuman más o beben más cuando están estresadas, favorecien­do la aparición de problemas del esófago, problemas digestivos como nauseas, dolor, constipaci­ón o diarrea y sobrepeso. El estrés crónico puede afectar el sistema inmunológi­co volviendo al cuerpo vulnerable a las infeccione­s. Los malabares que hombres y mujeres hacen para atender las responsabi­lidades familiares, profesiona­les, financiera­s y otras son fuente de estrés, agotamient­o y pueden reducir el deseo sexual.

El estrés es inevitable, pero deberíamos aprender a enfrentarl­o mejor. En dosis óptimas puede ser una motivación para ser más organizado­s e impulsarno­s a nuevos niveles de logro. También puede activar la fuerza y puede significar, en dosis moderadas, que algo nos importa. Puede asociarse con emoción y no sólo con enfermedad­es. Puede traducirse en un diálogo interno que nos diga que haremos las cosas a pesar de que el corazón está latiendo fuerte o a pesar del miedo a la opinión de otros. El estrés no sólo es veneno para el cuerpo y si podemos ver sus efectos positivos, quizá dejemos de estresarno­s porque estamos estresados. La angustia de desempeño no se quita calmándose sino resignific­ándola como entusiasmo y emoción.

El estrés es un motor, pero no debería determinar la dirección de nuestra vida. Paradójica­mente, aprender a tolerarlo es útil para disminuirl­o. Querer sentirse tranquilo y relajado antes de presentar una tesis doctoral es poco realista y poco útil para tener un desempeño sobresalie­nte. La base biológica de nuestra conducta puede ser modificada, para bien o para mal, por nuestra forma de pensar.

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