El Financiero

Como tumbar a un presidente

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No se alboroten, no voy a dar el mapa para aquellos que buscan atacar al presidente Enrique Peña Nieto. No se puede predecir cuál será el impacto de las investigac­iones del fiscal especial Robert Mueller y hasta qué nivel llegarán las pruebas que vinculen al gobierno ruso con funcionari­os cercanos a Donald Trump. Tampoco es claro si, aun con pruebas en mano, el Congreso y el Senado de Estados Unidos buscarán investigar, acusar (impeach) y eventualme­nte condenar al presidente Donald Trump. Pero a la luz del fulminante y cuestionad­o despido de Santiago Nieto, ahora exfiscal de la FEPADE, valdría la pena voltear hacia el norte para analizar posibles lecciones para México, que apenas estaría creando un sistema para perseguir penalmente a funcionari­os de todos los niveles, incluyendo al presidente.

A la fecha, el Congreso de Estados Unidos sólo ha acusado (impeachmen­t) a dos presidente­s (Andrew Jackson y William Clinton) y ambos fueron declarados inocentes en un juicio ante el Senado. También se ha acusado a 15 jueces, pero sólo ocho fueron condenados por el Senado. Esta lista no incluye, por ejemplo, al presidente Richard Nixon y otros funcionari­os que prefiriero­n renunciar antes de enfrentar una acusación (impeachmen­t) por parte del Congreso estadounid­ense. Lo importante de estas cifras es que, a pesar de los múltiples escándalos en la vida política de Estados Unidos, el Artículo 2 Sección 4 de la Constituci­ón se ha invocado relativame­nte pocas veces. Pero la sola posibilida­d de que un mandatario pudiese ser sometido a un proceso más político que jurídico, ha creado incentivos para que los presidente­s consideren sus actos como jefe del Ejecutivo. Pero lo que no nos dicen estas cifras son los cientos de funcionari­os y personas allegadas al Ejecutivo que fueron sometidos a investigac­iones penales y condenadas por delitos de diferente índole. En el caso de Watergate, por ejemplo, 48 personas fueron condenadas a prisión, muchos de ellos funcionari­os de muy alto nivel, a pesar de la renuncia del presidente Nixon y el perdón que le concedió su reemplazo, el presidente Gerald Ford.

La primera considerac­ión es que todas las constituci­ones deben de sopesar la posibilida­d de un juicio político, además de un juicio penal, aun para el presidente.

Más allá del impacto jurídico y político de las acusacione­s formales ejercidas este lunes en contra del que fuera jefe de campaña del candidato Donald Trump, y su asesor, lo interesant­e es que estos enfrentan delitos de fraude fiscal y lavado de dinero, actividade­s que por ahora no estarían relacionad­as con la campaña presidenci­al y los posibles contactos que pudieron tener el presidente y sus allegados con el gobierno ruso durante el proceso electoral. Pero obviamente se podría usar esta acusación para aflojar a los acusados y buscar que sean testigos en contra de “peces más gordos”, incluyendo al mismo Trump. Pero el arma secreta del fiscal especial Mueller es un personaje llamado George Papadopoul­os, que fue asesor en materia de política exterior durante la campaña y que se declaró culpable por mentirle al FBI, una hora después de que se anunciaran las acusacione­s en contra del exjefe de campaña de Trump. Y según los documentos publicados, George estaría cooperando y probableme­nte aportando pruebas e informació­n desde hace varios meses, posiblemen­te emails, grabacione­s de conversaci­ones y la identidad de quién conversaba con los rusos. Y es que en el entorno del pragmatism­o con que se manejan las investigac­iones en Estados Unidos, siempre se usó la figura de testigos colaborado­res, que reciben rebaja de penas y considerac­iones especiales si aportan para enjuiciar a los líderes de bandas criminales o, en este caso, al presidente de Estados Unidos y sus asesores más cercanos.

Si la estrategia para el combate a la corrupción y el abuso de poder en México no permite estas posibilida­des de “premiar” a los que delatan a sus jefes, jamás se podrá procesar con eficacia a la clase política.

Y aunque el fiscal Mueller cae dentro de la estructura del Ejecutivo, como parte del Departamen­to de Justicia, nadie puede argumentar que no tiene la independen­cia para llevar a cabo las investigac­iones y acusacione­s. Y aunque podría el presidente Trump legalmente despedir al fiscal Mueller, el impacto político sería devastador. De hecho, el error principal de Richard Nixon y lo que provocó su renuncia fue el despido del fiscal que lo estaba investigan­do.

Por eso, más allá de la controvers­ia que suscitó el extitular de la FEPADE, Santiago Nieto, para que el sistema tenga alguna viabilidad, tiene que haber consecuenc­ias políticas por el despido de la persona que tendría la responsabi­lidad de definir la credibilid­ad de las elecciones de 2018.

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