La decisión más difícil del Presidente
Cierto, a lo largo de los cinco años que lleva su administración, el presidente Enrique Peña Nieto ha tomado todo tipo de decisiones, dependerá del crisol de la historia calificarlas. Sin embargo, hay una que no sólo repercute en los fines para los que fue tomada, sino trasciende en los años.
Es la elección que hará sobre el candidato del PRI para competir por la Presidencia de la República, decisión que per se no le garantiza el triunfo, pero si puede ponerlo en la ruta de estar a la altura de la competencia electoral que se avecina y que representa retos formidables para el proyecto que encabeza.
Desde Carlos Salinas de Gortari no se había ejercido ese privilegio, el de, como fiel de la balanza, tener el voto de calidad y definitivo para elegir al candidato. Volvimos a vivir el ritual del tapado. Escuchamos nuevamente la liturgia priista con Peña Nieto.
Salinas ejerció esa regla no escrita dos veces, primero se pronunció por Luis Donaldo Colosio y después por Ernesto Zedillo.
Posteriormente, vino la alternancia y durante 12 años de gobiernos panistas ya no se practicó la atribución presidencial, aunque Vicente Fox y Felipe Calderón quisieron replicarla, pero no pudieron en virtud de que esa práctica no está en el ADN del PAN.
Ahora el presidente Peña rescata ese privilegio que tiene el primer priista del país, y con esa investidura se apresta a tomar la decisión más difícil de su sexenio.
No sólo debe evaluar los principales atributos personales, académicos y perfiles profesionales, además, claro está, del expertis como servidor público, sino también debe asegurarse que el hombre elegido tenga la capacidad política-administrativa y poder de convocatoria entre la sociedad para garantizar que, por ejemplo, las reformas estructurales y las grandes obras de infraestructura, como el nuevo aeropuerto, se terminen de implementar y concluir.
La lealtad sería otro atributo que se busca para elegir al sucesor; y para ser muy sinceros los anteriores presidentes emanados del PRI no han salido muy bien librados en este tema, basta recordar los pleitos que mantienen hasta la fecha Salinas y Zedillo.
En conclusión, el reto es elegir al hombre que pueda ser competitivo electoralmente, al tiempo de contar con la certeza de que será un presidente a la altura de las circunstancias.
Peña Nieto, en las respuestas que ha dado sobre el tema de la sucesión en las más recientes entrevistas que le han hecho, deja vislumbrar que ya se acerca el tiempo de la unción del candidato. Si bien es cierto que se tiene hasta el 14 de diciembre, según los tiempos que marca la ley electoral para registrar a los precandidatos, también es una realidad que el tiempo corre en contra del PRI, y el fuego amigo y enemigo que están recibiendo los cuatro finalistas, Meade, Narro, Nuño y Osorio, se incrementa con el paso de los días.
Los cuatro entraron a una espiral de desgaste personal por su posible candidatura, y en la medida que se retrase la decisión, incidirá directamente en el desgaste personal.
Otra variable que obliga a que el presidente Peña haga pública su decisión en este mes, es que además de AMLO ya están perfilados Ricardo Anaya y Margarita Zavala, por lo que sólo faltaría el candidato del PRI para definir la contienda.
Y como se aprecia será a cuartos la elección y no a tercios, como apuntan los analistas. Sin embargo, este punto es harina de otro costal, lo relevante ahora para el PRI es que empieza la verdadera cuenta regresiva y, por ende, el presidente Peña enfrente la decisión más relevante de su sexenio.
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