Inestabilidad
La I Guerra Mundial terminó con la “primera” globalización, iniciada en los años setenta del siglo XIX. Desde entonces, y hasta el fin de la II Guerra, las naciones se fueron cerrando al comercio, y eso implicó un menor crecimiento global. Después de las guerras, los europeos y japoneses eran mucho más austeros que antes, de forma que la apertura y los esfuerzos de reconstrucción produjeron dos décadas de crecimiento centrado en inversión. Algo se derramó al resto del mundo, e incluso América Latina logró crecer un poco, aunque aquí nos cerramos precisamente en esos años.
Un cuarto de siglo después, el esquema se vino abajo. Por un lado, Estados Unidos incurrió en excesos de gasto, en parte producto de su papel central en el sistema financiero global, y en parte debido tanto a la “Gran Sociedad” de Johnson como a la guerra en Vietnam. Por otro, las generaciones nacidas después de la II Guerra llegaron al mercado laboral. En 1971 se abandona el sistema de Bretton Woods, y los capitales empiezan a moverse alrededor del mundo. Dos años después, los petrodólares (resultado del embargo árabe) inundan los mercados, buscando clientes. Todos nos endeudamos, pero unos más que otros. América Latina, que creció las dos décadas previas con mercados cerrados e ineficientes, estaba urgida de dinero, y se endeudó más que los demás. Ocho años después, la crisis, y una década perdida.
Pero el proceso de transformación no fue sólo económico. En los países desarrollados, los excesos de los gobiernos socialdemócratas desplazaron a los votantes, que optaron por la nueva derecha de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II. Por cierto, los tres, grandes políticos mediáticos. Iniciaba la “segunda” globalización.
En los dos procesos así llamados, ha habido un solo hegemón. Entre 1875 y 1914, Reino Unido controlaba los mares del mundo, contaba con el sistema financiero central, y el patrón monetario (patrón oro) era a su medida. Desde 1989, Estados Unidos controló los mares del mundo, tenía el sistema financiero central, y el patrón monetario era a su medida. Después de la Primera Guerra, Reino Unido había cedido a Estados Unidos buena parte de su presencia en el mar, y sin duda la centralidad financiera, pero este país no logró sustituir al anterior hegemón sino hasta 1989.
En las próximas décadas se decidirá si Estados Unidos perdió ese papel primordial con la crisis financiera de 2009, con la elección de Trump en 2016, o si logró salvar esos dos obstáculos. La primera fecha, que muchos celebraron como el fin de la hegemonía estadounidense, no parece haberse cumplido. El sistema financiero estadounidense sobrevivió, y no existe aún quién le compita. Lo mismo el patrón monetario, tan centrado en el dólar que desde 2014 su fortalecimiento ha hundido a los famosos BRIC, de los que pocos hablan ahora. Y aunque China intenta quitarle a Estados Unidos el control del mar, aunque sea el del Mar del Sur de China, eso está por verse.
Sigo pensando que la más grave amenaza que ha sufrido Estados Unidos es Donald Trump, pero no creo que se pueda saber si resultará en un deterioro definitivo del país vecino, o si la institucionalidad logrará deshacerse de él. Pero, como espero sea claro de los párrafos previos, se trata de un asunto de la mayor importancia. Bastan unos pocos errores para sumergir al mundo entero en recesiones profundas, e incluso en guerras totales. Así ocurrió desde 1913, y hubo que esperar casi un siglo para limpiar los efectos, que costaron cientos de millones de muertos, y una vida innecesariamente difícil para muchos más.
Tendremos que esperar.
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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey