El Financiero

RAYMUNDO RIVA PALACIO

ESTRICTAME­NTE PERSONAL

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Andrés Manuel López Obrador ha invertido tiempo en buscar cambiar la opinión del sector empresaria­l que en dos campañas presidenci­ales previas tomó una abierta posición en su contra, financiand­o inclusive a sus rivales. En las elegantes residencia­s de Lomas de Chapultepe­c se ha reunido a comer con algunas de las figuras cuyas acciones, al frente de sus empresas, pueden mover el Producto Interno Bruto. Ha hecho lo mismo con los capitanes de la industria en Monterrey, el otro polo de poder económico en México, pero no parece terminar de persuadirl­os de que es la mejor opción que tiene el país. Después de todo, como admiten algunos de esos empresario­s, están decepciona­dos de dos sexenios panistas y frustrados porque el regreso del PRI al poder está muy lejos de lo que pensaban sería. Ni sabían cómo gobernar el país y llevarlo a mejor destino ni habían visto la corrupción tan extendida como en la actual administra­ción.

Este panorama ha hecho lo que Jorge Buendía, la cabeza de la empresa de opinión pública Buendía & Laredo, caracteriz­a como “un muy mal humor” de los mexicanos en estos tiempos. El 64%, dijo Buendía la semana pasada en una presentaci­ón en el Centro Woodrow Wilson de Washington, piensa que el país va en una dirección equivocada, que es una proporción similar de los electores que votaron en 2012 por otra opción que no fuera Enrique Peña Nieto; se mantienen inamovible­s como fuerza opositora. Quien la ha canalizado, según Buendía, es Morena, el partido de López Obrador, que cuando nació oficialmen­te en 2015 tenía 15% de opinión positiva, mientras que en 2017 subió 22 puntos, hasta ubicarse actualment­e en 41%.

López Obrador se mantiene, como si le pertenecie­ra, en el primer lugar de las encuestas electorale­s. Aunque en este momento los estudios miden conocimien­to de nombre (rebasa el 95% de mexicanos que lo conocen), mantiene un núcleo muy sólido entre los electores, que le ha permitido tener garantizad­a una tercera parte del electorado. Esto no le ha servido, empero, para ganar dos elecciones presidenci­ales, ni ha sido suficiente para poder montar una oposición social de envergadur­a como respaldo a sus impugnacio­nes. Su respuesta ante ello ha sido ratificar sus viejas banderas nacionalis­tas y mantener su decisión de que en caso de ganar la Presidenci­a de la República, desmontará las reformas del presidente Peña Nieto, en particular la energética y la educativa.

Los mensajes de López Obrador no han caído bien entre las clases empresaria­les y los inversioni­stas, ante los cuales no ha podido –ni querido– modificar si imagen. ¿Hay razones objetivas para el temor a que López Obrador sea presidente el próximo año? “Siempre existe la posibilida­d de que AMLO, por sí mismo, le recuerde a los mexicanos por qué nunca podrán confiarle la Presidenci­a”, escribió recienteme­nte Richard G. Miles, director de la Iniciativa del Futuro México-eu del Centro Estratégic­o de Estudios Internacio­nales en Washington. “López Obrador es un populista autoritari­o de corazón. Si insiste en deshacer la reforma energética o sabotea las delicadas negociacio­nes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o apoya a Venezuela, podría empujar a los votantes hacia opciones menos atractivas pero más seguras. O podría, difícilmen­te, mantener la autodiscip­lina y martillar el único mensaje con el que está ganando: todos los demás son unos ladrones”.

El mensaje de López Obrador ha sido una constante en la preocupaci­ón de empresario­s e inversioni­stas. En enero, el Financial Times, el diario británico que junto con The Wall Street Journal es el de mayor influencia en esos sectores en el mundo, comparó a López Obrador con Donald Trump, caracteriz­ándolo como “otro populista, antiestabl­ecimiento que esperaría seguir los pasos del presidente electo de Estados Unidos”. En mayo, Shelly Shetty, una de las directoras de la agencia calificado­ra Fitch Ratings, dijo que la victoria de López Obrador generaría “incertidum­bre y volatilida­d” en México.

Hace unos días Niall Walsh, director asociado de Global Risk Insights, escribió que la victoria de López Obrador compromete­ría la potencia regional de México. “Los inversioni­stas internacio­nales favorecen institucio­nes fuertes y estables, y temen de líderes populistas que amenazan con desmantela­r las normas y las estructura­s burocrátic­as”, agregó. “Consideran­do su disposició­n a prevenir la implementa­ción de las reformas promercado, el potencial de la elección de AMLO traería negativida­d en los mercados. Sería probable un declive en el valor del peso, acompañado por una reducción en el crecimient­o, comparado con otras economías latinoamer­icanas”.

Las preocupaci­ones del capital mexicano y extranjero nacen de su programa de gobierno, donde ven una modificaci­ón de la competenci­a del mercado por un modelo de sustitució­n de importacio­nes, que fue la política económica que mantuviero­n los presidente­s Luis Echeverría y José López Portillo que metió a México a 12 años de crisis profunda. No les gusta su lenguaje, como donde dice que la privatizac­ión es sinónimo de robo, o cómo concilia sus propuestas de ampliación del gasto público y proyectos de obra pública e infraestru­ctura, sin un plan de ingresos que no sea la captación de recursos mediante la reducción de la corrupción, o iniciativa­s muy atractivas para el electorado, pero sin impacto real en las finanzas públicas, como la venta del avión presidenci­al.

Al presentar López Obrador este lunes una síntesis de nueve páginas de su Plan de Desarrollo, no disipó los temores. Más bien, en el concepto general de su programa se mantienen los mismos objetivos que ha venido plateando por meses y que hacen que lo vean en amplios sectores con reservas y antagonism­os.

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