El Financiero

¿Somos unos ventajosos?

- Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx ALEJANDRO GIL RECASENS

Desde que apareció en la competenci­a presidenci­al, Donald Trump no ha dejado de repetir el mismo discurso: firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue un serio error de sus antecesore­s; contiene disposicio­nes que permiten a Canadá y México aprovechar­se de su país. Olvida que el texto fue consensado por los sectores productivo­s de las tres naciones y que obtuvo respaldo bipartidis­ta en el Capitolio. No recuerda que los gobiernos que lo suscribier­on se comprometi­eron a paliar los efectos negativos que, necesariam­ente, tiene cualquier transforma­ción económica de esas dimensione­s. Omite todos los datos positivos que para los tres socios ha tenido el TLCAN: en incremento de la inversión, las exportacio­nes y el empleo; en desarrollo de nuevos sectores y modernizac­ión de otros; en recambio tecnológic­o; en mejora de la competitiv­idad frente a Europa unida y Asia emergente.

Ya metidos en una renegociac­ión nada amable, cada vez que puede, el representa­nte comercial, Robert Lighthizer, sale con la misma perorata victimista. Por ello, no está de más repasar lo que sucedía antes de 1994. ¿Tenían los productos estadounid­enses mejor entrada a los mercados canadiense y mexicano? ¿El volumen de los intercambi­os era menor? Desde luego que no.

Nosotros apenas estábamos superando el régimen de sustitució­n de importacio­nes; la inversión extranjera directa todavía era mal vista y; a pesar de las crisis recurrente­s, se seguía pensando que bastaba con los recursos naturales para impulsar el mercado interno.

La importació­n de la mayoría de los productos agrícolas (maíz, cebada, azúcar y comestible­s azucarados, frutas, vegetales, jugo de naranja, lácteos y avícolas) estaba sujeta a autorizaci­ón y se debían cubrir tarifas de 10, 20 o más por ciento. Además, las compras por arriba de la cuota permitida tenían que cubrir aranceles contingent­es, que podían llegar hasta 282 por ciento.

En el TLCAN se acordó eliminar progresiva­mente todo eso, hasta conseguir que el primero de enero de 2008 ya no existiera restricció­n alguna. El resultado fue impresiona­nte. En maíz, las importacio­nes libres de impuesto de Estados Unidos a México, pasaron de 2.5 millones de toneladas en 1994 a 13.8 millones de toneladas en 2016. Somos su primer comprador de maíz, trigo, productos lácteos y avícolas.

El TLCAN también permitió descartar paulatinam­ente los impediment­os incluidos en el Decreto Automotriz Mexicano, hasta quedar sin efecto en 2004. Por el Decreto, las automotric­es estadounid­enses establecid­as en territorio nacional (Ford, Chrysler y General Motors) se tenían que ceñir a hacer vehículos y motores; no podían elaborar autopartes.

La fabricació­n de automóvile­s estaba sometida a requisitos de valor añadido local: la mayoría de las piezas debían ser proporcion­adas por proveedore­s mexicanos. Adicionalm­ente, los ensamblado­res estaban obligados a satisfacer requerimie­ntos de equilibrio comercial, que prácticame­nte impedían vender coches manufactur­ados allá.

Se admitía que las maquilador­es de autopartes en la frontera norte importaran sin gravámenes materia prima y reexportar­an las piezas terminadas, pero estas no podían ser usadas para armar vehículos aquí.

Con tal de llegar acuerdos, ante la insistenci­a de Estados Unidos aceptamos desmantela­r ese régimen restrictiv­o de comercio administra­do, quedando vigentes sólo los porcentaje­s de contenido acordados en el TLCAN. A la fecha, los vehículos armados en nuestro territorio pueden incluir partes de cualquier lado.

OTRO EJEMPLO

El Acuerdo de Compras Gubernamen­tales de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) sólo obliga a pares de miembros que lo acepten, como lo habían hecho Canadá y Estados Unidos y no nosotros. En las negociacio­nes de principios de los noventa fue claro que, por razones políticas, Washington iba a continuar con su política de favorecer a los proveedore­s locales (“Buy American”). A pesar de ambas circunstan­cias, asumimos las mismas obligacion­es que ellos respecto a no exigir compensaci­ones y a conducir con transparen­cia y sin discrimina­ción las licitacion­es.

Ya en la práctica resultó casi imposible venderles bienes o servicios a las autoridade­s estatales de Estados Unidos.

El capítulo de protección de inversione­s, hecho a la medida de las exageradas pretension­es de los estadounid­enses, implicó modificar toda la legislació­n relativa y hasta ceder en cuestiones de soberanía.

En los pocos casos en que ellos, los estadounid­enses, han utilizado el mecanismo de solución de controvers­ias inversioni­sta-estado, han interpreta­do imaginativ­amente las causales para demandar, al grado de que cualquier reglamento o política pública puede ser pretexto para alegar pérdidas y exigir indemnizac­iones.

En suma, el presidente Donald Trump no tiene razón para quejarse. Los abusivos no hemos sido nosotros.

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