Golpistas
Morena tiene 20 diputados en la Asamblea de Ciudad de México, que cuenta con un total de 60 legisladores. Es la fracción más grande, sin embargo, y por ello tenían la presidencia de la Mesa Directiva. A Morena le pareció inadecuada la propuesta del jefe de Gobierno de construir una planta para aprovechar basura para generar energía, y para evitar que fuese aprobada, la presidenta de la Asamblea simplemente detuvo la votación, violentando el procedimiento.
La mayoría de legisladores la removió del cargo y nombró en su lugar a un diputado del PRI, pero Morena hizo lo único que sabe hacer: bloquear el funcionamiento de la Asamblea. Primero tomando la tribuna, después obstaculizando el funcionamiento, e incluso destruyendo las instalaciones. Hoy hay dos Mesas Directivas en la Asamblea, que no puede operar, y todo está detenido.
Me parece importante que atendamos este caso. Normalmente, nadie se fija en lo que hace la Asamblea, que ha sido un órgano bastante inútil, pero muy caro. Acostumbrados a ello, no volteamos a ver qué ocurre ahí. Pero este proceso es un gran recordatorio de cómo han funcionado las bancadas afines a López Obrador, y una muy buena señal de lo que puede ocurrir a partir de septiembre próximo.
No sé si usted recuerda cómo el llamado “Frente Amplio Progresista”, que había impulsado a López Obrador en 2006, intentó por todos los medios impedir la toma de posesión de Felipe Calderón, arguyendo un fraude que nunca pudieron probar. No lo lograron, pero obstaculizaron la LX legislatura (2006-2009), otorgando al PRI a tener un peso que no le daban sus números. Puesto que con el Frente de entonces no se podía hablar, cualquier negociación que requería Calderón tenía que hacerla con el PRI. Los legisladores de López Obrador lograron lo de siempre: dañar el funcionamiento del Congreso, asociar a sus enemigos, y posponer reformas.
Como usted sabe, destruir es fácil, y lo puede hacer cualquiera. A eso se dedican las personas que acompañan a López Obrador, y abunda la evidencia. El daño que causan impidiendo el funcionamiento del Congreso es bastante mayor de lo que uno imagina. Primero, se posponen decisiones, a veces lo suficiente para hacerlas imposibles; segundo, se obliga a alianzas para detenerlos, que alteran las posiciones originales de los partidos y llevan a arreglos inferiores; tercero, se fortalece la imagen de impunidad que está detrás de la inseguridad y la corrupción. Ver cómo un grupo de diputados actúa como si estuviese formado por golpeadores, que además cobran cientos de miles de pesos, y se llevan millones para sus grupos de apoyo, no puede fortalecer la democracia en ninguna parte del mundo. Ellos dirán que no se trata de eso, sino de la justicia, según la define su pastor. Bueno, pues ése es el problema: no hay gran diferencia con los camisas negras de Mussolini, las pardas de Hitler, las rojas de Garrido Canabal, o las fuerzas bolivarianas.
El comportamiento golpista de López Obrador y sus seguidores es de sobra conocido. Ellos no cumplen la ley, porque en su opinión la ley es injusta. No respetan procedimientos, porque se consideran superiores a eso. Lo han hecho desde las tomas de pozos hace 30 años hasta la de la Asamblea hace unas semanas, pasando por el desacato a la Corte de su líder, las tomas de Congresos, los intentos golpistas de 2006, y una infinidad de pequeños golpes que no llegan a las ocho columnas.
Ignoro cuál será su desempeño en la elección de 2018, pero creo que no está de más dejar absolutamente claro lo que representan. No hacerlo destruyó a Venezuela. No sigamos esa ruta.
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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey