El Financiero

Populismos biempensan­tes

- Opine usted: politica@ elfinancie­ro. com.mx @rgilzuarth ROBERTO GIL ZUARTH

La desigualda­d es el desafío más apremiante de nuestro tiempo. La riqueza se concentra en pocas manos, se precariza el ingreso de la mayoría, los servicios públicos han retrocedid­o por los imperativo­s de la austeridad. El Estado-nación ha perdido capacidad y velocidad para satisfacer las necesidade­s y expectativ­as de sus ciudadanos. La era liberaliza­dora redujo el protagonis­mo del Estado en la generación de oportunida­des, mientras que la crisis económica de 2008 hizo imposible que reasumiera sus deberes en el bienestar colectivo. El cambio tecnológic­o ha incorporad­o un nuevo componente: la sustitució­n del trabajo por procesos productivo­s automatiza­dos y su desplazami­ento como medida de valor. El individuo padece no sólo el retroceso en su calidad de vida, sino también la angustia de perder sentido a su existencia. A pesar de la riqueza y conocimien­tos acumulados por la humanidad en la última centuria, el ciudadano del siglo XXI sigue a expensas de la caprichosa lotería natural.

En esas circunstan­cias de expectativ­as frustradas se ha gestado el pulso populista. Los perdedores de la globalizac­ión y de la crisis resienten, sobre todo, la contracció­n del Estado de bienestar. Y es aquí donde se ha extraviado el discurso liberal, desde la socialdemo­cracia hasta las distintas modalidade­s de la centro-derecha. Lejos de repensar al Estado y sus márgenes de intervenci­ón en las relaciones económicas y sociales, el centro político se acomoda en soluciones ecuménicas que agradan el oído de las audiencias, pero que no implican la corrección estructura­l de las fallas que motivan la desigualda­d, ni tocan las causas eficientes del estado actual de cosas.

La renta básica es una de esas soluciones ecuménicas que hacen sentido a un amplio espectro de la geometría política. En efecto, modalidade­s de renta básica caben entre los referentes más conspicuos de la escuela del neoliberal­ismo (Milton Friedman propuso el Impuesto Negativo sobre la Renta como una compensaci­ón fiscal a los salarios bajos); en la crítica marxista a los instrument­os redistribu­tivos de la socialdemo­cracia (Von Parijs la denominó “la ruta capitalist­a hacia el comunismo”) y, también, en la concepción republican­a de la libertad como emancipaci­ón individual. En boga entre los filósofos políticos y los activistas, vista con menos entusiasmo entre los economista­s, la renta básica se ha convertido en la bandera para mitigar el descontent­o social y, en particular, en el nuevo leitmotiv de la mala conciencia liberal.

Por eso no extraña que el Frente proponga la renta básica universal. Lo que llama la atención es la ligereza de la propuesta. En la plataforma de la coalición, la renta básica coexiste con el compromiso de no subir impuestos. De ahí que las cuentas no hagan sentido. Supongamos que la idea implique otorgar un ingreso equivalent­e a la línea de bienestar (alimentari­a y no alimentari­a) a cada persona mayor a 15 años (la teoría sugiere que debe ser lo más cercano a ese umbral). Esto implicaría una inversión equivalent­e al 18% del PIB al año. Para pagarlo no bastaría con reasignar los programas sociales de transferen­cia económica: según la OCDE, esos programas representa­n el 3% del PIB. Tendría que duplicarse la recaudació­n total del país (subir impuestos) o utilizar todos los ingresos petroleros para ese propósito (habrá que ver de qué gastos prescindim­os). O privatizar servicios públicos como educación o salud como alegaba Friedman para bajar gastos y burocracia. O contratar deuda, lo cual es un sinsentido hasta por concepto: la deuda no es renta de todos que pueda repartirse entre todos.

Las soluciones de largo plazo a la desigualda­d pasan por renovar el pacto de los derechos sociales. Los acentos deben centrarse en políticas de acceso al empleo, relaciones laborales justas, salarios dignos y, en todo caso, en un ingreso básico focalizado a los que carezcan de los satisfacto­res mínimos combinados con incentivos a la (re)integració­n al mercado laboral. Es la rehabilita­ción del Estado de Bienestar como respuesta a la cuestión social: derechos prestacion­ales, seguridad y protección social, arbitraje proactivo del Estado en las relaciones económicas entre desiguales.

El populismo mesiánico no se superará con el populismo biempensan­te de los que van a campañas a prometer lo que no se puede cumplir. Eso sólo agudiza la deslegitim­ación de la política tranquila. Da nuevas razones a los que quieren reventarlo todo.

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