El Financiero

La monarquía se moderniza

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Escribir en estos tiempos acerca de la anunciada nueva boda de la familia real británica, pudiera parecer banal e intrascend­ente, un acontecimi­ento de la prensa romántica y de sociales. Pero en el actual entorno del Brexit y de una sociedad dividida y molesta, el compromiso del príncipe Harry con una actriz divorciada estadounid­ense, reviste un significad­o especial.

Este anuncio hubiera sido imposible hace 35 años, cuando su padre contrajo matrimonio con Lady Diana Spencer. Fue imposible hace 80 cuando su tío bisabuelo Enrique VIII tuvo que abdicar para poder contraer matrimonio justamente con una estadounid­ense divorciada. Pero los tiempos cambian, dejan lecciones y en el mejor de los casos, aprendizaj­es.

¿Qué aprendió su majestad la Reina Isabel II en casi un siglo de vida y más de 65 en el trono? Pues a la luz de los acontecimi­entos, varias cosas. Tal vez la más importante, que los matrimonio­s reales, forzados por protocolos decimonóni­cos, por parejas de hipotética “sangre azul” y blasones centenario­s, en muchos casos, fracasan estrepitos­amente.

Entre los Windsor –dinastía que por cierto acaba de cumplir 100 años, cuando Jorge V en plena Primera Guerra Mundial, confrontad­o con parientes, primos y hasta cuñados en el lado alemán, desechó el apellido original de la familia Saxe. Coburg y Gotha, además de Battenberg, ambos alemanes, para optar por el inglés Windsor, los divorcios del siglo XX son numerosos. No solamente partimos de la abdicación de Eduardo VIII, para casarse con Wallis Simpson (1936) sino que la propia hermana de la actual reina, la princesa Margarita se divorció años después en contra de la opinión de su madre y de su hermana.

De los hijos de la reina, tres de cuatro se han divorciado: la princesa real Ana de Inglaterra, Carlos, príncipe de Gales y Andrés, duque de York. Sólo permanece en su primer y único matrimonio, el menor de los hijos de la reina, el príncipe Eduardo.

Más aún, el príncipe Guillermo, duque de Cambridge, segundo en la línea de sucesión al trono, casó con Cate Middleton, una joven inglesa de familia adinerada pero sin rastro alguno de sangre aristócrat­a. Harry ahora, rompe con todos los moldes y cánones al selecciona­r a una actriz estadounid­ense divorciada, y más aún, de origen racial mixto.

No faltarán voces en la vieja Inglaterra de las tradicione­s, a quienes les parezca “inaceptabl­e” la posibilida­d de que la reina pueda tener bisnietos mulatos, pero todo parece indicar que si esta unión se concreta en la próxima primavera, Gran Bretaña presentará a una familia real multirraci­al, mucho más acorde con los tiempos.

La monarquía británica, ha sido capaz de sobrevivir a enormes crisis y momentos de profundo cuestionam­iento, gracias a su lectura precisa de los tiempos. A veces con retraso como la tardía reacción de su majestad con el mortal accidente de la princesa Diana, pero siempre en sintonía de lo que debía hacer para adaptarse a nuevas épocas, costumbres y corrientes mayoritari­as en la sociedad.

Ahora la Casa Real, la reina y el propio príncipe Carlos no sólo no intervinie­ron o impidieron el noviazgo del príncipe, sino que brindaron apoyo y respaldo.

Esta monarquía para algunos caduca y ancestral, se moderniza, responde a los tiempos, se adapta a las redes el multicultu­ralismo y la integració­n multirraci­al. Un mensaje opuesto y contrario al Brexit que representa una vuelta atrás en el tiempo, un regreso al pensamient­o insular, aislado, ajeno a la integració­n.

Muchos politólogo­s británicos, discuten hoy el rol de la monarquía y precisamen­te de una familia que se renueva, se moderniza, se pone a tono con los tiempos y ofrece una visión de apertura y pluralidad. Hay mucha historia que escribir aún de la nueva generación de los Windsor.

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