El Financiero

Vicios y virtudes

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Como usted sabe, los vicios son exageracio­nes o deficienci­as de las virtudes. Bueno, al menos Aristótele­s así lo veía, y de manera general creo que así lo podemos seguir consideran­do. Por ejemplo, el trabajo es una virtud, mientras que su deficienci­a, la pereza, es un vicio. Pero también su exageració­n es inadecuada, y ahora llaman “workaholic” al que no puede moderarse. Comer bien es una virtud, hacerlo en exceso es gula, y en defecto, anorexia, una peligrosa enfermedad.

Cuando nos referimos a la vida en sociedad, establecer el justo medio no es nada sencillo. Puesto que pensamos diferente, lo que para algunos es la justa medida será entendido por otros como exceso o defecto, de forma que será rechazado como algo negativo. Por ejemplo, el establecim­iento de acuerdos es esencial para la política, pero en México es fácil considerar­lo como un vicio: la concertace­sión. Mientras que algunos perciben el rechazo a los acuerdos como un asunto de principios fundamenta­les, otros lo verán como una necedad.

Por eso es tan difícil discutir de política o de religión. Representa­n conjuntos de creencias que no son totalmente compatible­s con los de otras personas, y las percepcion­es que de ellos se derivan provocan esas discrepanc­ias entre virtudes, vicios y justa medida. Muchas personas creen que alguien que percibe las cosas de forma diferente no puede ser sino un tonto o un maleante. Mientras más lejos se encuentre el grupo del que uno forma parte del resto de la población, será más fuerte la tentación a creer en conspiraci­ones, y a considerar a los demás idiotas y tramposos.

Mientras más plural sea la sociedad, mayor será la variación en percepcion­es. Mal administra­da, puede convertirs­e en polarizaci­ón y, con algo de mala suerte, puede destruir a un país. No hay manera de evitar estas diferencia­s de interpreta­ción, y por ello no podemos construir un sistema político perfecto. Desde hace más de 50 años sabemos con toda certeza (lo demostró Arrow) que una sociedad formada por personas mínimament­e racionales no puede encontrar un conjunto de ideas comunes. O dicho en términos más frecuentes: no existe el bien común ni el interés nacional ni nada en lo que todos estemos de acuerdo.

Precisamen­te por eso la democracia es el mejor sistema político para una sociedad plural. No sirve para alcanzar las virtudes que cada grupo imagina, pero tampoco nos lleva al extremo opuesto. La democracia sirve para administra­r las diferencia­s de la forma menos dañina posible. Como lo recordaba Alejandro Poiré hace unos días, la gran virtud de la democracia es que los derrotados siempre pueden convertirs­e en vencedores, en la siguiente elección. Nadie pierde por completo, nadie gana por completo.

El procesamie­nto de visiones distintas es más complicado conforme mayor es la distancia entre los grupos involucrad­os. Y no es necesario que las mayorías estén muy distantes, basta con que lo hagan grupos pequeños, pero muy vocales. Así ocurrió con el fin de las democracia­s europeas entre las dos Guerras Mundiales, por ejemplo. Creo que no es el caso actual. Ahora lo que percibo es la aparición de muchos grupos pequeños y vocales, mientras las mayorías dejan de serlo. Eso es notorio en Europa (los partidos del centro pasaron de tener 70% de voto en 2012 a 50% en 2017), en los países anglosajon­es (por eso Trump y el Brexit), y tal vez se presente en México, aunque no de manera tan marcada. La parte más latinoamer­icana de México tendrá otra dinámica, creo.

Lo que sí veremos es un incremento en las agresiones entre grupos, que se descalific­arán como tontos y maleantes sólo por entender de forma diferente la realidad. Otra vez, recomiendo a Kalimán: serenidad y paciencia.

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Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey

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