El Financiero

PABLO HIRIART

Meade, un rival complicado para AMLO

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A partir de ayer López Obrador ya tiene compañía en la carrera presidenci­al, donde ha reinado en solitario por carecer de rival enfrente.

Gesticula, alardea, provoca, grita y se burla a sus anchas en el ring electoral porque no tenía opositor con quien medirse.

Ahora ya hay competidor, José Antonio Meade, un rival complicado para el líder de Morena.

Es complicado porque la corrupción ha sido el eje del discurso de López Obrador durante años y ha tenido éxito, pero ante Meade se queda con pocos argumentos.

El próximo abanderado priista puede explicar muy bien de qué ha vivido y cuántos impuestos ha pagado. López Obrador no.

Por más que estire el cuento de que “la gente” le daba 50 mil pesos mensuales durante una década –hasta que asumió la presidenci­a de Morena hace apenas doce meses–, no podrá comprobar que con eso cubra el enorme gasto que ha implicado su campaña presidenci­al durante tanto tiempo, que incluye caravana de camionetas Suburban y viajes en avión casi cada semana. Con Meade se va a estrellar en ese tema. Es cierto, le podrá echar en cara la falta de crecimient­o, los bajos salarios, la insegurida­d rampante y las trapacería­s de muchos priistas, pero en Morena no son un ejemplo de probidad ni de eficacia. No hay partido que se salve del escrutinio público y salga limpio.

Van a contar las personas en esta elección. Y Meade es menos vulnerable que López Obrador.

Será un rival complicado para López Obrador, y también para el Frente Ciudadano por México.

Ha sido el PRI, hasta el momento, el único en llevar como candidato –si se consuma la postulació­n de Meade–, a un ciudadano sin partido que nunca ha tenido militancia alguna.

No es que sea un atributo especial carecer de historial militante, sino que ahora hay un Frente que se proclama “ciudadano”, integrado sólo por partidos y no hay siquiera una consulta a los ciudadanos para elegir al candidato.

Han hecho todo lo posible por cerrarles el paso. Ahí está Miguel Ángel Mancera, a quien le bloquean el camino a la candidatur­a, pese a ser el artífice del Frente. Y a Margarita Zavala, cuando dejó de ser militante de un partido le indicaron que “el que se fue, se fue”.

Dentro de los independie­ntes fuertes, tampoco hay quién sea ciudadano sin trayectori­a partidista.

Fue el PRI, el partido más rígido, el de la nomenklatu­ra y la verticalid­ad excluyente, el que se atrevió a postular a un candidato ciudadano.

Guste o no, Peña Nieto leyó mejor que los líderes de los otros partidos el hecho de que la población quiere un candidato ciudadano que esté blindado contra la corrupción.

¿Quiere decir lo anterior que Meade tiene ganada la Presidenci­a? Desde luego que no, ni de lejos.

El rival a vencer es López Obrador, quien se encuentra muy por delante de los demás aspirantes hipotético­s en todas las encuestas.

La diferencia está en que ahora AMLO ya no va solo, sino que tiene enfrente a un adversario con autoridad moral para hablar de corrupción, y con calificaci­ones técnicas muy por encima de las suyas para conducir al país en tiempos de incertidum­bres económicas.

¿Quién va a crear más empleos, lograr mayor crecimient­o económico y traer más inversión? Son preguntas que también van a pesar y van a votar. Con Meade AMLO la tiene difícil, en lo personal y en lo profesiona­l. Pero, ojo, no ha perdido. Sigue siendo el gran favorito. Y Meade, para levantar vuelo, tendrá que demostrar que representa a una corriente social amplia, y no a un grupo de burócratas altaneros, perfumados e insensible­s.

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