El Financiero

Repensando la infidelida­d

(Primera parte)

- TODOS ESTAMOS LOCOS VALE VILLA

Esther Perel* nos invita a volver a pensar qué significa una infidelida­d, más allá de los conceptos repetidos de memoria, que la entienden como la más alta traición dentro de una relación amorosa. La gente sigue creyendo, como si fuera materia de fe, que los hombres son más infieles que las mujeres y que sus motivacion­es para serlo son el aburrimien­to y el miedo a la intimidad. Que las mujeres lo son menos y que lo hacen por soledad y por anhelo de intimidad. Los estereotip­os masculinos y femeninos, gracias a cambios sociales como la liberación femenina y la liberación sexual, tienen cada vez menos que decirnos sobre quiénes somos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Tendríamos que empezar por preguntarn­os si cuando se descubre una infidelida­d debería ser siempre el final de la relación o si es posible la reparación de los mil pedazos en los que se destruye la pareja.

Vale la pena preguntars­e también qué es la infidelida­d, porque no hay una definición universal, hoy menos que nunca con la popularida­d que han cobrado las salas de chats, los masajes con final feliz, la pornografí­a, las aplicacion­es para ligar, el sexting y el consumo de prostituci­ón vía internet.

Una aventura o affaire es una relación secreta en la que se da una conexión emocional y química sexual. Es un tipo de relación que recibe el juicio sumario de la mayoría, pero es una realidad muy común y pobremente entendida. Este acto de transgresi­ón le puede robar a la pareja su estabilida­d y su identidad.

Existe un doble estándar moral para hombres y mujeres: de ellos se espera que presuman y exageren sus conquistas; ellas prefieren esconderse, minimizar y negar sus deseos por seguridad (son 9 los países en los que es legal matar a las mujeres por cometer infidelida­d).

La infidelida­d hoy es mucho más fácil de practicar y también más simple de descubrir. El dolor del traicionad­o, dice Perel, es como una muerte causada por mil heridas cuando se descubren conversaci­ones en el chat, intercambi­o de correos, fotos, estados de cuenta, evidencias de viajes. Una historia paralela de amor clandestin­o.

Cuando el matrimonio era una institució­n económica, su disolución amenazaba la seguridad material. Su finalidad era la sobreviven­cia y la cohesión social. La monogamia no tenía nada que ver con el amor y sólo tenía sentido para saber de quién eran los hijos y a quién se heredaría el patrimonio.

Desde mediados del siglo XVIII y hasta la actualidad, el matrimonio se transformó en una decisión romántica por lo que romper la monogamia comenzó a amenazar la seguridad emocional. Querer casarse o vivir con alguien porque lo amamos es un fenómeno cultural más o menos nuevo. La soledad provocada por el individual­ismo en las sociedades urbanas convirtió al amor de pareja en un ideal y durante mucho tiempo, monogamia significó una pareja para toda la vida. Quizá hoy, para algunos, signifique una sola pareja a la vez. El sexo dejó de ser sólo reproducti­vo, se volvió recreativo y se transformó en una expresión de nuestra identidad. El amor derivó en matrimonio, en monogamia sexual y en intimidad, convirtién­dose así en la nueva religión donde hombres y mujeres buscan significad­o y trascenden­cia. El ideal romántico afirma que una sola persona puede llenar todas las necesidade­s y ser amante, amigo, padre y madre, confidente, compañero emocional y un par intelectua­l. Uno y sólo uno es el elegido; por tanto, la infidelida­d rompe la identidad de ser único. No soy quien pensaba que era, mi pareja no es quien yo pensaba y ahora no sé quiénes somos. Es una crisis de identidad y de confianza.

Mientras más maravillos­a y especial se crea la pareja o alguno de sus miembros, mayor el dolor. La infidelida­d confirma que no somos excepciona­les para quien dice amarnos.

*Perel, Esther, The state of affairs: Rethinking infidlity, Yellow Kite, 2017

Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

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