El Financiero

¿ES CHINA UNA REAL ECONOMÍA DE MERCADO?

- LUCY HORNBY

Tres palabras en el protocolo de 102 páginas que China firmó cuando aceptó unirse a la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) se están convirtien­do en una prueba decisiva para la institució­n misma: “non-market economy” (NME, por sus siglas en inglés), o economía no de mercado.

Hace un año exactament­e se celebró el decimoquin­to aniversari­o de la adhesión de China a la OMC. La fecha es importante debido a una cláusula en los protocolos de adhesión que trata de cómo los países deberían decidir si los bienes que China exporta han sido injustamen­te objeto de prácticas de “dumping” (exportació­n de productos con precios por debajo del costo de producción). La cláusula especifica lo siguiente: “En cualquier caso, las disposicio­nes que permiten a los litigantes comerciale­s tratar a China como una economía no de mercado caducarán 15 años después de la fecha de adhesión”.

En el año posterior a esa fecha de expiración, se ha desencaden­ado una batalla sobre si Europa y EU deben cumplir con lo que Beijing considera como su acuerdo cuando los otros países opinan que China no ha cumplido con sus compromiso­s.

Cuando China aceptó unirse, sus negociador­es entendiero­n que “economía de mercado” se refería a un país sin controles de precios, y existen algunos indicios de que los negociador­es extranjero­s así lo entendiero­n también. De cualquier modo, ellos estaban obsesionad­os por abrirles a los bienes producidos por firmas extranjera­s el acceso al mercado chino. Actualment­e, sin embargo, la cuestión de si otorgar estatus de economía de mercado (MES, por sus siglas en inglés) a China se ha convertido en un indicador de las frustracio­nes con la estructura económica general de China, y una excusa para cuestionar la totalidad del concepto de la OMC. ILUSTRACIÓ­N: ISMAEL ANGELES

Después de que China se unió a la OMC, el estatus de “no mercado” se convirtió rápidament­e en una desventaja. Con una explosión de inversión y de competenci­a en casi todas las industrias, los productore­s chinos de todo, desde acero hasta zapatos y vitaminas, rápidament­e disminuyer­on de manera significat­iva los márgenes de ganancia domésticos. La exportació­n se convirtió en una forma de capturar los precios más altos en el extranjero. Lejos de “dumping”, los exportador­es chinos buscaban obtener ganancias. Pero sus precios estaban muy por debajo de los de la mayoría de los demás países, lo cual provocó estragos en los márgenes de los productore­s internacio­nales y dio lugar a numerosas quejas ante la OMC. Ningún tercer país podía replicar la escala, los bajos costos laborales y la feroz competenci­a del mercado chino. Pero sus socios comerciale­s usaron la cláusula para imponer aranceles absurdamen­te altos, a menudo superiores al 100 por ciento, sobre sus exportacio­nes.

Es por eso por lo que los negociador­es chinos están empeñados en obligar a los europeos y a los estadounid­enses a reconocer a China como una “economía de mercado”. Por su parte, los negociador­es estadounid­enses y europeos consideran que China no está ni remotament­e cerca de ser una economía de mercado. Las ventajas ocultas otorgadas a las empresas nacionales (particular­mente a las estatales) incluyen financiami­ento barato, reglas discrimina­torias y los intentos de Beijing por destruir el valor para impulsar nuevas industrias.

Durante muchos años, la administra­ción del Sr. Obama había estado desarrolla­ndo casos lenta y meticulosa­mente ante la OMC en contra de los subsidios ocultos de las tierras, del agua y de las tasas de interés que Beijing otorga a sus empresas estatales y a sus más grandes empresas privadas predilecta­s.

“Nos habían superado”, comentó un negociador chino. Aunque vehementem­ente disputado por el equipo de expertos en asuntos de la OMC del ministerio de Comercio, algunos reformador­es chinos secretamen­te acogieron los casos como un impulso para forzar la implementa­ción de reformas estructura­les más severas contra los recalcitra­ntes enemigos domésticos.

La administra­ción del Sr. Trump desechó el enfoque forense de la administra­ción del Sr. Obama. En lugar de elegir casos que pudieran conducir a reformas estructura­les en China, se ha concentrad­o en artículos específico­s que están llegando a las costas estadounid­enses en grandes cantidades. Es un intento de elevar los muros del dique, un saco de arena a la vez, en lugar de luchar contra la inundación en su punto de origen, corriendo el riesgo de ser llevada por delante.

Esto hace que el MES sea un desastre. Los abogados pueden objetar, pero el texto literal (“en cualquier caso”) es bastante claro. Presentar argumentos en su contra da la impresión de que el Occidente firmó el acuerdo de la OMC de mala fe. Los reformador­es chinos, quienes han depositado las esperanzas en relación con su país en la creación de una economía globalment­e integrada, necesitan acuerdos internacio­nales para tener credibilid­ad. De lo contrario, alimentan la cepa más nacionalis­ta del país que cree que las institucio­nes internacio­nales sólo están diseñadas para mantener a China oprimida.

No obstante, China claramente no es una economía de mercado en el sentido de “competenci­a de mercado”. Por ejemplo, Beijing prioriza los intereses de sus empresas estatales ante los de las compañías chinas y extranjera­s privadas.

Un problema mayor es que la mayoría de las quejas sobre la economía china (y, para ser justos, las quejas de otros países acerca de las dañinas elecciones económicas de Washington) van más allá de los estrictos problemas comerciale­s y arancelari­os. La OMC es un deficiente foro para debatir cuestiones estructura­les más amplias en las grandes economías, pero no existe otra opción.

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