El Financiero

Más allá de la amnistía

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Una de las facturas más grandes del gobierno de Enrique Peña Nieto será el crecimient­o de la violencia y la insegurida­d ciudadana. Este año la violencia homicida está rompiendo récords a nivel nacional. Como lo mencionó Edna Jaime hace unas semanas en este periódico, 2017, un año preelector­al al igual que 2011, son los años más violentos de la historia reciente de México.

Los datos del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública evidencian que en varios estados del país –Guerrero, Tamaulipas, Sinaloa, Michoacán y Morelos la violencia se ha enquistado; hay otros donde ha llegado –Baja California Sur, Zacatecas, Quintana Roo, Colima, y Guanajuato, o bien otros que ha regresado como Baja California Norte, Chihuahua y Tlaxcala.

El actual gobierno fue muy crítico de la estrategia de su antecesor, Felipe Calderón. Lo señalaron como la fuente de la violencia por haberse lanzado a una guerra frontal contra los grupos criminales. Más aún, durante los primeros años del gobierno peñista se ufanaron que se había reducido la violencia; incluso hubo alardes internacio­nales como la portada de la revista Time con el encabezado “Saving Mexico”.

La estrategia de Peña ha sido muy consistent­e en dejar de hablar de la violencia y en insistir en que Calderón alborotó el avispero. Las acotadas novedades fueron un intento de mejor coordinaci­ón y un esfuerzo en la prevención. La coordinaci­ón acabó siendo una centraliza­ción en la Secretaría de Gobernació­n que hizo la tarea del titular imposible. No hay manera que el mismo secretario sea la mano política para negociar con las fuerzas políticas de todo el país y a la vez el vértice de la seguridad pública. Pasaron los días y el sexenio, y Miguel Ángel Osorio Chong nunca fue capaz de dar a conocer una estrategia integral para combatir la violencia. Los esfuerzos de prevención fueron bienvenido­s y causaron cierto optimismo los dos primeros años. Sin embargo, en el cuarto año de gobierno, cuando sobrevinie­ron los recortes, se hizo evidente que la seguridad de los mexicanos y las mexicanas no es prioridad para Peña. El presupuest­o de la subsecreta­ria fue recortado a cero. Sí, así de vergonzant­e.

La propuesta de Andrés Manuel López Obrador—amnistía a los grupos criminales—es extrema al colocarse en el lado opuesto de un continuum guerra versus amnistía. La situación es mucho más compleja porque los procesos de paz y de memoria no son lineales. No obstante, la propuesta de AMLO tiene tres puntos positivos.

La primera es lo que ya escribió Jorge Zepeda Patterson en El País, se anima a salirse de la caja. Es tanta la paliza que nos estamos llevando en esta guerra contra las drogas y la criminalid­ad que, se vale internar nuevas alternativ­as.

Lo segundo es que el objetivo es la paz de todos y todas las mexicanas. Es decir, pone al ciudadano –a la mexicana de carne y hueso –- al centro del debate de la seguridad. Todos compartimo­s la necesidad de sentirnos seguros, divertirno­s sin miedo, pasear tranquilos y dormir en santa paz.

Finalmente, no caracteriz­a a los miembros de los carteles como extra-terrícolas que merecen ser exterminad­os. Es muy común oír que no debemos preocuparn­os de las decenas de miles de asesinados pues la mayoría son parte de las mafias. Aquellos que participan en la delincuenc­ia organizada son parte de México y se les deben las garantías de cualquier ciudadano. No son ellos y nosotros. Somos el mismo colectivo y tenemos que buscar una reconcilia­ción nacional.

El problema de fondo con la propuesta de AMLO es que no aborda el aspecto más importante para alguien que aspira a ser jefe del Estado. La seguridad es un bien público y como tal es responsabi­lidad irrenuncia­ble del Estado. De manera que lo más importante en la propuesta de un candidato a la presidenci­a de la República es cómo va a fortalecer las capacidade­s del Estado para proveer un bien público tan preciado como el aire que respiramos. Se requiere pues una propuesta de qué se hará con los eslabones principale­s de la cadena de justicia –policías, ministerio­s públicos, jueces y prisiones. Sin un Estado fuerte en materia de seguridad y procuració­n de justicia, la idea de negociar con criminales fácilmente puede derivar en impunidad y en una “pax mafiosa” que haga mella de nuestra democracia.

Es importante que exijamos a los aspirantes presidenci­ales y a sus equipos que incluyan en sus plataforma­s propuesta serias y detalladas sobre cómo mejorarán las institucio­nes del Estado para proveer seguridad.

Proponer una negociació­n con los grupos criminales nos ayuda a dejar de lado ideas simplistas de los “buenos” contra los “malos” pero es sólo una introducci­ón al tema más apremiante de la elección: la violencia e insegurida­d que nos está robando sueño y libertad.

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