El Financiero

Efervescen­cia electoral y desánimo

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Aunque aún no inician formalment­e las campañas, el país se encuentra en plena efervescen­cia electoral. Durante décadas, los comicios en México pululaban entre el desdén y la tragedia. Desdén porque a muy pocos interesaba­n. Y tragedia porque cuando algún interés generaban, concluían en atracos, violencia y fraude.

Hace alrededor de tres décadas tuve oportunida­d de observar un par de elecciones en Costa Rica. ¡Qué diferencia tan marcada entre lo que aquí y allá sucedía! Empezando por la víspera. Aquí las campañas se deben suspender tres días antes, quizá es una disposició­n prudente para serenar los ánimos y propiciar la reflexión de los electores.

Pero allá, no. Todavía la noche anterior, en un gran ambiente de fiesta, los partidos y candidatos llevan a cabo marchas con música y cánticos por las principale­s calles, todo ello en santa paz y casi hasta la medianoche. Pero a las cinco de la mañana del día siguiente, ya están en los centros de votación para dar inicio a la jornada electoral.

Antes de iniciar los trabajos, quien preside cada mesa enciende un cirio y pide a los presentes hacer una oración para cumplir bien su responsabi­lidad. Y tomados todos de la mano, elevan una oración.

En modo alguno se está sugiriendo que lo mismo o algo parecido se haga en nuestro país. No. Pero sería deseable que al menos el desarrollo de los trabajos en la casilla electoral se llevara a cabo de manera cordial, digna. Lo cual es imposible porque para unos mexicanos las elecciones constituye­n la oportunida­d que tienen, por los peores métodos si es necesario, de continuar explotando, saqueando al país, como lo han venido haciendo durante décadas; en tanto que para otros los comicios son vistos con la esperanza de que las cosas cambien.

Causa la impresión de que el IFE, hoy INE, ya dio lo más que pudo dar. Y no puede ir más lejos no sólo porque esa institució­n, tan cuidadosam­ente diseñada, hoy por hoy está secuestrad­a. Pero no sólo por eso. Sino porque el entusiasmo democrátic­o que claramente se vio despuntar hace dos décadas, hoy parece ya no existir, aunque se advierten leves signos esperanzad­ores en algunos integrante­s de su consejo general.

La mejor prueba de lo anterior es que cada vez menos ciudadanos aceptan formar parte de las casillas, situación que el priismo, como ya se vio en las recientes elecciones locales, aprovecha en su beneficio para suplir a los ciudadanos desertores. Y de continuar esta tendencia, que a nadie extrañe, como sucedía en el pasado, que las mesas de casilla se integren con el comité seccional priista en pleno. No es posible tan enorme regresión.

Extracto:

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